Aparecí en un puesto lleno de tumbas. No podía moverme. Es más, no me veía. Revisé mi estado. No había ni un cacho de mi entrenador. Me quedé a 0 medallas. Y las imágenes de los entrenadores de la liga Johto que aparecen debajo habían sido sustituídos por calaveras.
¿Y mis Pokémon?
Ahora tenía 6 Unown de nivel 25. Ya imagináis el resto. Deletreaban "IMDEAD" (Estoy muerto).
Luego me dí cuenta que la habitación en la que "estaba" era una gran tumba. Seguida de otras tumbas a los lados. Apareció un texto que decía "R.I.P...."
Mi entrenador estaba muerto desde un principio, supongo. Desde años antes de derrotar a Red.
Al parecer fue un entrenador que, sin importar sus esfuerzos por lograr todas las medallas, por muy buen maestro que fuera, fue incapaz de evitar la muerte. Ese estado que nos llega a todos un día u otro.
Y es que, por mucho que lo rejugué, siempre acababa igual. No importaba lo que hiciera. Acabé asqueado y tirando el juego por ahí, pero nunca tuve el valor de tirarlo a la basura.
Al poco me llegó el Pokémon Alma de Plata. Vaya juegazo! Lo disfruté plenamente.
Pero aún no me puedo quitar de la cabeza ese maldito hack, no sólo por su extraña lección de vida, sino por el miedo de que un niño podría haber comprado un juego así, igual que yo, creyendo que era el original. Todavía es de esperar encontrar rarezas al jugar un hack bajado de internet, pero cuando compras un juego usado no.
Entonces decidí ir a quejarme a Gamestop, no para que me devolvieran el dinero, sino porque no hayan probado el juego antes de venderlo (cuando menos si se toparan con que no se puede avanzar de la pantalla de game freak en primer lugar). Les dije que el juego tenía realmente contenía un hack muy extraño. Probaron el juego, comenzó todo bien, como si estuviera nuevo, ni siquiera había un juego guardado.
Entonces decidí probarlo en mi Game Boy, delante de todos. De igual manera, corrió perfecto, sin ningún rastro del terrible hack.
No puedo dejar de pensar en lo que ese deformado juego me enseñó
