Cold beer

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James se dejó caer en el mullido asiento de cuero viejo de estilo americano del pub. Frente a él, un chico apenas un año menor que él, de piel oscura y pelo rizado eternamente despeinado. A pesar de la corta diferencia de edad, los enormes ojos azules y las pecas bajo sus ojos le otorgaban el aspecto de un crío en plena pubertad.

Pero el muy hijoputa llevaba su túnica de los Montrose Magpies y todas las chicas del bar (mejor dicho, todas las personas del bar) le observaban con una extraña reverencia.

—Freddie, eso es jugar sucio.
—Acabo de salir del entrenamiento, ni me he duchado.
—Y tan sucio entonces.

Fred Weasley II le dedicó una sonrisa torcida, pero James se rió a gusto de su propia broma. Al hacerlo, una mueca de dolor le atravesó la cara.

—¿Estás bien?
—Sí, sí. Una gilipollas de mi clase me ha lanzado volando por la ventana.
—¡¿Qué?!
—Es un primer piso, pero he tenido que caer encima de las rocas y no de los arbustos.
—¿Y no se te ha ocurrido pasarte por la enfermería?
—¿Y darle esa satisfacción? Ni hablar. He vuelto a clase como si tal cosa.

Fred estaba con la boca abierta dispuesto a contestar cuando llegó un mago de unos treinta y pocos años a tomarles el pedido. Ambos pidieron una cerveza (con alcohol y bien amarga, las de mantequilla las habían abandonado a sus recuerdos de juventud) y el hombre les pidió los carnets de identidad. Los dos amigos se miraron con complicidad y sucedió lo de siempre cuando el hombre vio no sólo las edades, sino los nombres:

—La casa invita, por favor.
—No hace falta.
—Insisto.
—Si insistes...

No habían pagado una copa en mucho tiempo. Por eso les gustaba alternar diferentes bares mágicos por toda Inglaterra. Los dos tenían el alma problemática, bromista y sinvergüenza de aquellos a quienes honraban con sus nombres.

La puerta se abrió y un hombre extremadamente alto y delgado entró por ella. Los dos jóvenes se levantaron y empezaron a aplaudir y aclamar al recién llegado.

—¡No me digas que Vicky te ha dado permiso para venir!
—¡OH, DIOS MÍO! ¡Si es Teddy, en carne y hueso!

Los dos chicos siguieron con el teatro hasta que Ted Lupin se sentó junto a ellos. Aquella noche llevaba el pelo de un morado oscuro, algo que contrastaba profundamente con el traje elegante y sencillo y el maletín desvencijado que una vez perteneció a su padre.

—Algunos tenemos un trabajo de verdad y pareja estable, ¿sabéis?
—¿Está insinuando que ser un jugador de Quidditch no es un trabajo de verdad?
—Creo que sí, querido Jimmy.
—Y se hace llamar nuestro amigo...

A pesar del tono de ofendido, los ojos de James resplandecían de felicidad. Al fin tenía un poco de paz y tranquilidad, o mejor dicho de diversión culpable. Sin sus padres para darle la murga, sin sus hermanos para lanzarle miradas envenenadas, sin esos compañeros de clase que le odiaban por su trato especial y sin los otros jugadores de su equipo que conseguían muchas más horas en los partidos que él. En ese momento estaban sus dos mejores amigos sentados a su lado, música rock antigua en sus oídos y una cerveza bien fría en la mano; el paraíso.

—¿Se cuece algo interesante en el servicio de apoyo a hombres lobo?
—Lo de siempre. Hombres lobo.
—Gracias, Ted, ha sido del todo esclarecedor.

James dedicó unos instantes a beber de su fría jarra y a observar el intercambio de frases como si fuera un partido de tenis. Fred y él eran como dos gotas de agua (en cuanto a personalidad, por supuesto); habían puesto el Castillo patas arriba con la ayuda de Junior y Molly. Ted, en cambio, era un hombre de aspecto extravagante, pero de personalidad sosegada y amable. James le consideraba una mezcla entre hermano mayor y tío: siempre estaba allí para sacarle de un lío y que su padre no se enterase o para meter algo de sentido común en esa cabezota suya. Había vivido en la casa de los Potter desde los quince (cuando murió su abuela) hasta que se independizó a los veintipocos. Se veían bastante a menudo, pero siempre iba de la mano con su prometida Victoire.

