Capítulo 30: "Secreto"

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Estornudando, la joven se adentró en la guarida de aprendices. Su corazón se aceleró. Tan solo Plumerillo estaba en la guarida, lamiéndose una zarpa en su lecho.

-Hola, -saludó Turquesa- ¿Ya comiste?

-Hola, si ya comí. -maulló Plumeillo, antes de lanzar un sonoro bostezo.

Turquesa se recostó en su nido de hojas, ramas y plumas, para después depositar elcmpañol en el suelo y comenzar a comerlo. Tenía un sabor dulce y jugoso; aún faltaba un poco para que las presas comenzaran a ser escasas, y pensando en la estación Sin Hojas, apenas se dió cuenta de que se había terminado su almuerzo. Relamiéndose los labios, observó a Plumerillo estirándose, su cola gris se movía un poco, algo nerviosa.

-Oye, Turquesa, -comenzó Plumerillo- ¿Te gustaría compartir lenguas conmigo? Si no quieres no te voy a obligar...

Turquesa asintió.

-Esta bien.

Una vez se recostó en el lecho de su amigo gris, pudo sentir su suave pelaje largo y gris contra el suyo, emanando calor mutuo. Se sentía muy cómoda. Tanto, que apenas se percató de que se había quedado dormido con él toda la noche, al sentir la luz del sol filtrándose por un pequeño hueco en el techo de la guarida.

Estirándose, se levanto y arqueó su espalda, despertándo a Plumerillo, quein la miraba con los ojos verdes algo confundidos.

-¿Por qué te levantas? ¿No es muy temprano?

Turquesa asintió, algo apenada.

-Lo siento, tengo que entrenar pronto con Azabachina y Garra de Jaguar.

El aprendiz inclinó la cabeza, mostrando que habia comprendido. Luego, se enrolló y se volvió a dormir. La aprendiza gris oscuro no pudo evitar lanzar un pequeño ronroneo.

Al pasar al lado del lecho vacío de Azabachina, percató que éste se encontraba muy frío, y que en cambio, el de Zarpa de Fango tenía un gran hueco vacío del espacio de un aprendiz promedio y hasta tenía un par de pelos negruscos. Azabachina y Zarpa de Fango habían dormido juntos. La joven resopló. ¿Cuando declararían su amor? Esperaba que pronto.

Parpadeando para acostumbrarse a toda la luz, observó el campamento. Nubosa estaba entrando en la guarida de Entierrada. Turquesa corrió a su encuentro.

-¿Mamá? -maulló preocupada Turquesa- ¿Estás bien?

Nubosa tosió, antes de mirar a su hija con los ojos brillosos y lamerle la cabeza débilmente.

-No mucho hijita, -calló un momento para toser de nuevo- Creo que me he contagiado una tos.

Turquesa se puso rígida. Ojalá que no fuera Tos Verde. Nubosa era una gata furte, pero la joven no sería capaz de soportar la muerte de otro ser querido.

-Espero que te mejores, -dijo la aprendiza restregándose contra su madre blanca y amarilla, antes de correr hacia la salida del campamento.

Azabachina estaba junto al lugarteniente en la entrada, mientras Corazón de Cobre conversaba con Garra de Jaguar. Turquesa resopló. Si bien le gustaba saber que su mentor podía estar con su amor, a veces se sentía un poco olvidada.

-Por fín llegaste, ¿eh? -dijo Azabachina, un poco más feliz que de costumbre- Parece que estabas bastante cómoda con Plumerillo.

Lanjoven sintió calor en las mejillas.

-¡Tan solo nos quedamos dormidos! -siseó, mientras su amiga soltaba una risita- Y tú no me puedes decir nada, dormiste con Zarpa de Fango.

Azabachina paró de reir.

-Sobre eso, hay algo que me gustaría contarte después...

Garra de Hielo ronroneó.

-Ay, Aprendizas... ¿Quién las comprende? Después hay más tiempo para conversar, vengan, parece que Garra de Jaguar aún no está en condiciones de irse, -maulló mirando de reojo al mentor de Turquesa, que conversaba animadamente con la guerrera dorada.

El bosque tenía una temperatura muy baja, y la joven aprendiza tenía que esponjear su pelaje para no tener tanto frío. Garra de Hielo y Azabachina parecían estar en la misma situación. Los árboles parecían ramas muertas, y el suelo estaba helado como el hielo. En el cielo se veían nubes grises, que proetían lluvia y quizá nieve. Una vez los tres llegaron a la hondada, Turquesa levantó la vista. A su alrededor se extendían árboles a los que aún les quedaban un par de hojas.

-Muy bien, voy a trepar este árbol. Ustedes observen, después tendrán su turno.

Las dos jovenes asintieron.

El lugarteniente se acercó al roble y desenvainó las garras delanteras y traseras. Con las delanteras, se aferró al árbol, y comenzó a ascender. Turquesa miraba atentamente. Tenía el cuerpo casi pegado al tronco, y mantenía la vista hacia arriba. Una vez estuvo lo bastante alto, saltó hacia una rama, y a la aprendiza se le paralizó el corazón hasta que cayó en ella. Luego de bajarse, les indicó que lo intentaran en otros árboles un poco más pequeños.

Sacando las garras, Turquesa comenzó a subir. La corteza estaba fría, y sentía sus patas como granizo. Al poco tiempo se sintió cansada, y tenía la sensación de una fuerza tirándola hacia abajo.

-¡Acerca tu cuerpo al tronco! -gritó el lugarteniente desde abajo.

Inmediatamente, Turquesa se acercó más al tronco, sintiendo su frío en el vientre. Ahora era mucho más fácil. Después de llegar bastante arriba, vió una rama con el rabillo del ojo que no se veía muy lejana. A pesar del miedo que le causaba, sabía que tenía que hacerlo. Desprendió algunas de sus garras lentamente, y saltó. La adrenalina le recorriá desde la cabeza a la cola. Sin embargo, pronto sintió el contacto de sus patas con la corteza. Había llegado.

-¡Bien hecho! -aulló su amiga desde otro árbol.

-¡Gracias! -respondió Turquesa, aliviada de no haber caído.

-¡Lo hicieron muy bien! -gritó Garra de Hielo desde la tierra- Ahora bajen. Tenemos que seguir practicando.

***
La joven gata esquivó un helecho. Sentía dolor en las patas, pero igualmente, con la autorización de su mentor, había salido a caminar un poco por el bosque. Por su mente pasó la imagen de Tronco Marrón. Colmillo Crepuscular era solo una historia para enseñarle a los cachorros a no escapar al bosque. Ni siquiera estaba muy segura de que alguna vez hubiera caminado por esos bosques. La preguntas la consumían por dentro. Y como si eso fuera poco, unos gatos poco gatos los habían atacado. ¿Volverían? ¿Cual era su intención?

Turquesa escuchó un sonido proveniente de cerca del río. Curiosa, decidió ir a invesigar. Podían ser los felinos que los atacaron la otra vez. Los pelos de su espalda se erizaron de tan solo pensarlo. Sigilosamente, miró hacia el borde del río. Sus aguas se movían lentamente, casi sin hacer ruido. De pronto, divisó dos figuras a lo lejos. Se quedó boquiabierta, al reconocer a Ojos de Diamante compartiendo lenguas con un gato del Clan de la Hoja.

Los Gatos Guerreros: La historia de Pequeña TurquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora