Capítulo 3: Bienvenida a mi mundo

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Savannah bajó del coche, de nuevo encantada y embobada con la sonrisa y la cordialidad de Eddie. Ella se sentía toda una princesa con tal servicialidad, pero Cy pensaba que el pobre muchacho sólo hacía lo que le exigían, para eso le pagaban, aunque debía admitir que no actuaba como si le pesara, siempre era amable y risueño, como su amiga... Tal vez no era tan mala idea emparejarlos, parecían gustarse mutuamente. Probablemente Eddie se espantaría al saber la edad de Savannah, ya que la rubia aparentaba bastante más de lo que realmente tenía, y él muchacho aparentaba menos. Pero era obvio que era mayor, ya que si no lo fuera, no podría trabajar para los Rose. Cuando un mayordomo arrugado, canoso y de esmoquín, abrió la puerta doble de roble de la entrada de la casa de Cy, Savannah se tapó la boca para contener un grito. Era enorme. No podía llamarse casa, sino mansión. Una mansión de tres pisos visibles, más uno subterráneo. Tenía el piso de mármol blanco, muebles de roble, rústicos pero elegantes a la vez. Arañas de cristal de variadas formas colgaban en los techos de todas las habitaciones, y variaban su tamaño según el de dónde se encontraran. Tenían cuadros de paisajes bellísimos, fotos familiares en lugares exóticos, enormes espejos y ventanales que reemplazaban paredes enteras. El frente de la casa estaba bordeada por un jardín de rosas blancas, y detrás de la casa, del lado de la habitación de Cyrene, había un enorme rosal de rosas rojas. El cesped era de un verde fuera de lo normal, cortado perfectamente al ras, y regado por rociadores automáticos. Pero Savannah no prestó atención a eso, sino a la elegante mansión en la que avanzaba. Cy decició ir directamente a su habitación, para hablar con Savannah primero, antes de cruzarse a sus padres. Y evitarlo si fuera posible.

Eddie las acompañó por el ascensor que estaba frente a la puerta principal, pero del otro lado del enorme pasillo, que dividía en dos lados la casa. Cuando llegaron a la habitación, el muchacho se retiró.

-¡Dios mío! Quiero verlo todo, quiero saber por qué hay tantos pisos y qué hay en ellos y, y, y...- comenzó a tartamudear y se dejó caer en la cama de dos plazas de Cy. Era una cama con dosel, un suave y cómodo colchón con sommier, un sillón de cuero blanco en los pies de la cama y dos almohadas de plumas. Las sábanas eran de algodón egipcio y el cubre cama era afelpado, animal print cebra en colores tierra. En cada poste del dosel, había cortinas color hueso que la dejaban encerrada si quisiera. Tenía un enorme ventanal junto a la cama, que daba a los rosales, un armario, lleno de cajones y percheros, que tapaba la pared frente al ventanal, vacíos por que Cy tenía poca ropa, sobria, como prefería. El piso era de madera, y había una linda alfombra que cubría la mayor parte despejada del suelo, traída directamente de Italia, diseñada para ella, igual a su cubrecama. Tenía un hermoso espejo de dos metros por tres y un pequeño baño personal, con ducha. Blanco, negro y rosa, elegante y delicado. Savannah se agotaría observando cada ínfimo detalle, sólo miraba de aquí para allá constantemente, descubriendo cosas nuevas. Tras dos puertecitas en la pared a la altura de la cama, se escondía un televisor de cuarenta pulgadas, un dvd y todo postrado en la pared en un mueble escondido. Al lado de la cama, en una mesa de luz, había una pequeña computadora de Apple rosada. La rubia holandesa estaba perpleja, realmente sorprendida.

-Mira, te lo explicaré rápido y cuando mis padres se vayan, te lo mostraré todo- exhaló nerviosa y se retorció ambas manos -En éste último piso, en el que estamos, el cuarto, están las habitaciones principales, la de mis padres, la mía y una biblioteca, con una mesa y varias sillas. En el piso de abajo, está la sala de juegos, un salón con jacuzzi y reposeras, la sala de estar y las oficinas de mis padres. El siguiente, por el que entramos, está la cocina, el living, el comedor y dos habitaciones pequeñas de huespedes- suspiró, dio vueltas cerca de la ventana, miró afuera y al ver su rosal, se relajó un poco -Y el último piso, son las habitaciones de la gente que trabaja acá. Y el depósito de despensas de comida, vinos y eso, ya sabes- se relajó al darse cuenta que no se le había olvidado nada. Y que su amiga había cerrado la boca, de modo que parecía menos sorprendida. Eso debía ser bueno.

Bajo el color del cielo (Cy y Dev)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora