5. Renacimiento - Parte 6

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—No puedo prometer nada, Blasset —concluí encogiéndome levemente de hombros—. Lo sabes... Sé que lo sabes...

Esta vez, Blasset no respondió a mis palabras, simplemente avanzó un par de pasos hasta mi posición y me abrazó con todas sus fuerzas, abrazo que le devolví también con todas mis fuerzas dejando que la sensación de protección, que su abrazo me proporcionaba, invadiera mi cuerpo antes de enfrentarme, en la más absoluta soledad a la muerte, al dolor y a la más angustiosa de las desesperaciones.

Mis ojos se anegaron en lágrimas, pero no por la situación, no por la despedida, no por lo que estaba ocurriendo... sino porque hubiera vendido mi alma al mismísimo demonio porque fuera Bryon quien me abrazara... Pero él estaba muerto y jamás podría volver a sentir sus abrazos, jamás podría volver a sentir sus labios sobre los míos, jamás podría volver a sentir los mil sentimientos que lograba despertarme con solo una mirada.

Supongo que te convierte en una persona cruel y despreciable el hecho de desear, en determinadas ocasiones, que las tornas cambien... Preferir la muerte de quien está vivo y desear la vida, en su lugar, de quien está muerto, no es un pensamiento hermoso aunque lo amparemos en el amor... Pero no podía evitar que ese pensamiento estuviera dentro de mi mente...

En aquel momento yo deseaba que las tornas hubieran cambiado, que Blasset hubiera muerto y Bryon fuera quien me estuviera abrazando... Sí, supongo que es un pensamiento cruel, egoísta e injusto para Blasset... Pero donde el corazón manda, muchas veces no es la razón la que rige los deseos, los actos y los pensamientos.

—Quédate aquí, pero ocúltate en algún sitio —le dije a Blasset rompiendo el abrazo entre nosotros y sin mirarle directamente a los ojos para que no notara que mis ojos se habían humedecido notablemente—. Cuando yo logre atraer a Krauster y a los agentes de seguridad de la S.L.S. hacia mi posición, aprovecha ese instante para entrar en la Sección Treinta. Rescata a mi hijo y vete de aquí. No me busques, ni regreses a buscarme, vete.

Mis últimas palabras fueron pronunciadas de un modo lento lo que a la par las revistió de una imperatividad que portaba consigo la orden más irrefutable que pudiera existir. No quería que me buscara, ni que regresara a buscarme en ningún momento, puesto que si lo hacía él también moriría aquí dentro.

—No te preocupes por Erwyn, le sacaré de aquí —respondió Blasset con decisión y firmeza en cada una de sus palabras, lo que me hizo sentirme segura de la persona en quien estaba depositando la supervivencia de mi hijo. No obstante, fui consciente de que no había respondido a mis palabras acerca de que no entrara a buscarme—. Llévate ésto —añadió metiendo su mano derecha en el bolsillo interno de su cazadora y sacando de él una pequeña, discreta y manejable pistola, aunque se veía, a simple vista, que era una pistola de una gran potencia—. Te hará falta.

—Aún no me has asegurado que no vas a regresar a buscarme —dije cogiendo, con mi mano derecha, la pistola que acababa de poner ante mí.

—Ni tú me has prometido salvar tu vida... —respondió Blasset arqueando ligeramente una ceja.

—No hagas estupideces, Blasset —respondí a sus últimas palabras en un tono de voz seco y ligeramente brusco.

Blasset no añadió nada más a mis palabras por lo que, sin dedicarle una sola palabra más salí del despacho de Krauster deshaciendo, paso a paso, el camino que, hacía varios minutos, Blasset y yo, habíamos hecho desde el ascensor hasta el despacho de Krauster.

Durante todo el camino llevé el arma, que Blasset acababa de entregarme, sostenida entre mis dos manos. Estaba dispuesta a emplearla contra cualquier objetivo que apareciera ante mi presencia y pretendiera acabar con mi vida antes de que hubiera llevado a cabo todos los planes que yo tenía en mente.

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