Cuarenta

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Es el primer día de clase.

No conozco a nadie, por lo que me apresuro a encontrar el salón indicado y sentarme en alguno de los asientos vacíos.

Faltan diez minutos para que la primera clase comience. Decir que estoy nerviosa queda corto.

Saco mi teléfono, ahora más moderno y genial. Mamá me lo obsequio como regalo de graduación.

Reviso las notificaciones de Facebook, y doy otro vistazo a Instagram.

Entonces el maestro entra al aula, y seguido de él, el resto de alumnos que se han quedado fuera conversando con otras personas. ¿Por qué les es fácil hacer amigos al primer día?

Pero, cuando el maestro toma asiento y comienza a presentarse, otra persona se une, y siento mi respiración detenerse, a tal grado de atragantarme con mi propia saliva.

Reconocería esa cara donde fuese. Y no sé si sentirme triste, o feliz.

Opto por la segunda opción.

Un Arthur alto y grande, acaba de entrar. 



Holaaaa, perdonen la tardanza. Estuve algo ocupada estos días que me fue imposible actualizar. Arthur ha vuelto y hasta yo me sentí feliz al momento de escribirlo. Gracias a esas personitas que votan y comentan, hacen mi día muy bonito.

Dios los bendiga. 


El niño del que nunca habléDonde viven las historias. Descúbrelo ahora