Capítulo XI

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Desde que salió de la tetería, Nadia estuvo buscando a Víctor, sin mucho éxito. Aquello era bastante raro y ya comenzaba a estar un poco preocupada. Cansada de dar vueltas con el coche, se fue a casa a ver si allí se le aclaraban un poco las ideas. Víctor y ella eran amigos prácticamente desde que nacieron. Donde quiera  que hubiera ido Víctor, ella tenía que conocer el lugar. Aunque la duda de que esto fuera cierto era cada vez más grande, al fin y al cabo llevaba seis meses fuera.

Ya en su casa, entró en el dormitorio. Allí, colgada en la pared, vio la vieja foto que Irene, Laura, Ernesto y ella se hicieron con Víctor cuando eran pequeños y estaban veraneando. La miró con ternura y sonrió. Siempre le había encantado esa foto. Los chicos e Irene parecían gigantes, en comparación con Nadia y Laura, que se veían bastante más menudas. Estaban haciendo el tonto, como siempre. Justo al lado, otra foto que imitaba a la anterior, aunque en esa eran más grandes, de cuando Víctor cumplía quince años. Nadia entonces, tuvo una revelación. Volvió a coger las llaves del coche y salió de allí apresuradamente. Allí no había mirado, a pesar de haber pasado tanto tiempo en aquel pueblo de la Axarquía: Torrox.

En los aproximadamente cuarenta y cinco minutos que duró el trayecto, estuvo acordándose del verano que mejor se lo pasó. La foto pertenecía a aquel verano en el que Nacho consintió que fueran con él y sus amigos de la Universidad.

Allí cogieron la manía de, cuando algo iba mal, ir a un parque que había en el paseo marítimo y, desde los columpios, observar cómo el faro iluminaba el mar. Más de una vez Nacho tuvo que ir a buscarlos porque se hacía muy tarde.

Cuando al fin llegó al parque, vio cómo Víctor estaba sentado en aquel columpio cada vez más roto por el paso del tiempo y de los niños.

Fue hacia él y se sentó en el columpio de al lado, que era nuevo. Ambos se balanceaban lentamente mientras miraban el mar iluminado intermitentemente por el faro.

―He venido aquí porque pensé que no te acordarías.

Víctor continuaba mirando al frente mientras que Nadia no sabía ni dónde mirar.

―Me he acordado por la foto de tu cumpleaños, la que estamos los cinco que nos hicimos recor...

―Sé qué foto es ―la interrumpió con tono seco.

―Claro ―concedió―. Bueno, después de recorrerme Málaga entera no tenía mucho que perder.

―No pensaste lo que podías perder cuando se lo contaste a María. Claro, que las tres mosqueteras que faltan también lo sabrán.

―Víctor...

―Yo confié en ti ―le reprochó, esta vez mirándola a la cara―. Quitando a mi familia, y mira aquello cómo salió, tú y Ernesto erais los únicos que lo sabíais. Ni siquiera se lo conté a tu hermana o a Laura.

―Pues deberías, no entiendo por qué no lo has hecho.

―¿Por qué? Vosotras no vais por la calle diciendo que sois heterosexuales, ¿por qué tengo yo que lanzarlo a los cuatro vientos?

―Nunca te ha importado lo que la gente piense. Y tampoco te estoy diciendo que lo grites por la calle. ¡Pero te estoy hablando de tus amigos! Y... ninguna me lo ha dicho, pero estoy segura que enterarse por mí ha tenido que ser una puñalada.

―No tenías por qué decirlo.

―No, eso es cierto. Tenías que habérselo contado tú. Mira, ya que estamos hablando claro...

―Yo siempre he hablado claro ―interrumpió.

―Bueno, eso es otra historia. Esta conversación me persigue, rediós ―murmuró para sí.

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