PRÓLOGO

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Kate Anderson volvía de su trabajo. Fue un día tranquilo. No hubo mucho ajetreo con el papeleo. Simplemente, fue una jornada pacífica.

Disfrutaba de la tranquilidad, mientras volvía  su casa. No siempre podía tomarse su tiempo para descansar y contemplar las calles de Nueva York mientras regresaba a su dulce morada, situada en Fondes. 

Hizo lo mismo que hacía siempre. Cogió el mismo autobús, se paró en en la misma parada, se sentó  en el mismo sitio... Incluso escuchó la misma música. 

Cuando se bajó del autobús, caminó hasta su casa, situada en un barrio muy tranquilo de Fondes. Abrió la puerta y dejó sus cosas en el recibidor. Descolgó el teléfono para escuchar los mensajes que le habían  enviado durante el día, y que habría podido escuchar si no fuese por su trabajo;  que le consumía la mayor parte de su tiempo. 

-Me preguntaba cuando volveríamos a vernos- decía la voz de su novio por el teléfono. -Tengo ganas de ir a algún sitio especial. Algo romántico como el restaurante de comida italiana que hay cerca de tu casa...

-Hola Kate. Soy Fred. Sólo quería recordarte que pasaré por tu casa para recoger los papeles del caso Allen. - decía su compañero.

Pasó al siguiente mensaje. Realmente, no quería recordar ese caso. Había concluido hace un par de días. Ya estaba acabado.

-¡Guapa! Ya tenia ganas de hablar contigo. Han abierto un nuevo local de perritos cerca de tu casa... Me gustaría que vayamos algún día de estos...- le comentaba su mejor amiga, Elisabeth Fox.

Terminó de escuchar los mensajes restantes y se preparó la cena, que consistía en una pizza a la barbacoa. Mientras dejaba que la pizza se calentase, encendió la televisión para ver algún programa estúpido que tanto le entretenían. No le gustaba ver las noticias ya que trabajaba de abogada. Para ella bastaba con ver todos los días a criminales o a gente inocente ir a la cárcel.

Cuando la pizza estuvo lista, se la comió en el sofá. Sin prisas. No quería hacer muchas cosas lo que quedaba de día. Ni siquiera se molestó en recoger el trozo que sobró, ni todas las cosas que había dejado por medio.

En el momento en que se disponía a subir por las escaleras, oyó un ruido en la cocina. Se giró con brusquedad y le pareció ver una sombra.

Caminó lo más silenciosamente que pudo y llegando a la cocina, se paró justo antes de cruzar la puerta. Esperó un poco, y la abrió con fuerza. Pero sólo encontró a un pequeño gato negro. Suspiró aliviada. No había pasado nada.

Aún temblando por el susto, cerró con llaves todas las puertas y ventanas de su casa, ya que no quería correr riesgos. Subió con decisión por las escaleras. Lo único que ella no sabía era que no sólo se coló el gato por la ventana. Una persona la esperaba pacientemente tras la puerta de su dormitorio.

Y la paciencia finalmente dio sus frutos cuando Kate Anderson entró. No se lo pensó dos veces. Se abalanzó sobre ella impidiéndole reaccionar. Sacó un arma afilada y se la clavó justamente en el sitio donde debía. En este caso, en el cuello. Y dejó que muriera desangrada mientras limpiaba cualquier indicio que demostrase que había estado allí. 

BUSCANDO AL ASESINO DE KATE ANDERSONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora