5. Renacimiento - Parte 9

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Dirigí mi mirada hacia el techo del ascensor, elevé mi mano derecha y di un pequeño brinco que llevó consigo el impulso suficiente como para que, cuando mi mano golpeó el techo, se rompiera una de las losas cuadradas que componían el techo del ascensor.

Una vez que el techo estaba roto, volví a coger impulso y mis manos se aferraron a los bordes de la abertura que se había producido en el techo del ascensor. A pulso, con solo mis brazos, logré impulsarme hacia arriba de modo que logré colarme por el hueco que se había formado en el techo del ascensor.

Me agaché, pisando irónicamente el techo del ascensor, junto al espacio roto del mismo y tratando de evitar que mi cuerpo rozara contra alguna pared del hueco del ascensor o con el sistema de poleas. Finalmente, el ascensor se detuvo, por lo que supuse que éste acababa de alcanzar la planta subterránea número veinticinco.

Las puertas del ascensor se abrieron y, tal y como esperaba, una ráfaga de miles de balas disparadas desde algún tipo de fusil, impactaron en la pared del ascensor.

Los disparos enmudecieron casi de un modo instantáneo y un agente de seguridad de la S.L.S. entró dentro del ascensor lentamente. Desde mi escondite casi podía oler la ira que, en estos momentos, emanaba por cada poro de su piel probablemente al ser consciente de la cantidad de balas que había malgastado y ninguna de ellas había impactado en el objetivo que deseaba.

—Esa maldita zorra no está en el ascensor, señor —dijo el agente de seguridad hablando a través de un sistema de intercomunicaciones semejante al que Matthew, Blasset y yo habíamos empleado para comunicarnos entre nosotros. Era más que obvio que la persona con la que se estaba comunicando era Drixman, quien debía de haberle ordenado que me asesinara nada más que las puertas del ascensor se abrieran—. No, el ascensor está completamente vacío. No está en el maldito ascensor —gruñó el agente de seguridad tras escuchar las palabras que Drixman debía de haberle dicho por algún pinganillo dentro de uno de sus oídos—. Me da igual que la hayas visto montarse en este ascensor, el problema es que no está.

Sostuve mi pistola entre ambas manos y apunté con ella a la cabeza del agente de seguridad, a través del hueco que yo había roto en el techo del ascensor. En cuanto este dejó de hablar con Drixman, sin dudarlo un solo segundo, apreté el gatillo de la pistola y le disparé directamente a la cabeza, por lo que el agente cayó muerto en el suelo en cuanto la bala impactó en él. En escasos segundos, un gran charco de sangre, procedente de la herida, causada por mi pistola en la cabeza del agente de seguridad, comenzó a formarse en el suelo del ascensor.

Me dejé caer por el hueco del techo del ascensor, donde había estado oculta, y me encontré de nuevo en el interior del propio ascensor. Salté por encima del cadáver del agente de seguridad fallecido, con especial cuidado de que no hacer ruido alguno, en cada uno de mis movimientos, por si hubiera más agentes de seguridad cerca de mi ubicación, aunque la ausencia de movimiento teniendo en cuenta que acababa de disparar a uno de los agentes, ponía de manifiesto que no había más agentes cerca.

Me asomé, discretamente, a las puertas del ascensor comprobando que no hubiera ningún otro agente de seguridad dispuesto a disparar contra mí nada más que saliera del ascensor; y, tras comprobar que, efectivamente, tal y como sospechaba, no había ningún agente más, abandoné el ascensor siguiendo el camino que me guiaba hacia el despacho de Krauster.

Avancé, por el pasillo que se abría ante mí, corriendo a la máxima velocidad que me permitían las piernas para no perder demasiado tiempo en llegar al lugar dónde habíamos perdido el contacto con Blasset. Pero, a pesar de que corría a toda velocidad, hacía un enorme esfuerzo por mantener mis sentidos en alerta ante cualquier señal visual o acústica, de procedencia enemiga, que pudiera percibir.

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