Sesenta y cuatro

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A dos meses de terminar mi primer semestre, fuimos al restaurante en donde Arthur canta.

Nos sentamos en la misma mesa de la primera vez que vine.

Mi sorpresa fue, que él no solamente cantó. Si no que, al finalizar, acudió a nuestra mesa y tomo asiento.

Junto a mí.

Y sí, mi estómago estaba a punto de colapsar pero me contuve.

Probablemente ni siquiera ha encontrado la carta y eso me daba una enorme ventaja.

Él sigue siendo él; y yo...bueno yo parecía estarme convirtiendo en una nueva persona.

Una persona mejor, por supuesto.

Porque estaba ahí, con Arthur y mis otros amigos riendo y bebiendo una cerveza.  

El niño del que nunca habléDonde viven las historias. Descúbrelo ahora