24 DE FEBRERO DE 2001

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Querido Franklin,

Hoy Kevin tenía un cardenal en el pómulo izquierdo, el labio inferior hinchado y rasguños en

los nudillos. Le pregunté si se encontraba bien, y me dijo que se había cortado al afeitarse. Tal vez la

observación más insignificante se interprete como un rasgo de humor cuando uno está encerrado.

Para él era, evidentemente, un placer negarme el acceso a sus problemas en Claverack; y ¿quién soy

yo para entrometerme en sus, sin duda, escasos entretenimientos? No insistí, pues, en el tema.

Hubiera podido quejarme más tarde a las autoridades del reformatorio de la poca protección que

recibía nuestro hijo, pero, considerando lo que les hizo a sus compañeros de instituto, mis protestas

por unos cuantos rasguños hubieran podido parecer fruto de una petulancia exagerada.

Prescindí de más preliminares. Cada vez me preocupa menos que se sienta o no a gusto durante

mis visitas, puesto que veo que no busca más que provocar mi desasosiego.

-Hay una cosa que me desconcierta -dije, yendo directamente al grano-. Casi puedo entender

que se apodere de uno un furor indiscriminado, que lo lleve a dar rienda suelta a sus frustraciones

contra todos los que se crucen en su camino.

Como le ocurrió hará un par de años a aquel hombrecillo hawaiano apocado y silencioso, que

perdió la chaveta...

-Bryan Uyesugi -asintió Kevin-. Coleccionaba peces de acuario.

-¿Mató a siete compañeros de trabajo, no?

Kevin hizo un ademán burlón de aplaudir.

-Tenía dos mil peces. Trabajaba en la Xerox. Reparaba fotocopiadoras. Utilizó una Glock de

nueve milímetros.

-Me complace mucho ver que tu experiencia te ha convertido en una autoridad en la materia.

-Vivía en Easy Street. Un callejón sin salida. Y su vida también lo era, al parecer -siguió

diciendo Kevin.

-Lo que quiero decir es que a ese tal Uyosugui...

-Uyesugi -me corrigió Kevin.

-Es evidente que no le importaba a qué compañeros de trabajo...

-Era miembro de la Sociedad Hawaiana para la Cría de Carpas. Quizá pensara que eso le daba

derecho a quejarse.

Kevin estaba haciéndose el enterado. Aguardé hasta asegurarme de que su pequeño recital había

concluido.

-Pero tú enviaste invitaciones personales a los asistentes a la fiesta que montaste en el gimnasio

-le solté sin más rodeos.

-No todos mis colegas actúan de manera indiscriminada. Fíjate en Michael McDermott, el

pasado diciembre. Trabajaba en Edgewater Technology, de Wakefield, Massachusetts. Una escopeta

del calibre doce. Un fusil de asalto AK. Blancos sumamente concretos: contables. Cualquiera que

tuviese algo que ver con los descuentos que le hacían del cheque de dos mil pavos de su nómina...

Tenemos que hablar de KEvINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora