Capitulo XXVII
—George —Musité sin acercarme a él.
— ¿Si? —Se volteó para mirarme con los ojos calmos.
—Lamento lo de hace un rato, yo… tenía que defenderme —Me excusé, quizás el aún sentía algo por ella.
—No te preocupes —Sonrió y se acercó— Las cosas hace tiempo iban mal, y no dejes que te lleguen sus palabras… sabes que siempre te tuvo celos y… estaba en lo correcto, eres mucho mejor que ella —Volvió a exhibir su hermosa dentadura y extendió los brazos para darme un caluroso abrazo.
No lo podía creer, mi corazón saltaba de felicidad y todo mi cuerpo parecía impulsarme a bailar, estaba siendo la chica más feliz del universo y todo gracias a unas simples palabras.
Me alejó de su pecho y acercó su rostro para chocar su frente con la mía. Sus manos me sujetaban sin presión de los brazos, por alguna razón sentía que no me dejaría huir más, que me quería así de cerca… y yo no emitiría queja alguna.
Sus labios entre abiertos dejaban que su aliento dulzón me atrapara por completo y comenzaba a sentir ese torturador acercamiento.
Suspiré apaciblemente sobre sus dulces labios rojos y en segundos me inundó en el jugo más delicioso y placentero que en toda la vida pudiese probar. Nos besábamos una vez más al maravilloso compás creado por cada uno, era tranquilo, repleto de ternura y si no me equivocaba, había un sentimiento muy importante involucrado, era grande pero lograba pasar por desapercibido, más no esta vez, llegaba a sentir temor de decirlo, pero había que confesarlo de una vez; Amor.
Estaba dispuesta a decirle todo lo que lo amaba, todo lo que sentía y con el solo hecho de pensarlo mis ojos se cubrían de lágrimas bajo mis parpados. Nunca había pensado en sentir algo parecido, y de hecho, no tenía ni la menor idea de que existiera algo tan maravilloso como lo era este sentimiento tan grande.
Sus manos se alejaron de mis brazos y en un rápido movimiento me tomó en brazos. Solo sonreía sin dejar de mirarlo, ¿Por qué no nos atrevíamos a decirnos de una vez a la cara que era lo que ocurría? ¿Tanto era el miedo?
Caminando conmigo a cuestas, hundió su rostro en mi cuello e hizo con sus labios suaves caricias que no tenían otra finalidad que hacerme cosquillas.
Era una escena conmovedora, como me hubiese gustado apreciarlo desde lejos, sabía que era un cuadro pintado con infinita ternura.
Me recostó sobre una superficie acolchada, parecía una cama, un sillón en realidad, convertido en un lecho.
Se recostó sobre mí y antes de volver a besarme, llevó sus dedos a mi rostro.
— ¿Qué haces? —Reí al notarlo tan concentrado.
—Me gusta recordar cada una de tus facciones —Sonrió y besó mi frente.
Mordí mi labio inferior, nada podía ser más perfecto.