DOMINGO 28

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Las 11:05, era el tercer día que Callie no había venido. Yo había faltado por algunos motivos durante un tiempo, pero tenía mis verdaderos motivos y no se los podía contar. Había cosas que estaban mejor dentro de uno mismo, lo último que quería era hacerle daño. Cerré los ojos. Una calada. Dos. Los volví abrir. Una chica rubia estaba enfrente de mí, sus ojos azules me miraron. Le sonreí.

-Supongo que te debo una explicación.- Le hice un hueco en el banco.

-¿Dónde está tu hermana?

-Mis padres la han mandado con mis abuelos durante un tiempo, ha tenido unos ciertos problemas estas últimas semanas y creen que es mejor que descanse un poco.

-¿Qué le ha pasado?

-Cosas de adolescentes.- Bajé del respaldo y me senté junto a ella, la tenía a la misma altura.

-Dímelo, lo necesito.

-Tomó algo que tampoco sabemos que es, así que mejor estarse alejada del mundo por un tiempo. No te preocupes, está bien.

-Tengo que hablar con ella.- Me levanté. Miré a Danielle.- ¿Dónde viven tus abuelos?

Su hermana me había dicho que se tardaba casi media hora en llegar y aunque a mí me parecieran horas lo que había tardado en llegar, miré el reloj, eran las 11:25. Nunca había creído correr tanto en mi vida. Llamé al timbre, salió el abuelo de las hermanas a abrirme. Cuando me vio, solo me sonrió, que se lo agradecí por no decir nada, me dejó pasar y me indicó donde estaba el cuarto de Callie. Subí las escaleras corriendo y abrí la puerta. Tumbada en la cama estaba ella, leyendo un libro. Lo dejó lentamente y se giró. Me sonrió, sus ojos se le humedecieron dejaron de ser azul cielo para serlo azul marino, el azul marino más bonito del mundo. Corrió hacia mí y la abracé. Estuvimos toda la eternidad allí quietos, pero no me importó. Cuando la dejé ir la miré.

-No vuelvas a hacerlo, tú no eres así. Eres muy fuerte, eres la persona más fuerte que conozco y por eso te quiero.- La volví a abrazar, sentí como se me humedecía la camiseta y la abracé más fuerte.

-Solo quería intentar sentirme como tú.- Se separó de mí. La estaba mirando atónito, cada palabra que decía se me clavaba.- No eres feliz, tienes demasiado dolor dentro. Solo quería intentar saber cómo lo haces para sobrevivir.

Sonreí. Dentro de mí algo cambió. Sonreí de felicidad, nunca nadie me había demostrado algo así. La miré otra vez. Le puse un mechón detrás de la oreja y con ambas manos le cogí la cara, se la acariciaba despacio con el dedo gordo.

-Princesa, no importa lo que yo siente, lo importante es que estás bien.- Me cogió las manos, sentía el pulso debajo de su piel, cada nervio dentro de ella.

-Sí que importa Alex, a mí me importa. Porque te quiero, Alex no sé cómo lo he hecho ni de qué modo lo hago. Pero solo sé que no quiero perderte, te necesito a mi lado y tú me necesitas. Seré tu Sol, pero prométeme que vas a ser el mismo.

-Te lo prometo.- Cerró los ojos, una lágrima cayó mejilla abajo. Y de lejos vi un pequeño pote que contenía unas pastillas que sabía lo que eran. Había perdido la cuenta de cuantas había tomado en mi vida.- Callie, has sido mi Sol desde el primer momento en que apareciste en mi vida. Te prometo que nunca te voy a perder.- La abracé. Ella no se dio cuenta, o eso esperé. Yo sabía que nunca la perdería, pero del otro modo no lo tenía claro. Solo tenía por seguro que ella era lo mejor que me había pasado en mi vida y que no quería que nada malo lo estropeara, y no me importaba pagar el precio que fuera. Llevaba toda mi vida pagando precios muy altos como para ahora perder algo muy importante por no hacerlo.

Antes de irme, sin que me viera. Me llevé el pote, sabía que no lo volvería a hacer, pero era mejor que no las tuviese a su lado. No sabía cómo las había conseguido pero era algo que contenía morfina, no en una alta proporción pero si te tomabas unas cuantas podían causar la muerte.

Atentamente, tu Alex || en corrección ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora