Capítulo I

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No era un buen día para Nadia, acababa de discutir con sus amigas y ninguna de ellas le hablaba. No sabía exactamente cómo se había producido aquella situación y fue entonces cuando decidió cambiar de aires y marcharse a Madrid, donde le habían ofrecido un buen trabajo. De aquello hacía ya varios meses y Nadia aún no tenía muy claro los motivos que le habían conducido a aquella marcha, aunque aquel trabajo era todo lo ella había soñado con tener algún día, era lo que le gustaba, por lo que tanto había luchado. Se instaló en Madrid e intentó dejar aparcado todo aquello que le hiciera dudar. Tenía claro que nada podía distraerla de su trabajo, había tomado una decisión y, acertada o no, tendría que hacerlo lo mejor posible.

Pero Nadia, en cuanto al trabajo se refiere, era una mujer fría, sabía separar lo personal de lo profesional y así lo hacía, dando el cien por cien, siempre.

Era una oficina llena de vida, donde fotógrafos y diseñadores trabajaban en un ambiente que, si bien no era relajado por la cantidad de cosas que había que hacer a diario, permitía que siempre estuvieran a gusto, lo que era de agradecer. Por suerte para ella, la mayoría de sus compañeros eran gente sencilla, agradable, a los que también les preocupaba hacer bien su trabajo. Aunque la mayoría de ellos lo tenían más fácil, eran de allí y estaban con su familia, con sus amigos. Nadia, como tantos otros, tuvo que experimentar un cambio de ciudad, de ambiente, el alejamiento de su familia y amigos. Ella, en gran medida, hubo de renunciar a todo aquello que le importaba, a todo aquello que significaba algo para ella.

Debido a todo el trabajo realizado por Nadia en aquel corto espacio de tiempo, en aquellos meses, la dirección de la empresa en la que trabajaba, decidió darle la opción de estar todo el mes de agosto en Málaga, aunque teniendo que trabajar la primera quincena en una pequeña galería con la que su empresa colaboraba en ocasiones. Aquella era una oferta que Nadia no podía rechazar y obviamente aceptó, pero aún no podía perderse en planes de futuro, pues quedaba todo un mes para aquello.

El mes de julio se le hizo larguísimo, no dejaba de contar los minutos que le quedaban para poder volver a pisar su ciudad natal. Tenía tantas ganas de llegar, y tenía además tanto miedo de enfrentarse a su gente, sobre todo a su hermana. Había dejado las cosas de mala manera y no sabía cómo arreglarlo. Puede que físicamente fueran parecidas. Tenían la misma estatura, un, algo rebelde, pelo castaño y ambas tenían los mismos expresivos y grandes ojos, aunque Nadia los tenía marrón oscuro e Irene azules, iguales a los de su padre. A pesar de todos esos parecidos físicos, eran como el día y la noche, aunque sí que coincidían en el carácter reservado de ambas, para con ellas y para con los demás, por lo que no sabía realmente qué habría de hacer.

En la lejanía se daba cuenta de que necesitaba a sus amigos, y efectivamente también a su hermana. Ella era su mejor amiga, aunque no se contaran cosas en días daba igual, Nadia sabía que si necesitaba algo ella estaría allí.

El tiempo parecía dilatarse. Las horas le parecían días, los días semanas, y las semanas no pasaban nunca, pero por fin, el treinta de julio había llegado. Nadia, previsora, comenzó a planchar la ropa y a meterla en la única maleta que se iba a llevar.

Al día siguiente, fue a trabajar como si fuera una jornada cualquiera, obviando que esa misma tarde volvía, después de casi seis meses, a su ciudad natal.

Al terminar la jornada laboral, se despidió de sus compañeros con una sonrisa y un simple hasta luego. Eran las tres de la tarde, fue a la cafetería que había justo debajo de su edificio, se comió un bocadillo, compró una botella de agua bien fría y se puso en marcha. No tuvo ni que volver a su casa, lo había dejado todo listo para no perder ni un minuto. Aunque sabía que era una locura coger el coche a esas horas le daba igual, lo que quería era ver a su familia, a sus amigos, a su hermana, así que le importaba bastante poco el tiempo que tuviera que pasar en la carretera.

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