Pura fachada

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Scorpius había observado a James mientras hablaba. Aquel movimiento con su cabeza, que había tambaleado el pequeño tupé rizado y marcado su línea de la mandíbula. Había visto el inicio de una cicatriz que suponía, continuaba por su espalda. También se había percatado de la mueca coqueta al hablar con su madre. No era la primera vez que la veía, la usaba con toda mujer que no fuera de su propia familia. Pero sobretodo había sido, con toda probabilidad, único espectador de cómo la luz brillaba en sus ojos al hablar del Quidditch y se desvanecía segundos más tarde cuando el foco de atención volvió a su hermano mediano.

James había desviado la mirada intentando disimular su molestia, pero Scor había podido observar de nuevo el contorno de su mandíbula ante su enfado. Y el mayor de los Potter-Weasley captó su mirada y le envió una de desafío; moviendo sus labios sin hacer el menor ruido le dijo un claro "¿qué estás mirando?".

Ese era James. Desde prácticamente siempre. Popular, orgulloso, vacilón y poco más que un crío celoso por dentro. Scorpius se había dado cuenta de ello cuando apenas estaban en tercer curso. James era toda una celebridad, aquel a quien todos saludaban y al que más "chócala" le decían. Scor ni entendía cómo no se cansaba de hacerlo. Con su grupo de cuatro amigos, se hacían llamar Los Nuevos Merodeadores y toda broma decente en la Escuela era obra suya. El 60% de las chicas del instituto suspiraban por sus huesos y el 40% restante le odiaban por haberles roto el corazón. Era la estrella del equipo de Quidditch de Gryffindor y había ganado la Copa cada año desde que en 2º había entrado como Buscador. Todo esto con 16 años. James Sirius Potter, digno de sus nombres y su apellido, incapaz de dejar a nadie indiferente.

Y pese a que Albus, el serio, estudioso y aparentemente tímido Albus, debería haber sido el que se sintiera a la sombra de dos mitos imposibles de superar... las tornas estaban cambiadas. Porque a Al no le importaba que su hermano fuera el guaperas, el popular o el ligón. Ni tampoco la estrella del deporte. Ni si quiera que fuera el alumno más querido de Gryffindor. Albus sólo quería ser él mismo, sin ser comparado con nadie, sin que le presionaran. Ser feliz en su diferencia. Y lo conseguía cada día.

Scor disfrutaba de observar la dinámica entre los dos hermanos (probablemente porque él era hijo único), cómo Albus sacaba de quicio a James en apenas tres frases mientras que el mayor era incapaz de hacer sudar al mediano. Como Albus entendía que su hermano intentaba superar, o al menos igualar, a su padre, seguir sus pasos... sin entender que era imposible. Y cómo James no comprendía que Albus les quería y respetaba, sin necesidad de ansiar ser como ellos.

Así que a partir de aquel curso se fijó en como su alegría y desparpajo parecían estar opacados por una mirada triste, cansada. Lo mucho que se esforzaba en ser popular, en caer bien a todos, en ser gracioso hasta poner en peligro su futuro, en ser temerario y valiente aunque significara pasar un tercio del año escolar visitando la enfermería, y en conquistar a tantas mujeres como pudiera. Todo ello en una manera de reafirmarse, de demostrar que era el más Gryffindor, el más divertido, el más guapo y encantador. James Sirius Potter, pura fachada.

Scor podía ver bajo todo aquello lo infeliz que hacía intentarlo tanto y ver que nunca conseguía su meta. Era imposible, siempre aparecería alguien más guapo, divertido y simpático. Y por desgracia para él, cuando salió al Mundo Mágico, también había alguien mejor en Quidditch.

Y en aquel momento, uno frente al otro, en su acogedor viñedo, como en otras tantas ocasiones, el rubio deseó poder decirle que si dejara de intentarlo, seguiría siendo guapo, divertido y alucinante; pero además feliz. Pero en vez de eso, puso los ojos en blanco y le dedicó toda su atención a Lily Luna Potter.

—Creo que no te he dicho lo hermosa que vas esta noche—tomó con su mano uno de los mechones de su pelo, acariciando una de las flores plateadas que se abrió bajo su tacto, mágicamente—Precioso detalle.

Lily se puso del color de su pelo, sin dejar de sonreírle.

—Aunque si puedo ofrecer mi opinión, no pedida—se acercó más a ella—....no necesitas maquillaje para deslumbrar.

El color rojo de sus mejillas ascendió un par de tonos y se abanicó apenas dos movimientos con la mano antes de fingir rizarse un par de bucles que escapaban de su nuca.

—Scorpius, seguro que se lo dices a todas...—jugueteó.
—Sólo si de verdad lo pienso.
—¿El baño?—interrumpió James, con semblante aburrido.

Albus hizo ademán de hablar, aunque aun miraba a Scor con sospecha y más bien cierta "amenaza". Al no era la clase de hombre que se acercaba a otros tipos a chillarles que se alejaran de su hermana, pero seguro que no le hacía gracia. El pequeño Malfoy se levantó de su asiento, servicial, quizás algo más rápido de lo que aprecia el decoro.

—Yo te lo muestro, está en el piso de arriba.

James le dedicó una mirada de sospecha, pero pronto se encogió de hombros y levantó de la mesa. Scor le adelantó, rodeando la mesa y comenzó a subir las escaleras.

—Había uno en la planta baja, pero ampliamos la cocina y bueno, arriba hay cuatro, sobra y basta...

El segundo piso era un gran pasillo, decorado con cuadros mágicos de Malfoys que se quedaron en Francia cuando la otra parte de la familia emigró a Inglaterra. Algunos anteriores. Varias puertas acompañaban los cuadros que daban a las diferentes habitaciones y baños, aunque estaban cerradas.

Scor abrió la penúltima y entró en ella. James, con las manos en los bolsillos de los vaqueros, le seguía, observando las pinturas con desdén. Al cruzar la puerta se dio cuenta de que estaba en un dormitorio y no en un baño.

—¿Eh...?
—Oh, sí. Bueno, tengo baño en mi cuarto. Quería aprovechar el viaje para coger esto—en su mano, un pañuelo de seda verde Slytherin, que se guardó cuidadosamente en bolsillo externo de la chaqueta.
—Habría sido un insulto a la etiqueta no hacerlo...—contestó irónico.

Pero la mirada de James observaba el dormitorio con cierta aprobación. Tenía una cama de cuerpo y medio con una funda nórdica de Star Wars, una colección de libros y comics entremezclados, la misma TV y consola que había abajo (sospechaba de un hechizo duplicador o de espejo), una buena colección de música y cine muggle, pósters de equipos de Quidditch y de música mágica que se movían, adornos de Slytherin, un desorden controlado de ropa y pergaminos y lo que más le llamó la atención: un bajo eléctrico.

—¿Sin fotos de buenorras en tetas, Malfoy?
—Las encuentro del todo sexistas, Potter.

Mantuvieron una mirada de desafío unos instantes, pero ambos sonreían por las comisuras. James volvió a encogerse de hombros y abrió la única puerta de la habitación que no parecía un armario.

Scor hizo un movimiento de victoria, como si acabara de anotar un tanto con la Quaffle. Se sentó en su propia cama y se levantó al momento. Tenía un espejo de cuerpo entero en una de las paredes, se observó varios segundos y empezó a colocar bien ciertos mechones ondulados que empezaban a caer lacios y sin vida.

James salió del baño, secándose las manos en los vaqueros, por lo que Scor dejó de acicalarse abruptamente.

—¿Poniéndote guapo para mi hermana? Creo que ya la tienes a punto de caramelo.
—Para ella no—contestó con su mejor sonrisa arrebatadora.

James elevó una ceja (exactamente igual que su amigo Albus) e hizo ademán de salir frente a Scor sin mediar palabra, pero el rubio se adelantó y sacó una pequeña postal con el escudo de los Chudley Cannons. Y una pluma.

—Algún día valdrá millones—añadió Scor alzando un poco más los dos objetos.
—Como si te hicieran falta—contestó bromista, pero la sonrisa y la luz estaban de nuevo en sus ojos.

Le firmó la pequeña estampilla y se la devolvió. Se tocaron un instante, compartiendo sonrisa.

—Y ahora vuelve ahí abajo a decirle a mi hermana lo guapa que se ha puesto y a sacar a Albus del lío en el que le ha metido tu padre.
—Sí, señor—imitó un gesto militar y salió de la habitación con una sonrisa en la cara.

Si no te tengo | DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora