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Besos y más besos en una tarde de una primavera muy fría. Mis manos viajaban por su delgado cuerpo y ella soltaba pequeñas risitas, como una niña. Ya no podía más. La curiosidad me mataba por dentro. Había esperado demasiado y tenía que hacerle esa pregunta.

Una que tal vez me cueste la vida.

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