Capítulo IX

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Aída y María habían trabajado mucho para conseguir aquella tetería. Mucho papeleo de por medio, muchas malas épocas y, por consiguiente, muchos bajones. Habían tenido que resolver gran cantidad de problemas para conseguir la estabilidad de la que ahora gozaban.

Se conocían desde pequeñas, desde que iban juntas al colegio y llevaban las ridículas trenzas que todos los padres suelen hacer a sus hijas. Desde entonces siempre habían estado juntas. Las demás fueron amistades posteriores conocidas en el instituto.

María y Aída eran inimaginablemente opuestas: María morena con el pelorizado, Aída rubia con el pelo lacio, aunque cada cierto tiempo cambiaba suapariencia y peinado. Mientras que a una el mero hecho de mirar la comida ya le engordaba, la otra podía comer lo que quisiera sin coger un solo gramo.

María era muy nerviosa, con frecuencia sacaba las  cosas de quicio, aunque era relativamente fácil hacerla sucumbir ante la obviedad, siempre y cuando se tuvieran pruebas perfectamente refutadas.

Aída, por su parte, era más tranquila, viendo las cosas desde una perspectiva algo más centrada. Siempre con los pies en el suelo, sabía perfectamente lo que quería y, dentro de esto, lo que podía conseguir.

Eran muy distintas,  aunque desde siempre se complementaron muy bien. Desde que todas coincidieron juntas, habían hablado, más de una vez de montar un negocio.  En muchas de esas ocasiones, hablaron de poner una tetería, pero al final solamente fueron ellas dos las que llevaron a cabo el plan, aunque con la ayuda de sus amigas.

El resto de la noche la pasaron en la tetería que, al contrario de las previsiones, estaba llena, por lo que, probablemente, iban a estar hasta más tarde de la hora normal de cierre. Se pusieron todas de camareras, como en los comienzos.

―¿Para esto me traéis? ―preguntó irónica Nadia.

―Nos has pillado, tía ―contestó María pasándole una bandeja―. Anda, lleva esto a la mesa cinco.

―Lo que hay que aguantar ―comentó mientras cogía la bandeja y se marchaba.

―Lo que esperemos no tener que aguantar es una inspección a estas horas ―se dijo por lo bajo.

Cerraron la tetería a la una y media de la madrugada, justo cuando se marcharon los últimos clientes.

―Bueno, ¿ya me puedo sentar? ―preguntó.

―Sí, hija sí. Mira que eres quejica ―le dijo Aída bromeando―. Vamos a sentarnos ahí mismo.

Las cuatro se sentaron en el sitio que Aída había sugerido, por ser el más cómodo del local. Irene aprovechó aquel momento de descanso para ir al servicio.

―¿Hay que recoger algo más? ―preguntó Laura.

―No, ya está todo ―contestó María―. Siéntate, que bastante has hecho. Ya sólo quedamos nosotras, y no creo que haga falta recogernos.

―Habla por ti ―comentó Nadia echándose hacia atrás exageradamente―. Por cierto, ¿esto es más grande o me lo parece?

―No, es más grande ―confirmó Aída sonriendo―. Hicimos una ampliación hace poco, debido a la entrada de un nuevo socio.

―¿Un nuevo socio?

―Sí, Un socio capitalista, porque aparecer por aquí, poquito.

―¿Y quién es?

María y Laura seguían la conversación mientras esperaban que Irene saliera, para poder entrar ellas. Cuando Irene apareció, las dos salieron corriendo como alma que lleva el diablo.

―Mira, por ahí viene ―dijo Aída.

―¿Irene?

―¿Qué pasa conmigo?

―¿Irene es el nuevo socio?

―Sí, ¿por?

―¿Y cómo se te ocurrió meterte en este lío? ―comentó, alejándose de Aída que le pegaba con una servilleta.

―Pues ya ves. Recuerda que habíamos comentado muchas veces el poner una tetería todas, así que poco a poco lo conseguiremos.

―Sí, y como no sabía cómo entrar, se le ocurrió la magnífica idea de ampliar la tetería, porque a la señora le parecía un poco pequeña. Así que le sangramos un poco, tampoco mucho, y lo hicimos.

―Pues os ha quedao muy, muy bien, ¿eh? De verdad.

―¿Fue una buena idea o qué? ―dijo Irene pagada de sí misma.

―Bueno, aunque ahora el caso es que así tenéis el doble de trabajo, ¿no?

―Sí, y encima esta semana no hemos aparecido.

―¿Y cómo se las han ingeniado?

―Les dijimos que no abrieran la parte de arriba, pero como son unos cabezones, no nos han hecho ni puñetero caso.

―Y eso que me habíais dicho que cerrabais a las diez, como todos los días hayan sido como hoy.

―No ha sido tanto, ya he hablado con ellos ―seguía diciendo Aída―. Han podido cerrar a la hora de siempre. Ten en cuenta que era entre semana. Hoy siendo viernes se ha llenado más, la gente se ve que hoy quería zumos.

―Lo que sí es cierto es que por lo menos es un poco más tranquilo que... un bar, por ejemplo.

Un teléfono móvil interrumpió la conversación que estaban manteniendo y dio tiempo a las otras de llegar.

―Bueno, ¿quién era? ―le preguntó Nadia a su hermana una vez hubo colgado, al ver la brevedad de la llamada.

―Se han equivocado ―dijo escueta y haciendo un gesto con la mano restándole importancia.

―¿Qué hacemos? ―preguntó Aída.

―Nos vamos, ¿no? ―dijo María―. Que vamos a coger una empachaera las unas de las otras que...

―¡Ah! ¡Para eso me habéis traído! Ya lo entiendo ―comenzó Nadia―. Vengo engañada creyendo que me vas a dar un zumito de los que a mí me gustan y me ponéis a trabajar.

―Vaaale, ¿quieres un zumito, hija? ―dijo complaciente María.

―No, ya no quiero ―contestó como si fuera una niña chica.

―Mañana te lo hago, venga ―dijo de nuevo María como consolándola.

―Venga, vámonos. Lo que hacemos es que... ―comenzó diciendo Irene hasta que rectificó―. Bueno, lo que hago es que mañana vengo y os ayudo.

―Yo también vengo ―añadió Nadia.

―Tanto protestar diciendo que la hemos puesto a trabajar ―comenzó Aída―, y luego se apunta a un bombardeo, la tía.

―Es que mañana me tiene María que preparar un zumo, y ese ofrecimiento no lo puedo dejar pasar.

―Anda, venga, vendremos a ayudaros ―dijo Laura.

―Que si no queréis no vengáis ―replicó Aída―. Aquí que nadie venga por obligación ―dejó caer.

―Venga, mejor nos vamos ―dijo pacificadora Irene levantándose de la mesa.

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