Sophie se despertó muy tarde, casi al mediodía cuando la llamaron de recepción para recordarle que casi era la hora de su partida. Había dormido muy mal y tenía ojeras que atestiguaban sus inquietudes, se dio un baño y luego buscó su equipaje.
Un empleado del hotel bajó sus maletas mientras ella lo seguía con paso cansino, al llegar al vestíbulo vio a Andreas esperándola.
Iba vestido con un traje gris claro y una camisa blanca, parecía el de siempre, el empresario exitoso y distante y ella tuvo la sensación de que los días en Singapur eran una quimera que se desvanecía a medida que ella avanzaba hacia él.
También ella se había puesto una falda y una blusa que le daban un aire elegante, como si la ropa pudiera ser un escudo. Volvía a ser la Sophie que jugaba a ser la señora de Charisteas y no la Sophie que jugaba con mariposas.
Por un instante pareció que Andreas iba a tomarle la mano, pero el gesto quedó en la nada y sólo caminó a su lado hasta el taxi mientras los botones llevaban el equipaje de ambos.
Hicieron el viaje en taxi en silencio, hasta que llegaron al aeropuerto, entonces él le dirigió una breves palabras mientras realizaban los trámites de embarque.
Antes de abordar el avión, él la llamó.
-Sophie – dijo tomándola de un hombro y cuando ella se dio vuelta le agarró la mano y le volvió a poner el anillo que le había quitado cuando llegaron a Singapur.
Sophie se lo quedó mirando, luego vio que él también llevaba el anillo nuevamente y sintió una extraña opresión en el pecho, lo que para los demás era un símbolo de unión a ella le recordaba que estaba presa en un matrimonio de conveniencia. También recordó que al quitárselo, él le había dicho que serían novios y , al pensar en aquellas palabras, sin razón alguna, los ojos se le llenaron de lágrimas.
-Sophie, ¿estás bien?.
-Sí, sí – respondió ella parpadeando para disimular.
-No te preocupes por nada, volvemos a casa –dijo él con seriedad y ella comprendió que era su forma de decir que dejarían atrás lo que había pasado aquella última noche en Singapur.
Asintió levemente con un gesto de cabeza y lo siguió para ocupar sus asientos.
Durante la mayor parte del viaje, la joven fingió dormir y Andreas fingió creerle.
Cuando arribaron, había un auto con chofer esperando para llevarlos a casa. Andreas sentía que era su última oportunidad que si no la retenía ahora, ya no podría hacerlo, pero también percibía el muro invisible que se había interpuesto entre ellos. Nunca se había sentido tan impotente, si la presionaba la perdería y si no lo hacía, también. Aunque era un hombre inteligente y acostumbrado a manejar con habilidad situaciones complicadas, no podía encontrar ninguna salida, así que optó por quedarse en silencio como ella. Y al observarla mirar por la ventanilla del auto hacia fuera, no pudo evitar el deseo de encontrar un camino hacia la mente y el corazón de aquella mujer que a pesar de estar a su lado, se encontraba inexorablemente lejos.
-Llegamos – dijo Andreas al atravesar el umbral y aunque por un instante estuvo a punto de decir "llegamos a casa", no pudo pronunciar las últimas palabras.
Para recibirlos estaba la señora que hacía la limpieza y que había cuidado de Pocket durante su ausencia, le habían avisado que llegarían así que incluso les había preparado una cena ligera.
Tanto Sophie como Andreas le agradecieron y luego él la acompañó hasta el mismo auto que los había traído del aeropuerto para que la llevara a su casa, mientras la joven recibía los lengüetazos de bienvenida de Pocket que no paraba de saltar y ladrar.
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Rompe tu promesa
RomanceAños atrás cuando se habían unido en aquel falso matrimonio. Andreas había rechazado a su inocente esposa, Sophie, y con su terrible soberbia le había hecho prometer que nunca se enamoraría de él. "Nunca te amaré Andreas" había prometido...