Lazo de pajarita

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Harry Potter llevaba quince minutos intentando hacerse un nudo de pajarita con sus propias manos. El hechizo siempre se la dejaba demasiado prieta y con un aspecto plástico muy falso. Su condición de Elegido y Salvador del Mundo Mágico le había valido invitaciones a fiestas y ceremonias para toda una vida. Sabía hacer aquel lazo a la perfección (las corbatas le hacían parecer bajito y sin cuello), pero era incapaz de concentrarse.

Se miraba en el espejo intentando llenarse de valor. Era una cena, una maldita y simple cena. Nada más. Seguro que los Malfoy tenían una larguísima mesa en el comedor y podría sentarse a cinco metros de Draco. Un apretón de manos al llegar, palabras amables, intercambio de historias del trabajo, no rozar temas peliagudos y a la cama pronto con la excusa de tener que preparar la comida de Navidad. Sencillo. Había dado discursos casi multitudinarios, dirigía la oficina de Aurores, se había acostumbrado a los eventos en los que saludar a todos los invitados... aquello no era nada.

Volvió a estropear el lazo de la pajarita. Se la quitó con disgusto y la lanzó sobre la cama.

Observó su reflejo. Era extraño, porque pensar en Malfoy le hacía volver a sentirse un crío y el hombre que tenía ante él no lo aparentaba en absoluto. El entrenamiento como Auror le había dotado de hombros anchos y una musculatura plana aunque no marcada. Llevaba el pelo bastante corto (a cepillo), ya que era la única forma de mantenerlo ordenado. Hermione le había ayudado a poder cortarlo sin que le creciera cada mañana. Una barba cuidada, pero corta, acentuaba el gesto severo que necesitaba en su trabajo. Empezaba a quedar marcada por el blanco de canas rebeldes. La cicatriz seguía allí, con menor intensidad, pero ya no la escondía. Para el trabajo y algunos actos oficiales utilizaba lentillas muggles o un hechizo que habían descubierto (pero que él no conseguía que durara más de cinco horas); pero aquella noche decidió mantener las lentes redondas que siempre le habían caracterizado.

Llevaba una túnica de gala muy parecida a la que había lucido en el Baile de Navidad de su cuarto año en Hogwarts, aunque de colores tierra y granate. Siempre era buen momento de recordar los colores de su casa, aquel mejor que ningún otro.

Sin duda alguna los años le habían sentado muy bien.

Ginny entró entonces por la puerta de la habitación. Llevaba un vestido largo y con brillantes, de color azul turquesa, resaltando la palidez de su piel y el naranja de su cabello. Llevaba un recogido despeinado y maquillaje suave, no necesitaba más.

—¿Todavía no estás listo? Faltan menos de diez minutos para que se active el translador—no había reproche en sus palabras, sino sorpresa. Harry siempre era el primero en prepararse y esperaba a su familia sentado en su sillón leyendo el Profeta.

Harry recogió la pajarita y se la mostró con cara de derrota. Su mujer sonrió y se puso manos a la obra. Bajo aquella cercanía podía encontrar signos de edad en el rostro de la pequeña de los Weasley, pero seguía siendo hermosa. Su cuerpo había adquirido curvas tras los embarazos, pero se mantenía en forma. Aun entrenaba al Quidditch aunque se hubiera retirado. Nunca saldría del mundillo: tenía su propia escuela para niños y jóvenes, escribía artículos y comentaba partidos de invitada... Conforme sus hijos crecían cada vez pasaba menos tiempo en casa.

Pero no era únicamente por trabajo.

Harry conocía las infidelidades de su mujer (era el jefe de los Aurores por algo más que derrotar al Señor Tenebroso), pero nunca había dicho nada. No le culpaba. Siempre había sido una mujer hermosa y con alma de rompecorazones. Y él tampoco había sido un santo. Hacía ya años de aquello. ¿Veinte desde aquel último encuentro? ¿Tal vez más? Pero aun recordaba cada instante de aquel despropósito al que no quería ni llamar aventura. Fue un experimento, dos personas confundidas, nada más. ¿A quién intentaba convencer?

Ginny le besó entonces, tomando su mirada perdida por algo que no era. Se separó unos segundos después, llevándole de la mano al salón donde sus hijos ya esperaban impacientes. Albus estaba sentado en uno de los sillones, con un paquete perfectamente envuelto en sus manos; gesto serio, traje negro impoluto. Lily se había arreglado para la ocasión con un vestido plateado y vaporoso, el pelo con rizos y trenzas adornadas por flores de plata y maquillaje que le añadía años; incluso unas sandalias con tacón que la elevaban a la altura de Albus. Parecía una hermosa y etérea figura de cristal con el pelo de fuego. En cambio James, que trasteaba con gesto aburrido con el traslador (un pañuelo de seda verde), había decidido mostrar su desacuerdo con la visita vistiendo unos vaqueros ajustados, camisa blanca y corbata fina. Para completar el look unas deportivas "de vestir" y una chaqueta de cuero estilo aviador. Muggle de pies a cabeza, donde sabía había gastado más tiempo en lograr que su flequillo ondulado se convirtiera en una onda pseudotupé brillante y lisa. Un James Dean del siglo XXI. Había sacado la altura y cuerpo esbelto de los Weasley, aunque su pelo era de un castaño claro con reflejos naranjas bajo la luz solar.

—James, ¿la palabra "gala" te dice algo?
—Papá si no me arreglo para asuntos oficiales, mucho menos para cenar con traidores.
—James, cállate—espetó Albus con un tono cortés y cortante a partes iguales.
—Ya estás defendiendo a tu novio—contestó el aludido poniendo los ojos en blanco.
—¡No son novios!—gritó Lily intentando golpearle con la mano abierta a través de la mesa.
—¿Por qué sino hacer esta cena? Claramente van a salir del armario esta noche—se defendió James con una mirada de superioridad, alejándose de las zarpas de su hermano.

Todos se quedaron en silencio. James sonreía ampliamente, pagado de sí mismo. Lily le observaba con furia, pero la duda parecía haber sido plantada. Ginny y Harry se miraron un instante sopesándolo. El patriarca de los Potter notó un nudo en sus entrañas. ¿La historia estaba destinada a repetirse?

—Si fuera gay no tendría problema alguno en expresarlo, no es algo de lo que avergonzarse—respondió Albus sin alterarse un ápice, mirando directamente a los ojos a su hermano, sin necesidad de levantarse de su sillón—Y Scorpius goza de una saludable vida sexual llena de mujeres—finalizó, dejando un ambiente incómodo por la información (innecesaria) final.
—Eso no significa nada.
—¿Hablas por experiencia propia?—preguntó Albus con una sonrisa diabólica.

Harry se imaginó lo que sucedería a continuación, así que utilizó sus afilados reflejos para atrapar a James antes de que se abalanzase sobre su hermano. Ya tenían una edad, pero Albus seguía sabiendo qué teclas tocar para hacer que su hermano saltase.

—James...

Pero no llegó a terminar la frase. Albus miró el reloj, se levantó y se acercó al pañuelo (que su hermano había dejado caer el suelo); todos le imitaron. El reloj marcó las nueve y la familia desapareció del nº12 de Grimmauld Place.

Si no te tengo | DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora