Querido Franklin,
Hoy Kevin tenía un cardenal en el pómulo izquierdo, el labio inferior hinchado y rasguños en
los nudillos. Le pregunté si se encontraba bien, y me dijo que se había cortado al afeitarse. Tal vez la
observación más insignificante se interprete como un rasgo de humor cuando uno está encerrado.
Para él era, evidentemente, un placer negarme el acceso a sus problemas en Claverack; y ¿quién soy
yo para entrometerme en sus, sin duda, escasos entretenimientos? No insistí, pues, en el tema.
Hubiera podido quejarme más tarde a las autoridades del reformatorio de la poca protección que
recibía nuestro hijo, pero, considerando lo que les hizo a sus compañeros de instituto, mis protestas
por unos cuantos rasguños hubieran podido parecer fruto de una petulancia exagerada.
Prescindí de más preliminares. Cada vez me preocupa menos que se sienta o no a gusto durante
mis visitas, puesto que veo que no busca más que provocar mi desasosiego.
-Hay una cosa que me desconcierta -dije, yendo directamente al grano-. Casi puedo entender
que se apodere de uno un furor indiscriminado, que lo lleve a dar rienda suelta a sus frustraciones
contra todos los que se crucen en su camino.
Como le ocurrió hará un par de años a aquel hombrecillo hawaiano apocado y silencioso, que
perdió la chaveta...
-Bryan Uyesugi -asintió Kevin-. Coleccionaba peces de acuario.
-¿Mató a siete compañeros de trabajo, no?
Kevin hizo un ademán burlón de aplaudir.
-Tenía dos mil peces. Trabajaba en la Xerox. Reparaba fotocopiadoras. Utilizó una Glock de
nueve milímetros.
-Me complace mucho ver que tu experiencia te ha convertido en una autoridad en la materia.
-Vivía en Easy Street. Un callejón sin salida. Y su vida también lo era, al parecer -siguió
diciendo Kevin.
-Lo que quiero decir es que a ese tal Uyosugui...
-Uyesugi -me corrigió Kevin.
-Es evidente que no le importaba a qué compañeros de trabajo...
-Era miembro de la Sociedad Hawaiana para la Cría de Carpas. Quizá pensara que eso le daba
derecho a quejarse.
Kevin estaba haciéndose el enterado. Aguardé hasta asegurarme de que su pequeño recital había
concluido.
-Pero tú enviaste invitaciones personales a los asistentes a la fiesta que montaste en el gimnasio
-le solté sin más rodeos.
-No todos mis colegas actúan de manera indiscriminada. Fíjate en Michael McDermott, el
pasado diciembre. Trabajaba en Edgewater Technology, de Wakefield, Massachusetts. Una escopeta
del calibre doce. Un fusil de asalto AK. Blancos sumamente concretos: contables. Cualquiera que
tuviese algo que ver con los descuentos que le hacían del cheque de dos mil pavos de su nómina...
ESTÁS LEYENDO
Tenemos que hablar de KEvIN
Mistério / SuspenseEs una novela escrita por Lionel Shriver en el año 2003. Centrada en Kevin Katchadourian, un adolescente responsable de varios asesinatos en su escuela, está narrada en forma de novela epistolar desde la perspectiva de su madre, Eva. En 2011 fue ada...