Capítulo XXVII

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Las vacaciones para algunos habían acabado y, para otros, estaban a punto de acabar, siendo la rutina la tónica general en sus vidas. Ellos lo sabían, así como también sabían que, a finales de esa semana, Nadia tendría que volver a Madrid. Por eso mismo, intentaban exprimir al máximo aquellos últimos días en los que estarían todos juntos, durante algún tiempo. María y Aída, de hecho, decidieron cerrar la tetería aquella semana para estar libres.

El martes quedaron para verse a la hora de comer. Daba igual el sitio al que fueran a comer, eso era lo menos importante. Finalmente, quedaron en el Bingo París y allí decidirían el sitio. El lugar elegido fue un bar de tapas cercano al bingo, al que hacía mucho tiempo que no iban. Más de uno, aparte de Nadia, que ese día se había levantado mal de ánimos, estaba melancólico.

―Nadia, te noto rara ―le dijo María.

―Lleva toda la mañana así ―comentó Irene.

―Sí, es que me voy este viernes.

―Ya, pero no te vas hasta el viernes ―le dijo Miguel Ángel intentando levantar los ánimos.

―Y además, ¿por qué no te quedas algo más? ―preguntó Diego.

―No puedo. El lunes ya tengo que estar allí, y lo suyo es que vaya algo descansada.

―Bueno, la próxima vez no tardarás tanto en venir, espero ―comentó Alejandro.

―No, en cuanto haya un puente vengo.

―Venga, vamos a dejarnos de hacer planes de futuro porque aún no te has ido ―decía Nuria―. Así que vamos a aprovecharnos de eso.

Poco después de que empezaran a comer, le sonó el móvil a Paloma, que no tuvo más remedio que contestar puesto que era de trabajo.

―Es del periódico. Me tengo que ir ―dijo.

―Noooo, ¿por qué te tienes que ir ahora? ¿Es que no puede ir otro?

―Ha habido un accidente y tengo que ir a cubrir la noticia, Diego ―le dijo. Luego se dirigió a los demás―. Chicos, lo siento. En cuanto termine me reúno con vosotros.

―Venga, que te llevo ―le dijo Diego―. Ahora vuelvo ―dijo a los demás.

Ambos se levantaron y se fueron sin apenas probar bocado.

―¡Qué putada! ―fue lo único que dijo Ernesto.

―A Paloma le pasa como a mí, que tenemos un trabajo las veinticuatro horas del día, todos los días del año ―observó Nuria.

―¿No os cansáis de tanto trabajo? ―le dijo Belén.

―No, la verdad, es como una droga. Yo de hecho ahora mismo, estoy pendiente de si me llaman por lo del accidente que ha comentado Paloma.

―Es agobiante. Es que no tienes nada de tiempo para ti.

―Tú es que eres muy sibarita, Ernesto, pero te acostumbras. Después de los turnos dobles cuando eres una interna, esto es un juego de niños.

―Bueno, y tú cuándo empiezas, Ernesto ―le preguntó Dani.

―Pues el mismo día que tú.

―¿Ya tienes piso? ―le volvió a preguntar.

―Mañana voy a ver uno, no voy a estar toda la vida en el sofá cama de éste ―señaló a Víctor―. Es un piso muy chico para que yo le esté molestando. Si queréis me acompañáis.

―A mí no me molesta. Sí que creo que seríamos demasiados para ir a ver nada ―comentó Víctor.

―De eso nada. Vosotros tenéis que darle el visto bueno.

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