5. Renacimiento - Parte 15

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Nada más que Dixon gritó, escuché el ruido de cristales romperse de un modo violento y cayendo al suelo, desde una gran altura, partiéndose, tras golpear en el suelo, en miles de añicos. El ruido de cristales fue seguido de un sonido contundente, como si de una gran masa, cayendo sobre el suelo, se tratara.

El ruido contundente fue seguido de numerosos golpes contra el suelo que sonaban cada vez más próximos del lugar en el que Bryon y yo yacíamos, lo que indicaba que algo se aproximaba hacia nosotros.

Me puse de pie de un modo brusco, casi instintivo, y vi que se avecinaba hacia a mí un monstruo, con ligera apariencia semihumana y de unos dos metros y medio de altura.

Su musculatura estaba excesivamente desarrollada e incluso ligeramente malformada. Su piel era negra, lisa y brillante como el azabache. Sus manos y pies terminaban en unas gigantescas garras, extremadamente afiladas, que serían capaces de decapitar a un elefante con suma facilidad. Y sus ojos eran completamente blancos, lo que creaba la falsa sensación de que la cosa que estaba acercándose a mí, a gran velocidad, fuera completamente ciega. Pero, realmente, sabía demasiado bien el lugar en el que yo me encontraba como para ser ciega.

Dos orejas puntiagudas sobresalían de su cabeza dándole un aspecto casi satánico y mostraba, en actitud amenazadora, dos hileras de dientes puntiagudos acompañados de cuatro colmillos de grandes dimensiones.

Sin pensarlo un solo instante, corrí, a la máxima velocidad que me permitían las piernas, hacia el monstruo que se avecinaba hacia a mí con única intención: destruirme.

Cuando estábamos a una distancia de unos diez metros, el uno del otro, extendí mis alas completamente. En ese momento comprobé que mis alas, ahora, eran exactamente iguales a las de Bryon, unas enormes alas de plumas completamente negras...

Con mis alas extendidas, tomé un ligero impulso y sobrevolé la distancia que nos separaba al monstruo y a mí. Sobrevolé por encima de él, momento en el que él elevó un brazo intentando agarrarme pero lo esquive con suma facilidad... Sus movimientos eran mucho más lentos y torpes que los míos en los cuales la agilidad reinaba. Me dejé caer al suelo cuando ya había sobrevolado por encima de él y, antes de que se girara ciento ochenta grados para atacarme, le propiné una violenta patada en la parte posterior de sus piernas haciéndole caer al suelo sobre sus propias rodillas.

No se giró hacia a mí para contraatacar, sino que utilizó una cola, de unos tres metros de largo y de vertebras completamente espinosas, para golpearme violentamente con ella.

Su violento latigazo me pilló totalmente desprevenida y me golpeó con furia a la altura del vientre. El impulso del golpe me lanzó contra uno de los gruesos tubos de cristal, que parecían columnas, y que contenían, en su interior, un líquido acuoso de color ligeramente azulado y fetos en desarrollo...

Acababa de ocurrirme exactamente lo mismo que en mi enfrentamiento con Bryon... Mi cuerpo atravesó, exactamente igual que la vez anterior, el cristal del grueso tubo partiéndolo en cien mil añicos; pero, esta vez, antes de caer de forma brusca en el suelo hincándome cientos de cristales por todo el cuerpo, rodé ligeramente y me puse de pie inmediatamente con una habilidad y una agilidad que me sorprendió a mí misma. No sentía dolor alguno por el golpe, ni siquiera me había clavado un solo cristal en mi cuerpo.

—¿Te crees que puedes vencerme, Enyd? —preguntó el monstruo y fui consciente, de un modo instantáneo, que el monstruo era Krauster.

No era su voz la que sonaba, su voz ahora era mucho más grave, fuerte y profunda... Pero aún así le pude reconocer por el tono empleado y la ironía que portaban sus palabras. Elevé mis ojos hacia la cristalera que había cerca del techo y desde la que, anteriormente, Krauster y su equipo habían estado observando todo lo que ocurría entre Bryon y yo. Ahora, esa cristalera estaba rota y algunos miembros del equipo de Krauster se mantenían observando la actual situación en absoluto silencio, pero como si se sintieran incapaces de apoyar, un solo segundo más, la locura de Krauster.

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