Secreto. Parte 4.

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—Albert. —Susurró la chica—. Ven. Nos esperan para hacer el ritual.

—Ya voy, ya voy. —Exclamó molesto, cargando a Jade entre sus brazos—. Estaba cambiando a este demonio. ¿Por qué la aceptaste?

—Es Jade Drácula. —Le dio un golpe en la cabeza—. En un futuro la podremos usar como carnada para que Drácula se acerque a nosotros, y así matarlo. Pero en cambio si no viene... mataremos a su descendencia.

—¿O sea qué...? —Becca masajeó sus sienes, irritada.

—Que la mataremos —Tomó a Jade entre sus brazos—. Pero no ahora. Cuando sea mayor y Drácula se dé cuenta que la tenemos.

—¡Vengan acá! —Gritó desesperado un cazavampiros—. El conjuro casi está listo.

Los dos se encaminaron hacia una habitación oscura donde la magia negra estaba vertida en el recipiente que ingerirían.

Una pequeña niña de ojos miel y cabello rubio sería fruto del vientre de Becca. Y ella sería la pequeña que tendría el poder de concederles vida eterna a ella y a Albert. Pero si la pequeña moría, ellos dos también lo harían.

La pequeña... Margo.

Comenzaron a cantar canciones y a bailarlas con amuletos en sus manos mientras otros se hacían marcas.

Jade, tranquilamente y sin saber nada del asunto, estaba sentada en una esquina al lado de un bebé cazavampiros que se sometería al conjuro.
Jade podía hablar. Tenía cuatro años de edad, o eso al menos humanamente. Su edad ya era avanzada, sólo que su físico no.

—Eres una niña muy bonita. —Había halagado el niño que estaba a su lado cuyo nombre era Johan.

Jade se había ruborizado.

—Lástima que seas una falla. -El pequeño se encogió de hombros—. Y que nadie te quiera.

—No soy una falla. —La chica miró el fuego con sus ojos azules y tristes—. Yo soy... diferente.

—¿Diferente en el sentido de matar personas? —Ella negó con la cabeza.

—Diferente en el hecho de poder sentir amor. —Lo miró furiosa—. Pero ustedes no pueden. Están completamente cerrados ante querer una vida llena de lujos, cuando siquiera son felices por sí mismos. Primero aprende a quererte y después aprende a querer. De nada sirve tanta inteligencia si no se va a usar.

El pequeño pensó que por eso nadie la quería, por que era un ser detestable que sólo servía para criticar a los demás.

—Eres detestable. —Mintió para no quedar mal ante los miembros del conjuro con una llama de curiosidad creciendo dentro de él

—Y me llaman detestable a mí... —La niña se levantó para ver con más claridad.

Becca y Albert ingerían aquél tarro lleno de magia negra. Al instante se sintieron llenos de vida.

El bebé comenzaba a crearse en el vientre de Becca. Después de eso serían inmortales.
A no ser que la pequeña Margo muriera.

Entonces, en un abrir y cerrar de ojos todo acabó.
Todos volvieron a sus casas felices, excepto Johan.
Las palabras que le había dedicado la hermosa Jade no saldrían de su cabeza, nunca.

Tanta inteligencia y profundidad estaban dentro de su perfecto cuerpo. Algo dentro de Johan se sentía atraído hacia ella, aunque por el otro lado... la odiaba con cada célula de su pequeño cuerpecito.

Johan ingirió la misma bebida que Becca y Albert.
Lo que quería decir... que él también era inmortal.
Y como no podía tener hijos dependía de alguien que cuidase su inmortalidad, así que Margo se quedó a cargo de la inmortalidad de sus padres, de ella misma y de Johan.

Esa pequeña niña era la más importante de toda la historia.
Todos dependían de ella.
Incluso... Jade.

Aeternum.  [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora