ꕥ Mayordomo, limitado ꕥ

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T/N.

Algunas veces, Ciel pedía tomarse un día  libre, pidiendo que no lo molestaran a menos que fuera de vital importancia o para darle sus meriendas que comería solo. Aunque no tengamos una relación tan estrecha, pasar días así sin tener tanto contacto me ponía algo ansiosa. Conforme ha pasado el tiempo, me acostumbro al silencio, dejé que Maya se fuera al jardín con Finny, pues mi rutina no era emocionante, y no tenía caso tenerla aquí conmigo.

Pasaba las páginas de uno de los libros de Poe, el autor favorito de mi hermano. En realidad no estaba leyendo, pues sin mencionar que ya había acabado la historia anteriormente, solo pensaba en cosas triviales para matar el tiempo.

Al abrirse las puertas levanté mi cabeza esperando ver a alguno de los sirvientes. En cambio, ahí estaba Sebastian. Sonrió al verme, y pronto me volví consciente de mi posición. Reacomodé mis piernas pues estas estaban extendidas en el sofá. Ahora me sentaba como era debido.

— Creí que le gustaría tomar algo — me dijo, jalando uno de los carritos de servicio. Había una tetera, y platillos con lo que pude distinguir eran galletas.

— Solo si te quedas.

Se sentó a mi lado, comenzó a poner lo que utilizaríamos en la mesita del centro. La había ocupado antes para reposar mis pies, pero de eso nadie debe enterarse.

Le miré con detenimiento, estúpidamente pérdida en cuan hermoso y elegante es. El hombre más perfecto que pueda existir, en frente mío. Tan cercano pero inalcanzable.

— Su rostro está algo rojo — se arrodilló frente a mí y coloco una mano en mi frente — ¿Se siente bien? ¿Tendrá fiebre? — murmuró.

Retrocedí por la vergüenza, pero sólo logré caerme de espaldas.

«¡No ahora, por favor!»

— ¿¡Se encuentra bien!? — escuché que alzaba su voz.

Contesté un débil "sí" y ayudó a levantarme. Volvimos a acomodarnos, y esta vez observé de forma más discreta lo que hacía.

— Preparaste dos tazas... — susurré. Siendo un demonio no necesita de la comida, ciertamente jamás lo he visto probar alimento. Pero pensándolo, quizá lo hizo porque se iba a quedar y no me quería hacer sentir incómoda — Gracias.

— A usted — dijo tomando un plato, lo pasó a mis manos — por dejar que la acompañara.

°•°•°

Ya que no teníamos tanto de que hablar o hacer, decidimos (o más bien, yo) ir a la ciudad a dar un paseo. Días así, en qué estamos juntos son relativamente tranquilos.

Su tacto cuando me ayuda a subir y bajar del carruaje es suave, pero firme. Me hace sentir relajada, pero a la vez siento como mi corazón se acelera. Negar lo que pasa en mí ya no tiene caso.

El primer lugar que quise visitar fue un bazar. Las personas lograron reconocerme como alguien de la aristocracia, y comenzaron a alargarme y a hablar de lo mucho que la compañía Funtom era exitosa. Todos unos lamebotas.

Salí del lugar mientras que los nobles se volteaban a saludar a alguien más. Me giré por la cuadra para alejarme de la gente.

Encontré un gato negro recostado, tomando el poco Sol que caía en Inglaterra. Hice un "psst, psst" que siempre parece atraer a los felinos, se acercó a mí y tras olfatear mi mano dejó que lo acariciara. Volvió a acostarse sobre su espalda y tuve que ponerme de rodillas para seguir tocándolo. Aunque sea callejero, los animales necesitan cariño no importa de quién. 

— ¡Señorita T/N! — Sebastian venía corriendo, luciendo alterado — No vuleva a desaparecer así entre tanta multitud...

— Disculpa — cerré mis ojos —, necesitaba un respiro.

El mayordomo dirigió su vista al felino. Sus ojos brillaron de la emoción.

Buenas intenciones, malas decisiones. Lo acarició, igual que yo, pero pronto comenzó a alardear de su belleza y a hacer una escena. Si esto fuera un cuento, podría descubrir arcoiris y estrellas saliendo de su boca por la admiración que les tenía.

Algunas personas pasaron por ahí mirándolos un tanto extrañados por su actitud. No le tomé tanta importancia pues traté de cubrir mi cara, pero ya que pasaron dos minutos comencé a impacientarme.

— Sebastian.

— Diga.

— ¡Suelta al gato, mi hermano es alérgico y lo sabes! — exclamé, apuntando al suelo.

— ¡Que terrible! — se quejó, con falsa empatía — Los felinos son criaturas majestuosas y elegantes...

Con un gran pesar, el azabache depositó al animal en el suelo y lo dejó partir.

Suspiré — Cuando era pequeña, mis padres compraron uno para mí... Cuando Ciel nació nos dimos cuenta que era alérgico y tuvimos que darlo en adopción. Después mi padre consiguió un quetzal.

— Que desafortunado evento...

— Era pequeña, aunque estuve triste por su partida se me pasó rápido — alcé mis hombros, sonriendo —. También, una vez rescaté uno con mi tía, pero estaba tan enfermo que se fue rápido.

Guardó silencio.

— ¿Extraña a su tía?

Entreabrí mis ojos por la pregunta. — Claro que la extraño — arrugué mi frente —. Y Grell...

— No haga nada de lo que pueda arrepentirse — me interrumpió — La ira y el deseo de venganza pueden ser muy tentadores, pero tiene que entender que es un Shinigami, y usted una simple humana.

No, me malentendió. No tenía la intención de atacar a Grell. A él también lo extraño, aunque me haya mentido junto a Madame Red, los momentos que pasamos juntos fueron sinceros.

— ¿Acaso me llamaste "simple humana"? — me giré a verlo. Necesitaba cambiar de atmósfera.

Pareció desconcertado.

— ¡Sólo bromeaba! — reí — No te preocupes por eso, yo estoy de maravilla.

Esbozó una sonrisa felina — Me alegra.

Siguiendo con la caminata sin ruta, encontramos una tienda de chocolates y dulces. Fue muy amable al ir por unos para mí, más otro regalo que abriría después.

¿Por qué no podía casarme con cualquier otro muchacho? Pretendientes no faltan, no solo por mí, sino por el apellido que llevo. No tendríamos que amarnos, solo mantener una relación amistosa y quizá conforme el tiempo pase los sentimientos surgan.
¿Sería fácil? Apartarme de Ciel, irme de la mansión e iniciar una vida en matrimonio, con todo lo que conlleva.

Madame Red fue feliz en su unión. Después de que su esposo falleciera ella jamás dejó de ser una mujer tan fuerte y admirable.
Tal vez, si mi esposo muere en un accidente sería más fácil poner de excusa mi soltería...

— ¿TN? — regresé a la Tierra — ¿En qué pensaba?

— Creo que planeaba un homicidio... — susurré mirando al frente. Nos vimos de reojo y comencé a reír. Pude ver qué medio sonreía, es raro que lo haga (y que sea de verdad) — Oye — llamé su atención — Volvamos a casa.

Asintió, y ambos nos dirigimos a buscar el carruaje.

Es una pena que no pueda tomarlo de la mano o entrelazar nuestros brazos. No en público, sería horrible después.

~•~•~•~

Espero les haya gustado :3

𝕬𝖒𝖔𝖗 𝕸𝖔𝖗𝖙𝖎𝖋𝖊𝖗𝖚𝖒  //𝑺𝒆𝒃𝒂𝒔𝒕𝒊𝒂𝒏 𝑴𝒊𝒄𝒉𝒂𝒆𝒍𝒊𝒔//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora