Capítulo XXV

365 37 36
                                    


El día siguiente todo parecía mucho más tranquilo, por lo menos la mañana así lo hacía presagiar, hasta que, a las once, Rocío apareció por casa de Víctor. Éste le abrió la puerta con el café aún en la mano y, al verla allí con cara de desquiciada, casi se lo echa encima.

―¿Qué haces tú aquí?

―No tengo ni idea. No sabía realmente dónde ir. ¿Puedo pasar?

―Claro ―dijo educadamente haciéndose a un lado para dejarle paso.

A Víctor nunca le había caído bien Rocío, y el sentimiento era mutuo, nunca habían conectado, por lo que no entendía qué hacía ella allí, así que estaba bastante intrigado. Rocío no paraba de caminar de un lado a otro, estaba poco menos que histérica por lo que, con sus gritos, despertó a Ernesto. Eso era algo difícil de conseguir, y Víctor se sorprendió bastante.

―Te ofrecería un café, pero no creo que te haga bien.

Ella no pareció escucharle.

―¿Qué pasa aquí? ―dijo Ernesto con los ojos pegados y los pelos de punta.

―Rocío, que nos ha hecho una visita ―contestó como si fuera lo más normal del mundo―. ¿Un café?

―Sí, y cargado ―contestó sin dejar de bostezar―. Me doy una ducha y salgo enseguida.

―Bueno, ¿vas a decirme por qué estás aquí o lo tengo que adivinar? ―le repitió Víctor.

― Es un cabrón, ¡un cabrón! No tiene otra palabra... o bueno, tal vez sí ―contestó exaltada.

―¿Quién? ―dijo tranquilamente, dándole un sorbo al café.

Rocío paró en seco su caminar por la casa y lo miró como si le hubiera crecido otra cabeza.

―¡Antonio! ―contestó finalmente como si fuera lo más obvio del mundo―. ¡Antonio es un cabrón!

―Vaaaale, vamos por buen camino. ¡Pero te quieres sentar que me estás poniendo histérico!

―No puedo, Víctor, lo siento.

―Vale, será mejor que te traiga una tila.

―Sí, mejor ―coincidió ella.

Víctor fue a hacer la tila mientras Rocío seguía dando vueltas por el salón. A Ernesto le dio tiempo a ducharse y a llegar para escuchar la historia entera, si es que la contaba alguna vez. Víctor llegó en ese momento con la tila para ella y el café para él.

―Bueno, venga. He escuchado desde la ducha que alguien es un cabrón.

―Antonio ―contestaron a la vez.

―Perfecto, precisión en la respuesta, me gusta ―comentó con su humor habitual―. Antonio es un cabrón, bien. ¿Y por qué concretamente?

―Porque lo es ―dijo ella.

―Bebe tila, hija, bebe ―aconsejó Víctor.

Ella le hizo caso y tomó un pequeño sorbo.

―Tendrás que dar razones más convincentes que esa, aunque podemos estar de acuerdo contigo así, sin más motivos.

―Me engaña, el muy cabrón me engaña ―dijo finalmente rompiendo a llorar.

―Venga, tranquila ―dijo Ernesto poniéndose de pie y consolándola―. Vamos a sentarnos y nos lo cuentas tranquilamente.

La llevó al sofá y la sentó entre Víctor y él. Que no les cayera especialmente bien, sobre todo cuando su prima estaba presente, no quitaba que no se comportaran de forma gentil, y más cuando ella llegaba en ese estado.

―Te engaña, vale. Toma, bebe.

―¿Con quién? ―preguntó ahora Víctor.

―¡Con mi prima! ―volvió a gritar, aún con lágrimas en los ojos―. Con mi propia prima, ¡será zorra!

Víctor le dio un pañuelo. De todas las noticias posibles, realmente aquella no se la esperaban. Una cosa es que le fuera infiel, no se fiaban de él en absoluto y eso no les sorprendió. Pero que su propia prima participara de esa infidelidad, les parecía repugnante.