Su prima Vicky (como él amaba llamarla para molestar) había sido su crush de la infancia y parte de la adolescencia y el hecho de que ella fuera una marimandona obsesionada con el orden hizo que chocaran desde siempre. No estaba en su lista de personas favoritas, pero como pareja eran adorables. Algo vomitivos.

—James, no llegaste a contarme por qué te pasaste las Navidades castigado.

La voz de Freddie le sacó de su ensoñación, sintiéndose algo culpable por fantasear con su prima y prometida del tío que tenía delante. Un vaso de whiskey con hielo llegó un instante después.

—¿Castigado? ¿a tu edad?—Ni Ted pudo evitar mofarse.
—Llamémosle trato hostil, mejor que castigo. Nada, que mis padres me obligaron a ir a visitar a los Malfoy y pasó lo que les avisé: que terminó mal.
—¿A casa de los Malfoy?—la voz de asco de Fred dejó muy patente el afecto que sentía por la familia.

Para la mayoría de los Weasley, cualquiera con pasado mortífago seguía siendo una persona detestable, por mucho perdón que pidiera o hiciese lo que hiciese para remediarlo. Ninguno perdonaba la muerte de Fred, y mucho menos su tocayo y sobrino.

—Les conté algo que vi hace unos años y se armó la de Dios.
—¿Qué viste?—la malicia bullía en los ojos de Fred.
—A Draco enrollándose con un muggle.

El brinco que dio Fred casi derriba la mesa y con ella las bebidas. Se movieron peligrosamente y si hubieran estado llenas, probablemente se hubieran derramado. Su risa resonó por todo el local, logrando que varias personas se girasen mirando de nuevo al trío escandaloso de la esquina. Ted, en cambio, apenas pestañeó.

—¡¿Draco Malfoy es marica?!
—Dumbeldore también gay—contestó Ted con tono pragmático.
—¿Intentas compararlos?
—Respeto tu odio por él, por su pasado; pero no que utilices su condición sexual como munición.
—Aguafiestas—respondió Fred sacándole la lengua.
—Y tú no tenías derecho a tratarle así en su casa.

Cuando los reproches dispararon en su dirección, James levantó las manos con fingida culpabilidad.

—No mates al mensajero. Él fue quién hizo mal. Engaña a su mujer.
—Eso tú no lo sabes. Pero fuiste a su casa, le insultaste y dejaste en ridículo delante de su familia. Es una falta de respeto y empatía.
—Don Altura Moral, deja los sermones para el trabajo, gracias. Intento disfrutar de mi cerveza.

Ted puso los ojos en blanco y vació la mitad de su whiskey de un solo trago.

—Sólo digo que si alguien fuera invitado a tu casa y dejase caer una bomba así sobre tu padre, no te haría nada de gracia.
—Mi padre es mejor que eso.
—¿Estás seguro?—preguntó entrecerrando los ojos, midiendo su respuesta.

James saltó al instante, enfadado:

—¿Pero de qué vas? Es tu padrino, te ha cuidado toda la vida, ¿y ahora pones en duda su honradez?
—Quería probar mi argumento. Y creo que ha quedado claro. No te gustaría.
—¿Y eso te hace dormir mejor por las noches? ¿tener siempre la razón?
—Sí, pero también prueba algo más: le debes una disculpa.
—¿A Draco Malfoy?

Ted decidió escoger ese momento para volverse teatral como ellos. Dio otro largo sorbo hasta vaciar el vaso y se levantó para ponerse la chaqueta.

—Sí, a él y a su mujer.

Fred y James se miraron con cara de pocos amigos mientras Ted se agachaba para recoger su maletín. Disculparse con la pareja de puristas (o expuristas) y estirados aristócratas era lo que menos le apetecía del mundo. Fred le entendía y encontraba cierto respaldo en ello. Ted se dispuso a salir del local, pero un momento antes de llegar a la puerta se dio la vuelta:

—Y, por supuesto, a su hijo.

Si no te tengo | DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora