21 DE DICIEMBRE DE 2000

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Querido Franklin,

Estoy un poco nerviosa, porque acaba de sonar el teléfono y no tengo ni idea de cómo ese tal Jack Marlin ha podido conseguir mi número, a pesar de que no figura en el listín. Dijo ser un realizador de documentales para la NBC. El curioso título provisional de su proyecto, «Actividades extracurriculares», suena a auténtico, y, además, ha tratado de distanciarse en todo lo posible de aquel «Horas de angustia en el Instituto de Gladstone» que emitió apresuradamente la Fox y que, según me explicó Giles, era poco más que una serie de lloros delante de la cámara y de fragmentos de funerales. Aun así, le pregunté a Marlin por qué pensaba que querría participar en un reportaje sensacionalista más que le hiciera la autopsia al día en que mi vida, tal como la concebía hasta entonces, se truncó, y me respondió que porque tal vez querría explicar «mi versión de la historia».

-¿Qué versión tendría que ser?

Yo ostentaba el récord de haber estado contra Kevin. Ya lo hacía cuando apenas tenía siete semanas.

-Por ejemplo, ¿fue su hijo víctima de abusos sexuales? -dijo, siguiendo las reglas, Marlin.

-¿Víctima...? ¿Él! ¿Seguro que estamos hablando del mismo chico?

-¿Y qué hay del asunto ese del Prozac? -Las frases de simpatía muy bien podían haber sido puro teatro-. Ésa fue su defensa en el juicio, y estuvo bien argumentada.

-Fue idea de su abogado -respondí con voz débil.

-En líneas generales, ¿piensa que Kevin fue un incomprendido?

Lo siento, Franklin. Sé que hubiera debido colgar, pero hablo con tan poca gente fuera de la oficina... ¿Qué le dije? Pues algo así:

-Me temo que comprendo a mi hijo demasiado bien. -Y añadí-: A ese respecto, Kevin debe de ser uno de los jóvenes mejor comprendidos del país. Los hechos hablan con más fuerza que las palabras, ¿no cree? Me parece que Kevin ha sido capaz de dar a conocer su particular visión del mundo mucho mejor que la mayoría de las personas. Me parece que usted debería entrevistar a chicos que no tengan tanta capacidad como él para expresarse a sí mismos.

-¿Qué cree que estaba intentando decir? -preguntó Marlin, excitado por haber pescado un auténtico ejemplar vivo de la que se ha convertido en una rarísima especie de padres, cuyos miembros se caracterizan por mostrarse extrañamente reacios a poner por las nubes a sus hijos durante los quince minutos que les concede la tele.

Estoy segura de que estaban grabando la conversación, y hubiera debido vigilar lo que decía. Pero, en vez de hacerlo, le espeté:

-Cualquiera que fuese su mensaje, señor Marlin, era claramente desagradable. ¿Por qué diablos desea proporcionarle un nuevo foro para exponerlo?

Cuando mi interlocutor comenzó a decir bobadas acerca de la vital importancia que tenía conocer lo que pasaba por la mente de esos muchachos conflictivos, para «ser capaces de ver venir aquello» la próxima vez, lo corté en seco.

-Yo estuve dieciséis años viéndolo venir, señor Marlin -le repliqué-. Y para lo que sirvió...

Y colgué.

Ya sé que hacía su trabajo, pero es un trabajo que no me gusta. Estoy harta de esos cazadores de noticias que se ponen a resollar ante mi puerta igual que perros que olfatearan que allí hay carne.Estoy cansada de que hagan de mí comida para perros.

Me sentí mejor cuando la doctora Rhinestein, tras decirme que era algo muy poco corriente, se vio obligada a reconocer que había contraído, ciertamente, una mastitis en ambos pechos. Los cinco días que pasé internada en el Hospital Beth Israel recibiendo antibióticos por un gotero fueron dolorosos, pero el dolor físico casi llegó a resultarme agradable, pues era una forma de sufrimiento comprensible, muy distinta de la desconcertante desesperación que me causaba mi recién estrenada maternidad. El alivio que me proporcionó un hecho tan simple como no oír berridos fue inmenso.

Tenemos que hablar de KEvINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora