ꕥ Esa araña, y secuaces ꕥ

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Omnisciente.

Cinco días desde el rapto de la joven Phantomhive. Días que parecieron semanas lentas y turtuosas, pero manteniendo la calma en el exterior, debía haber forma de sobrellevar aquel caos.

Para colmo, los tres sirvientes de la casa Trancy les habían visitado, con excusa de tener información benéfica para ambos bandos.

— Díganme por qué están aquí. — demandó Ciel. 

— Le habíamos dicho que Claude no nos agrada — comenzó Thompson —. La señorita no merece la maldición de soportarlo como nosotros.

— Sin embargo — sonrió Timber —, ha tardado.

— Sellaron el contrato. — finalizó Cantaembury.

El del parche agrandó sus ojos. ¿Cómo había sellado un contrato si su hermana no tenía algún deseo de venganza o ira?

Los sirvientes se dieron cuenta de la sombra de Sebastian, que crecía y se deformaba en colores sombríos y pesados, como una masa amorfa moviéndose en pasos tajantes y cortos.

— Mayordomo, ¿te enojarías si alguien más le quitara su pureza?

— ¿A qué se refieren con eso? — cuestionó Ciel.

— Cuando un demonio marca su pertenecencia, conde. Es muy sencillo — Timber rió por lo bajo.

— Joven amo — suspiró Sebastian, al ver que el menor no entendía —, creen que T/N... ha pedido su virginidad.

La gente de esa época tenía una extraña obsesión por no tener relaciones sexuales antes del matrimonio, y aunque a él no le importaran tales cosas, el simple hecho de pensar que Claude la había tocado, aprovechado, hacía su sangre arder.

— Tratamos de cuidarla — musitó Thompson —, y si quieren una buena noticia, creemos que empieza a recordar. Son cosas pequeñas, pero no quiere quedarse sola con Claude, y a veces parece asustada.

— Y tampoco es buena bordando — el de la derecha alzó su brazo, mostrando como la manga de su camisa tenía un intento bordado de un pájaro, más bien parecía una bola azul con palitos atravesados y puntos negros como ojos.

Sebastian hizo una mueca, recordando como en más de una ocasión ella se quejaba de las tareas.

Los tres dieron una corta reverencia, anunciando que debían partir para la hora de la cena. Salieron por la ventana, dejando en la habitación palabras sin sentido y plantando más dudas.

— Tú... alguna vez... — comenzó el menor, inevitablemente sintiéndose incómodo y tenso por la pregunta.

— No, claro que no. — se apresuró a decir, ofendido por tal acusación — Ella era muy consciente de nuestras posiciones.

Ciel bufó, esbozando una media sonrisa — Mayordomo y condesa, pero no dijiste nada acerca de tu naturaleza demoníaca.

— ¿Eso importa? — alzó una ceja.

— No me agrada la idea, pero admito que la hacías feliz, me percaté de eso — musitó — Hablaba mucho contigo, te contaba cosas que a mí no.

¿Podía culparse realmente? Cuando TN volvió a la mansión, Ciel se resistía a que se quedara con él, que tomaran sus alimentos juntos, o que pasara mucho tiempo cerca. Creía que ella jamás entendería el dolor que él tuvo que pasar. A ella le tocó lo bueno, pensaba, siendo acogida por Madame Red sin perder ni un rastro de su dignidad, sin ser marcada o esclavizada. Creía que se había vuelto como esas jóvenes nobles superficiales y aburridas que hablaban de compras y moda, pero se equivocaba, y aunque le costó mucho, confió en su hermana nuevamente.

𝕬𝖒𝖔𝖗 𝕸𝖔𝖗𝖙𝖎𝖋𝖊𝖗𝖚𝖒  //𝑺𝒆𝒃𝒂𝒔𝒕𝒊𝒂𝒏 𝑴𝒊𝒄𝒉𝒂𝒆𝒍𝒊𝒔//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora