Un gigante me da sándwiches para que me calle

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Estaba tan hambrienta que no me importó mucho estar siendo casi arrastrada por Newt.

Se podría pensar: ¿Lena, no estás siendo un poco exagerada con el temita del hambre? Y yo puedo decir: Bueno, puede ser, pero no. No es mi caso. Quiero comida. Hacía no más de dos horas que había llegado a este lugar y ya había hecho tres amigos, caminar una banda de metros y encima me había largado a llorar como la ridícula que era. ¿Acaso no todo el mundo se estaría muriendo de hambre en mi lugar? Yo creía que sí.

Dejando ese tema de lado, había otros temas importantes que analizar.

El chico rubio me llevaba de la mano, agarrándola suavemente. Mi mano era súper chiquita en comparación de la suya, llena de callos y cicatrices; sus dedos eran largos y sus uñas estaban curándose después de una larga batalla con sus dientes. Comerse las uñas. ¿Por qué hacía eso? Era un hábito muy estúpido y muy poco higiénico. Cuando tuviese la oportunidad, lo retaría.

Idiota, idiota, idiota.

Newt era demasiado alto, y mucho más si se paraba al lado mío. Yo debía medir un metro setenta o un poco menos y él uno noventa; sus piernas eran, por lo tanto, mucho más largas que las mías, haciendo que se me dificultase seguirle el paso.

— ¿Podés ir un toque más despacio?— le pregunté, jadeando un poquito. Me di vuelta para ver a Chuck y no me sorprendió verlo igual que yo. Agregué: — ¿Sabías que no todos tenemos piernas de tres kilómetros, verdad?

Chuck soltó una carcajada y el otro chico se miró las piernas.

—No seas exagerada, Novicia—se dio vuelta para mirarme y sonrió. Se dio vuelta y prosiguió—: Veo que algunos no están hechos para ser Corredores.

Los afamados Corredores otra vez.

— ¿Qué onda con esos tipos? ¿Qué son? —le pregunté, un poco irritada por la evasión a mis preguntas.

— ¿No te lo dice el nombre? Esos larchos corren. Simple y sencillo—me contestó Chuck, riéndose.

—No me digas—dije sarcásticamente, poniendo los ojos en blanco. Si, los chicos esos corren, pero ¿por qué? ¿Dónde? ¿Y por qué no eran granjeros como el resto?

Seguimos caminando hasta que llegamos a la construcción. Entramos en un gran comedor, con largos tablones y banquetas. A estas horas, las mesas estaban vacías, pero supuse que para comer el lugar se llenaría. Incluso, era probable que el recinto ese no fuese suficiente.

Llegamos a la cocina y vimos a un gran chico con vello en todos lados. Estaba trabajando frenéticamente, paseando entre ollas y sartenes, esquivando chicos y cajas. Al vernos nos saludó con la mano y siguió con su tarea. Al ver que no nos movíamos, el líder de los cocineros (o eso imaginaba que era) dejó de hacer lo que estaba haciendo y nos encaró:

—Bueno, ¿A qué debo esta visita?

—La Novicia tiene hambre. No sé si la conocés— dijo Newt, señalándome con la mano—. Novicia, este es Sartén. Sartén, la Novicia.

—Un gusto conocerte, Sartén. Soy Lena—le dije, saludándolo con la mano. Titubeé por un momento, pero después agregué—: ¿Podrías darnos algo para comer?

No quería sonar tan desesperada como me sentía, pero obviamente, así fue. Sartén, solamente se rio y me dijo que esperara.

Minutos después, nos encontrábamos debajo de un árbol, comiendo los emparedados que Sartén nos había preparado. Eran de queso y lechuga y, a decir verdad, estaban espectaculares. Fríos y muy sabrosos.

El Ángel del LaberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora