Veintiuno

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Mamá dijo que no podía encerrarme en un manicomio a pesar de que le rogué que lo hiciera.

Al momento que me pregunto cuál era la razón de mi pensar, me escabullí de sus brazos para esconderme bajo las sabanas de mi cama.

Ella acaricio mi espalda y destapo mi rostro. Me miro por unos segundos, tenía una línea entre sus cejas. ¿Acaso estaba molesta conmigo?

Tienes que decirme que ocurre, me dijo.

Estoy loca, mamá. Necesitan encerrarme, le suplique con angustia.

Después sonrió un poco.

Sé que estás loca, lo supe desde que naciste, Giselle.

Esta vez fue mi turno de fruncir el ceño.

Y a pesar de que mamá insistió, no fui débil.

Arthur continuaba siendo mi secreto más preciado.

El niño del que nunca habléDonde viven las historias. Descúbrelo ahora