Adiós, mundo cruel

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¿Qué?

Esa fue la primera pregunta que saltó en mi mente al sentarme.

Y después se le fueron sumando otras:

¿Qué acababa de pasar? ¿Qué diablos significaba lo que el chico me había dicho? ¿Qué hacía ese chico hablándome en mi mente?

Y para cerrar con broche de oro, la pregunta que más relevancia tenía:

¿Qué?

Sentía que mi cabeza estaba muerta. El sentimiento de que la sangre no recorría mi rostro persistía, como si alguien me hubiera estrangulado y me hubiera dejado con vida solo para que me matara en otro momento. Tenía que volver a la normalidad.

Mi mente procesaba los sucesos con rapidez, y trataba de no pasar ningún detalle por alto.

Primero tenía que serenarme y concentrarme lo más que podía. Asustada y nerviosa no iba a lograr nada.

Sentía un pitido insoportable en mis oídos y me llegaba el lejano murmullo de la insoportable voz de Gally.

—Novata. ¿Qué estás haciendo?—me preguntó molesto.

La cabeza comenzó a dolerme atrozmente, como si un torno estuviese perforando mi cabeza. Todo a mi alrededor parecía estar en una calesita: girando sin control.

Todo sucedía con tanta rapidez que no llegaba a comprender todo.

Como por arte de magia, sentí un ligero clic en mi mente, algo así como cuando todas las piezas del rompecabezas encajaran de una vez.

El dolor de cabeza empezó a mitigarse. El pitido de mis oídos comenzó a atenuarse. Unos segundos después, me encontraba perfectamente.

¿Qué me había pasado?

El sol me cegaba la vista e instintivamente me llevé las manos a los ojos, para que no me lastimara.

Estaba por ponerme contenta de que ya todo había pasado cuando la molesta voz de Gally me explotó la tranquilidad.

Diablos.

— ¿Qué garlopa te pasó, Novicia? Estás actuando como una loca histérica.

Reprimí las ganas de pegarle un puñetazo en su fea nariz y respiré hondo para serenarme.

Debía tranquilizarme y hacer parecer que todo estaba bien para que después Gally no alimentara sus ideas de que yo era una psicótica.

—No lo sé —esa parte era verdad—. Creo que me descompuse.

El Encargado me miraba suspicaz. No me creía.

—Ajá. ¿Y por qué te pasó eso?

—No lo sé... tal vez no desayuné bien... o el sol me hizo mal—mentí. Le sonreí y di un giro—. ¿Ves? No me pasa nada. Estoy bien.

Él me miró con odio. Sabía que estaba mintiendo, pero no me podía decir nada, ya que no tenía pruebas.

—Como digas, Novata. No lo hagas de nuevo.

El chico no esperó una respuesta de mi parte. Se levantó, agarró la caja y caminó en dirección hacia la tabla; estaba claro que quería que lo siguiera, así que lo seguí.

Caminé aliviada hacia mi destino. Si bien seguía un poco inquieta con respecto a lo que me había pasado, me alegraba el hecho de que Gally no hubiera hecho más preguntas. Él no me creía, pero eso me importaba muy poco.

Por fin llegué a la tabla. Gally ya me estaba esperando; parecía exasperado, como si me hubiese estado esperando por tres eones.

—Al fin—me soltó cuando llegué.

El Ángel del LaberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora