La chica adecuada

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 Scorpius guardaba en su baúl apenas un par de libros, algo de ropa y varias cartas para añadir a su colección particular. No necesitaba llevarse gran cosa puesto su casa estaba llena de todo aquello que necesitase.

Albus, en cambio, parecía estar empacando para irse varios meses. Le lanzó un jersey que encontró entre sus cosas (y que le había prestado varias semanas atrás) con poca delicadeza. Aterrizó en la cabeza del moreno. No pudo evitar echarse a reír.

—No van a robarte nada, ¿sabes?—añadió tumbándose en la cama de su compañero en el único hueco sin trastos que quedaba.

—Cosa que me deje aquí, cosa que mi madre querrá que me ponga, te lo aseguro.

—Albus Severus Potter, tienes diecisiete años. Es hora de que dejes de vestirte como le gusta tu madre.

Hizo ademán de ir a desordenarle el pelo pero Albus hizo uno de sus amagos de debería-estar-en-elquipo-de-Quidditch y Scorpius acabó en el suelo. Maldito Potter, si estuviera en el equipo ganarían la Copa de Quidditch seguro; pero no, tenía que alejarse lo posible de la imagen de su hermano y la leyenda de su padre. A Scor no le importaba en absoluto, aunque él era mejor como cazador y no había tenido que comprar su puesto sobornando con escobas nuevas.

—Llévate algo pijo para cuando vengas a mi casa. La nuit de Noël se celebra de etiqueta en la familia Malfoy—comentó poniéndose en pie con un gesto falsamente altanero.

Albus se encogió de hombros y continuó metiendo cosas en el baúl que sin duda alguna debía tener un hechizo agrandador.

—¿Te ha contestado ya tu padre, Scor?—preguntó entonces el moreno.

—No, pero no te preocupes. Me encargué de ponerle en tal aprieto que no pudiera negarse.

Ambos chicos se sonrieron con cierta malicia y mucha complicidad. Albus había invitado a su familia por carta, diciendo que Lily y él ya habían aceptado por toda la familia; Scorpius se lo había comunicado a su padre cuando los Potter habían dado el "sí" definitivo. La idea había sido obra de la pequeña Lily para sorpresa de los dos Slytherins: quizás fuera verdad que las mejores mentes pertenecen siempre a Ravenclaw.

Albus le había dicho que su hermana quería ver su viñedo, pero Scor sabía la verdad: Lily llevaba ya años suspirando por él. Todo había empezado como un amorío de niña pequeña, pero entrar en la adolescencia simplemente le había dado alas. A Scor le gustaba regalarle palabras bonitas y hasta algún pequeño coqueteo porque se le iluminaba la mirada, pero tampoco quería hacerle ilusiones: era la hermana pequeña de su mejor amigo, nada más.

Scorpius recordó entonces que no había guardado en su baúl aquel pequeño cofre de trofeos que llevaba siempre a dónde durmiera (por miedo a perderlo). La caja era un herencia de los Malfoy, con la gran M y todo parafernalia mellada por el tiempo. Tenía el interior de terciopelo negro y Scorpius se había dedicado a llenarla de tonterías (importantes) desde los tres años de edad. No era mayor que un libro de bolsillo, así que había tenido que ir seleccionando con cuidado los objetos que merecían realmente estar allí dentro.

Albus era uno de los pocos que conocían aquel pequeño secreto y el resto de sus compañeros estaban ya en el Gran Comedor (Potter era odiosamente meticuloso y lento), así que no le importó sacarlo de su escondite y abrirlo. Allí estaba la primera notita que Albus le había pasado, en su primer año en el castillo; un pequeño frasco de cristal con arena de la playa de Normandía, almejas, un par de hojas secas de olivo, una perla del collar de su madre que rompió con nueve años, astillas de la primera varita que destrozó en su tercer año y un diente. Claro que el diente no era suyo, pero esa historia era privada y ni Albus había conseguido que se la contara.

Si no te tengo | DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora