Thicker than blood

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Albus se movía intranquilo, como si alguien hubiese echado polvos picantes en su asiento. La incomodidad se había adueñado de él y no era algo que le gustase lo más mínimo. Observó por la ventanilla del tren hacia el andén en un intento por calmarse, pero ni rastro de su amigo o de su familia. Los Potter, en cambio, como cada vez que acompañaban a sus hijos al andén 9¾, eran fáciles de reconocer: estaban rodeados de decenas de personas deseando saludarles. Sus fans.

James no había ido a despedirles al tren. No era una sorpresa ya que el propio Albus no le dirigía la palabra. Había dejado una bolsa de chucherías y chocolatinas para Lily en el comedor, pero como todas las mañanas desde lo sucedido el 24 de diciembre, se había marchado temprano a entrenar. Apenas pasaba tiempo en casa y cuando lo hacía tendía a ser el centro de miradas hostiles. Hasta su madre había admitido que se había pasado cinco pueblos acusando a Draco así, delante de su familia.

—¿Está libre?—una chica de quinto curso, con el pelo negro como la noche y ojos rasgados apareció de la nada abriendo el compartimento en el que Albus estaba sentado.

—Miyu, hola—respondió Albus dedicándole una sonrisa amable—Lo siento, pero espero a mis amigos...

—Oh, ya, claro... lo entiendo.

—Tengo algo importante que hablar con ellos...

—Sí, claro, no importa. Nos veremos por el Castillo.

La chica, que había adquirido un tono rosado en sus mejillas -que sólo lograba aumentar su belleza- cerró las puertas y se alejó a una velocidad que denotaba su vergüenza. Albus notó una punzada de culpabilidad en las costillas. Miyu Mary Chang se había convertido en un gran amiga con el paso de los años. Le gustaba estudiar con ella en la Biblioteca hasta la hora de cierre, pasear bajo la nieve discutiendo sobre cuál era la mejor forma de extraer la esencia de díctamo o si son necesarias dos o tres gotas de moco de gusarajo para la poción del sueño. La joven era endiabladamente lista y como su madre, había acabado en la casa de las águilas.

Las puertas volvieron a abrirse y Albus salió de su pequeña ensoñación. Ya tenía la boca abierta para decir que estaba ocupada cuando reconoció el brillo casi platino ondeando ante él. Se abrazaron sin mediar palabra y Albus notó como su nerviosismo se evaporó en un instante. Allí estaba su amigo y no había cambiado nada entre ellos.

—Mis padres te mandan saludos—dijo Draco, sentándose enfrente de su amigo un segundo después de colocar su baúl en su sitio.

—Los míos disculpas—contestó Albus colocando sus manos en la cara, notando el cansancio volver a él.

—Yo porque soy hijo único, pero en todas las familias hay un hermano idiota, no te preocupes.

La sonrisa en los labios de su amigo era contagiosa, pero supo ver que la broma no llegaba a sus mirada. Scor, o probablemente los Malfoy, habían adquirido la habilidad de fingir que todo iba bien sucediese lo que sucediese. Era tan innato que parecían nunca dudar en hacerlo, como si no se diesen cuenta de ello. Una gran medida de autoengaño que seguro necesitaron durante mucho tiempo cuando la palabra "traidor" podía escucharse a dónde fueran. O al menos eso imaginaba el mediano de los Potter.

—Me habría gustado decirte algo por lechuza, pero no me parecían apropiadas.

—En serio, Albus, ni yo ni mis padres te culpamos de nada.

—Nos preocupamos tanto de que nuestros padres no acabasen lanzándose Avada Kedavras que se me olvidó vigilar a James.

—Él es así.

—No le defiendas.

Albus pudo notar como Scor tragaba saliva y colocaba su mano, sin darse cuenta, en su pecho. El joven Potter tenía muy claro cómo se sentía Scorpius sobre James. Sabía que admiraba a su hermano, que era el ligón megapopular en el que Scor ansiaba convertirse. Y tenía muy claro que una traición así por su parte le dolía muy adentro.

—¿Cómo están tus padres?

—Bien.

Albus se sorprendió ante aquella respuesta: no había sonrisa forzada ni mirada perdida en ella. No le estaba mintiendo, ni disfrazando la verdad. Era un bien sencillo y verdadero y aquello no tenía ningún sentido. El mediano de los Potter no creía en lo que decía su hermano, o al menos no del todo: quizás le hubiera visto mal o confundido con otro. Puede que estuviera sacando aquello de contexto. Conocía a Draco Malfoy y sin dar crédito a su pasado, era un hombre amable, bueno y leal a su familia. Todo trato que había presenciado de él y su esposa era siempre tierno y respetuoso; incluso mejor, si le preguntaras, que el que había entre sus propios padres. No, Draco Malfoy no era un adultero; y su mejor amigo acababa de confirmárselo.

—No sabes el peso que me quitas de encima. Pienso devolverle a James la jugada, eso te lo prometo.

—No hace falta. Simplemente, dejemos de hablar de él.

—Eso puedo hacerlo. ¿Te gustó mi regalo?

—¿Estás de broma! ¿Dónde lo encontraste?

Albus sonrió ampliamente, cómo solo Scor lograba conseguir. Su vitalidad era contagiosa. Le había regalado, en aquel paquete que llevó en la fatídica noche, una colección de tres cómics mágicos de la década de los treinta. Un intento de una editorial mágica de igualar el éxito de los muggles. Era una pieza de coleccionista y sabía que era el regalo perfecto para su amigo: una mezcla de los dos mundos.

—Tengo mis fuentes...

—Y yo un paquete para ti guardado en el baúl, pero no creo que esté a la altura.

—Considera los comics un soborno para comprar tu perdón.

—¿Por qué crees que estoy aquí sentado? me ha echado la mirada e invitado a sentarme con ella y he tenido que rechazarla amablemente.

—¿A Alice? Me siento halado.

—Deberías.

Ambos chicos se echaron a reír sin poder remediarlo.

Si no te tengo | DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora