18 DE FEBRERO DE 2001

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Querido Franklin,

¿Sabes una cosa? Estaba pensando que tal vez hubiera podido superarlo todo - aquel jueves, los

juicios, incluso estar tan lejos de ti- si Celia hubiera permanecido a mi lado. Sin embargo (por

sorprendente que te parezca), me gusta imaginarla contigo, imaginaros juntos. Y me alegraría que,

finalmente, llegaseis a conoceros mejor el uno al otro. No fuiste un mal padre para ella -no te

criticaré-, pero te preocupaba tanto que Kevin pudiera sentirse postergado, que quizá te excedías en

tus demostraciones de que continuabas estando de su parte. A ella, en cambio, la mantenías más bien

a cierta distancia. Y, además, a medida que crecía, se volvía cada vez más guapa, ¿recuerdas? Su

belleza, un tanto etérea gracias a aquel espléndido cabello rubio que siempre tenía que retirarse de la

cara porque se la tapaba a medias, no la envaneció, y nunca perdió su innata timidez. Creo que eso te

disgustaba, por lo que pudiera sentir Kevin, al igual que el hecho de que la gente la encontrara

encantadora, mientras que con él tendía a mostrarse cautelosa, así como a prodigarle excesivos y,

evidentemente, falsos elogios; a algunas personas incluso se les escapaba un suspiro de alivio

cuando íbamos de visita y comprobaban que Kevin no nos acompañaba. Pensabas que aquello no era

justo. Y supongo que, en el fondo, tenías razón.

Quizá mi amor por Celia resultara demasiado fácil. Hasta es posible que, teniendo en cuenta mi

manera de ser, Celia fuera para mí una especie de estafa, puesto que durante toda mi vida había

luchado por superar las dificultades y vencer mis temores. Sencillamente, era imposible no

encontrarla adorable. No puedo recordar a nadie que no admirara su dulzura, aunque no estoy

demasiado segura de que causara una impresión viva y duradera en la gente. A muy pocos de

nuestros vecinos, en cambio, les caía bien Kevin, por más que fueran demasiado educados para

decirlo abiertamente, pero ninguno lo olvidó jamás. Y los miembros de nuestras familias tampoco lo

podían tragar. A tu hermana Valerie la ponía sumamente nerviosa que Kevin vagabundeara sin

vigilancia por las habitaciones de su recargada casa, y, sólo por no perderlo de vista, iba detrás de él

ofreciéndole bocadillos que siempre rechazaba. Y, en cuanto Kevin cogía un plato de postre o

jugueteaba con la borla de una cortina, Valerie corría a quitarle aquel objeto de las manos. Mucho

antes de que los problemas de Kevin fueran noticia a escala nacional, cada vez que Giles preguntaba

por nuestro hijo daba la sensación de lanzar una red para ver si podía pescar pequeñas anécdotas que

confirmaran los prejuicios que tenía hacia él. No era fácil simpatizar con Kevin, y mucho menos aún

quererlo, pero este aspecto de su personalidad hubiera debido ser un reto para una persona luchadora

como su madre. Era difícil querer a Kevin del mismo modo que es difícil comer bien en Moscú, o

encontrar un alojamiento barato en Londres o una lavandería automática en Bangkok. El problema

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