Capítulo XXVI

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La mayoría estaban en la playa. Sólo faltaba Alejandro, que normalmente llegaba tarde. Cuando éste llegó, el resto ya habían colocado tanto la red, como el campo, y ocupado buena parte de la playa con sus toallas y alguna que otra sombrilla. Aún no habían empezado a jugar, tenían mucho tiempo por delante, y se estaban entreteniendo en distintas conversaciones, entre ellas, las típicas discusiones que tenían para hacer los equipos.

Ernesto y Víctor no sabían qué hacer, Nacho había ido con ellos ese día y para esas conversaciones nunca habría un buen momento, pero no sabían cómo iba a reaccionar. Él era como un hermano mayor para ellos, por lo que ocultárselo no era una opción.

―Nacho ―habló finalmente Víctor―. ¿Podemos hablar contigo un momento?

―Claro, decidme.

―¿Te importa... te importa si mejor vamos a dar un paseo por la orilla? ―titubeó, lo que llamó la atención de los que estaban alrededor y lo habían escuchado.

―¡Hey, chicos! ¿Qué pasa? ―preguntó intrigada Nadia.

―Nada, cotilla ―le respondió Víctor sacándole la lengua.

Nacho accedió a la intrigante sugerencia de sus dos amigos, y fueron a dar una vuelta. Cuando estaban algo alejados de los demás, Nacho se giró hacia ellos y retomó el tema.

―Vale, ¿qué pasa? ¿Tenéis algún problema?

―¡No, qué va! Ni mucho menos ―contestó Ernesto rápidamente. Sabía que su amigo tenía tendencia a echar a volar su imaginación―. No es eso, es que esta mañana ha venido a vernos Rocío. Creo que venía a ver a Vic, pero bueno, yo estaba y claro, no me voy a...

―¿Rocío? ¿A tu casa? ―le preguntó a Víctor sorprendido, cortando las absurdas explicaciones de Ernesto.

―Sí, yo me he sorprendido tanto como tú.

―Bueno, ¿y qué os ha dicho? ¿Para qué ha ido?

―Ha venido algo dolida con Antonio.

―Encabronada, Víctor, no intentes suavizar las cosas, que parecía un basilisco.

―Bueno, vale, encabronada ―cedió―. Y venía así, porque Antonio lleva seis meses poniéndole los cuernos.

―¡Será cabrón el tío! Rocío no es santa de mi devoción, pero eso no se hace. ¡Qué cabrón! ―repitió―. Pero ¿por qué no queríais contar esto delante de los demás? ¿Qué es lo que de verdad me queréis decir?

―Pues... que por deducción, y con alguna que otra pista, Sandra llevaba seis meses poniéndote los cuernos ―concluyó Ernesto.

Nacho se mantuvo callado y los otros dos respetaron dicho silencio, hasta que él decidiera romperlo. No pasaron mucho tiempo así de cualquier forma.

―¿Cómo se supone que habéis llegado a dicha conclusión?

―Nos lo ha dicho ella ―dijo de nuevo Ernesto, escuetamente.

―Vale. Ahora me alegro más de haber roto el compromiso. Gracias, chicos ―le puso una mano en el hombro a cada uno en señal de agradecimiento y luego volvió con los demás.

―¡Hey! ¿Estás bien? ―le preguntó Víctor.

Nacho se giró lentamente y los miró, con una gran sonrisa en la cara.

―Mejor que nunca, chicos. Mejor que nunca.

Prosiguió su camino hacia donde estaba el resto de sus amigos, dejando a los otros dos allí, mirando cómo se marchaba con aire decidido.

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