Capítulo VI

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Aquella semana transcurrió prácticamente igual que el lunes. Al salir del trabajo se reunían en la casa de cualquiera de ellas, generalmente en la de Irene y pasaban allí toda la tarde.

Después de ese lunes, a Laura se la veía algo mejor, como si se hubiera quitado un peso de encima, aunque lo peor para ella aún habría de llegar. No esa semana, pues Dani estaba de viaje pero, tarde o temprano, ciertamente tendría que decírselo.

Laura y Dani trabajaban en la misma empresa, aunque ella en el departamento de recursos humanos y él como informático. No siempre tenía que hacerlo, pero en ocasiones tenía que salir de viaje, ir a otras localizaciones de la empresa y trabajar en otros equipos.

El trabajar juntos complicaba la situación. No habían tenido el tiempo suficiente para afianzar su relación de amigos, y los roces entre ellos podían llegar a ser de lo más incómodos. Laura tenía cara de niña buena, con el pelo y los ojos claros. Y sí que era buena, pero nadie se imaginaba que pudiera tener el carácter tan fuerte que tenía cuando se precisaba. Dani, por su parte, no se quedaba atrás. Aunque físicamente no se veía como el ángel que parecía ser ella, también tenía cara de buenazo, hasta que se enfadaba. En esas circunstancias, ninguno de los dos estaba dispuesto a dar su brazo a torcer, aunque estuvieran sufriendo por ello.

Para Laura, esa semana fue  de lo más completa. En el tiempo que estaba, con las que eran sus mejores amigas, se olvidaba de todo lo que no fueran ellas, y eso la tranquilizaba, al menos un poco. Sus ojos recobraron, en cierta forma, la viveza de antes y casi había conseguido ser la Laura de siempre, la que estaba absolutamente segura de sí misma y de sus sentimientos, aunque a veces, como todo ser humano, fuera voluble en cuanto a su forma de actuar. Aunque seguía siendo cerrada, muy cerrada, como el resto de sus amigas.

Que Dani tenía que estar de regreso el viernes por la tarde era algo de lo que Laura no se olvidaba. Pero tenía dudas, muchas dudas. No sabía si contárselo en cuanto volviera o darle algo de tiempo.

Su llegada no se hizo esperar. El viernes a las cuatro de la tarde su avión aterrizaba. Como antes de irse le prometió a Nadia que ya quedarían para hablar, decidió que aquel sería un buen momento, así que, sin pensárselo dos veces, cogió un taxi y se dirigió a su casa. En apenas media hora, se presentó en la puerta. Allí estaban todas, tal y como llevaban haciendo durante toda la semana. Él ni siquiera se había planteado aquel caso, y se quedó bastante sorprendido al verlas allí.

―Hola ―dijo escuetamente.

―¡Dani! ―contestó Nadia que fue quien abrió la puerta―. No te esperaba.

―He pensado en darte una sorpresa, lo que no me imaginaba es que estuvierais aquí todas ―comentó mientras la saludaba con un beso.

―Pasa, pasa.

Dejó su maleta en la entrada y se limitó a saludar a las demás también con un beso, tal y como era su costumbre.

―¿Qué hacéis aquí todas?

―Pues nada. Llevamos viniendo toda la semana ―contestó Aída.

―Criticando a todo el mundo, seguro ―bromeó mientras se sentaba en un sillón.

―¿Quieres comer? ―le preguntó Irene.

―No, gracias, he picado algo antes de venir.

―¿Y café? ―insistió.

―Eso no te lo voy a rechazar.

Irene se levantó a por una taza más.

―Bueno, ¿y cómo te ha ido en Madrid? ―preguntó Nadia―. Porque has estado en Madrid, ¿no?

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