No entiendo qué diablos está pasando

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El suelo sobre el que estaba era frío y parecía ser de un alambre duro y resistente.

Intenté abrir los ojos pero algo me lo impidió. Sentía el cuerpo adormecido y no lo podía mover. El pánico empezó a correr por mis venas como veneno, haciéndome sentir enferma.

De repente, el lugar en donde me encontraba se sacudió de forma brusca y comenzó a moverse. Parecía estar subiendo.

Tal vez es un ascensor- me dije.

Mientras ascendía, en el recinto se escuchaban traqueteos y diversos ruidos, como a cadenas y motosierras. Además, se podía percibir un asqueroso y penetrante olor, como a aceite quemado. El miedo que tenía no hacía más que acrecentarse con cada segundo que pasaba, pero el hecho de que no supiera donde me encontraba o que no pudiera abrir los ojos no era lo que me aterrorizaba, sino que era mi mente.

No recordaba nada. Nada.

Tal vez el término nada era un poquito exagerado, ya que podía recordar mi nombre: Lena. Pero aparte de eso, el término nada era aceptable. Mi mente contenía cosas básicas, como la ubicación de los puntos cardinales, los colores, los números y el nombre de los animales.

Pero nada acerca de mi pasado. Ni siquiera recordaba lo que había hecho antes de estar en este lugar. ¿Qué me estaba pasando?

Mi cabeza era un gran tornado de imágenes efímeras, caras raras y palabras incomprensibles, que poco a poco se iban desvaneciendo. Aturdida y asustada, intentaba en vano retener algunos de esos fugaces elementos, tratando de controlar la situación espantosa por la que estaba pasando.

Y para empeorar su situación, tenía muchísima hambre. Sentía que mi estómago estaba gritándome para que le diera alimento.

Quería llorar, pero las lágrimas no salían.

Quería simplemente desmayarme y pensar que todo era un mal sueño.

El tiempo transcurría lentamente y en lo único que podía pensar era en lo que me iba a pasar. ¿Alguien me podía rescatar? ¿Existía algún alguien? ¿Qué era lo que iba a pasar conmigo? ¿Acaso había hecho algo mal?

No lo sabía y no había posibilidad de saberlo hasta que el elevador parara. Si era que paraba...

Como si mi pensamiento lo hubiera invocado, el ascensor comenzó a frenar y unos momentos después, se había detenido completamente.

La desesperación se estaba apoderando de mi ser, ya que no sabía qué esperar ni qué hacer; y el simple hecho de que no podía moverme empeoraba mi triste situación.

Desde el exterior del elevador se escuchaba el murmullo de una acalorada conversación, en la que eventualmente se escuchaba un grito o lo que parecía una maldición.

Al menos, ahora sabía que en el exterior había vida; sin embargo, desconocía sus intenciones, debido a mi estúpida incapacidad para controlar la situación.

Sin previo aviso, pude escuchar un ruido extraño, como un objeto deslizándose sobre otro y así observar a través de mis párpados que el cubículo donde me encontraba se iluminaba. Varias exclamaciones se escucharon desde arriba al hacerlo, como si la gente misteriosa esta hubiera visto un fantasma o algo parecido.

Mis nervios estaban por estallar.

Ahora, podía escuchar todo. Eran voces masculinas, pero no tan aterradoras y graves como había supuesto al principio, sino que parecían de adolescentes. No podía entender muy bien lo que decían.

— ¡Otra más, shanks! ¡Otra más!

— ¡Esta es mía! ¡Canté primero, garlopos!

— ¿Por qué todas aparecen así? ¿Qué les cuesta llegar vivas? En serio, esta miertera chica está más muerta que las plantas de Zart.

— ¿Qué te pasa larcho? ¿Tenés algún maldito problema conmigo, Winston?

—No jodan porque esta es MÍA, pichones.

Los pocos comentarios que logré entender me pusieron la piel de gallina.

A continuación, ruidos sordos resonaron por todo el lugar, impidiéndome seguir escuchando lo que decían esas personas.

Pisadas- pensé.

Una rara sensación dentro de mí me indicó que algo andaba mal. Que alguien estuviera cerca de mí me dio escalofríos y me puso en alerta. O eso fue lo que intenté hacer.

—No creo que esté muerta— dijo una voz con un raro acento. Parecía estar en frente de mí, muy muy cerca—. Respira.

Luego, unos dedos se apoyaron en un costado de mi cuello. Ese pequeño roce me hizo reaccionar.

No sabía cómo, pero me levanté de golpe, respirando con dificultad y con los ojos bien abiertos. El chico que estaba en frente mío gritó y se cayó de espaldas, claramente asustado.

No entendía nada.

Miré hacia arriba y pude observar un grupo de chicos que tuvo la misma reacción que el primero. Todos me miraban con miedo y parecían casi tan desconcertados como me sentía yo.

Giré la cabeza para todos lados, intentando entender lo que pasaba. Nada ni nadie me resultaba familiar. Tenía ganas de gritar hasta que mi garganta fallara.

Pero otra vez, el miedo me había paralizado y no podía hablar.

El silencio era tal que parecía lastimar mis oídos.

Uno de los chicos de la multitud saltó y ayudó al que estaba en el piso, a menos de un metro de donde me encontraba, que me miraba con cara de sorpresa y como si fuera un animal extinto. En realidad, todos me miraban de esa manera. Yo solo quería largarme a llorar. Llorar y llorar hasta que... no sé. Me despertara de esta pesadilla. Nunca había estado tan asustada.

Ambos se levantaron y, después de mirarse un segundo, me tendieron una mano. Los miré alternadamente, con desconfianza. No tenía idea de lo que estaba pasando: me desperté de golpe sola y sin memoria, y oh casualidad,  justo llegan unos chicos extraños que salieron de la superficie y que pretenden hacerse los buenos samaritanos, así de la nada. O sea, era todo muy extraño.

Uno de ellos, el que se había caído por mi reacción, tal vez se dio cuenta de ello y por eso me dijo:

—No tengas miedo, no te vamos a hacer daño. Sin embargo tenés entender que sos la segunda chica que vemos en nuestras condenadas vidas, por eso todo el lío. Pero no te preocupés, no te vamos a hacer nada. ¿Me captás? — dijo con una sonrisa, tratando de calmar la situación.

Dudé unos segundos, tratando de comprender todo lo que me dijo el chico nuevo, pero me di cuenta de que no tenía ningún sentido.

Sin estar muy segura de lo que estaba haciendo, extendí tímidamente mi mano hacia los muchachos, y ellos me ayudaron a levantarme.

Por estar tanto tiempo sin moverme, mis rodillas flaquearon y casi me caigo sobre los chicos.

No era un buen comienzo.

Esto los agarró desprevenidos, pero de todas maneras me sostuvieron hasta que recuperé el equilibrio.

Una vez de pie por cuenta propia, pude preguntar, con voz ronca y pero bastante firme:

— ¿En dónde diablos estoy?

El chico que no había hablado hasta el momento me respondió con una sarcástica sonrisa:

—Bienvenida al Área, Novicia.

El Ángel del LaberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora