Y ahí estaba yo, con esa arma que tenía guardada desde hace años apuntándome en la cabeza.
Había prometido no llorar el día que ésto pasara, pero las lágrimas me quemaron los ojos como si se tratara de lava. Algo duro en mi garganta que provocaba que me faltara el aire. Hace años que no tenía ésta sensación.
Y luego, un fuerte sollozo escapó de mis labios.