―Vaya, acaba de romper con Nacho y ya ha encontrado a otro ―comentó Víctor―. Qué asco de tía, anda que le ha durado la pena.

―¿Qué pena ni qué niño muerto? ―dijo la otra llorando a mares―. Llevaba poniéndome los cuernos seis meses.

―¿Quééééééé? ―dijeron los otros al unísono y totalmente incrédulos.

―Bueno, venga, tú tranquila ―decía Ernesto intentando consolarla de nuevo.

Víctor le echó el brazo por encima, en un sencillo abrazo. Ella apoyó la cabeza en su hombro, mientras él movía la mano de arriba abajo para tranquilizarla.

Los dos amigos se miraron, por encima de ella, totalmente desconcertados por la situación. Ernesto se encogió de hombros, no sabiendo qué más decir por el momento, aunque no parecía que Rocío quisiera hablar mucho más, sólo necesitaba desahogarse con alguien.

Acababan de enterarse de lo que sería la gran noticia, si decidían contarla, que estaba claro que lo iban a contar. Ese día también prometía ser interesante.

Rocío continuó allí cerca de una hora, en la que Ernesto y Víctor la escucharon y apoyaron con todo lo que ella quiso decir, que eran sobre todo insultos hacia su, ahora exnovio y su prima. Finalmente, se fue algo más entera de lo que había llegado.

A los dos alguna que otra vez, se les había pasado por la cabeza la posibilidad de que Sandra jugara a dos bandas, pero nunca habían tenido pruebas fehacientes de ello y, aquel día, les había llegado Rocío llorando como María Magdalena, corroborando las sospechas. Ni más ni menos que Rocío. Ninguno de los dos podía entender las razones por las que ella había ido a su casa, ya que con quien peor parecía llevarse era con Víctor.

Sin intentar encontrar más explicaciones a los hechos, decidieron llamar a sus amigos para ir a la playa, ya que hacía un día inmejorable. Como era de esperar, nadie se opuso a la idea y quedaron en verse en su playa de siempre a partir de la una.

Mientras preparaban las cosas, lo dos seguían comentando lo sucedido en esa mañana.

―¿Te lo imaginas? Se la estaba pegando a su propia prima ―comentó Víctor―. Esa tía no tiene escrúpulos ni para con su familia. Qué asco, en serio. No puedo con ella.

― Totalmente. Además, yo no le veo nada a ese tío, ¿tú le ves algo? A mí me parece hasta feo.

―Tampoco seas así, a lo mejor tiene una gran personalidad que nosotros no conocemos.

―La verdad Vic, yo sólo lo he visto una vez, vale, lo asumo, no es suficiente para juzgar el interior de nadie. Y Rocío fíjate que ya no me lo parece tanto, pero Sandra... Sandrita se fija mucho en el físico, en fin, Nacho es guapete el tío. Así que digo yo, que tiene que tener una personalidad, tan magníficamente arrolladora que, con sólo decir una palabra, ya deje a las mujeres rendidas a sus pies. Y tiene que ser muy arrolladora, porque tiene que compensar ese cacho de nariz que tiene.

Víctor callaba para otorgar, y no hacía más que reírse del acertado comentario de su amigo.

―Va, dime, ¿tú le ves algo? ―insistió.

―Hombre, a mí no es que me guste ―dijo irónico.

―A mí tampoco me gusta para ti. Bueno, tú no te preocupes, ya te encontraremos a alguien ―bromeó.

Víctor lo miró con cara de circunstancias y el otro no hizo más que reírse aún más fuerte que antes. Le encantaba meterse con sus amigos y, aunque a veces le volvía en contra, normalmente Víctor no eran de los que la devolvían, pues era bastante tranquilo.

―¿Nos vamos? ―dijo aún con la sonrisa.

―Sí, será mejor o podemos acabar mal.

Ernesto se acercó a él, aún riendo, le cogió la cabeza y le besó fuertemente la frente.

―¡Si es que eres más bueno!

La playaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora