IV

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Del mismo modo que tenían un procedimiento para viajar, también habían establecido otro para cuando llegaban al punto de destino. Tras una primera visualización a través de los monitores de la TARDIS, Yenna siempre era la primera en abandonar la nave para captar las sensaciones del lugar mientras el Doctor esperaba en la puerta. Con el filtro holográfico nuevamente activado para camuflar su aspecto real, Yenna se encontraba a unos pocos metros de la puerta, con los ojos cerrados y los brazos extendidos mientras respiraba profundamente, tratando de absorber y palpar todo rastro de vida que hubiera en aquel lugar.

– Esta vez te estás tomando tu tiempo – dijo el Doctor ante la aparente tardanza de Yenna para informar.

– Me está costando obtener alguna traza. Es extraño... En otros lugares puedo captar la vida aunque esta lleve tiempo extinta, pero aquí... Es como si hubiera sido absorbida.

– ¿Algún tipo de campo repulsor?

– Algo parecido. No encuentro restos, sólo negación; parece que algo o alguien quiere permanecer oculto... ¿Tienes idea de dónde estamos?

– ¿En una cueva? – contestó con sorna el Doctor.

Estaba en lo cierto, eso sí; habían aparecido en una cueva, aunque ignoraba dónde. Del mismo modo que Yenna era incapaz de detectar la esencia vital, la TARDIS no había podido localizar su posición. Otra de tantas cuevas que el Doctor había observado a lo largo de su vida se extendía ante sus ojos: estalactitas y estalagmitas repartidas al azar, pasillos sinuosos con destino desconocido, sensación constante de humedad y frío, y el sonido lejano de gotas al caer reverberado a través de los túneles. El toque distintivo venía dado por la abundancia de unos hongos bioluminiscentes de color rojo que otorgaban al lugar un aspecto tétrico, como bañado en sangre.

– Gwaed... – dijo el Doctor, acercándose a una roca repleta de musgo rojizo.

– ¿Dime? – contestó Yenna, absorta en su búsqueda de vida.

– Este musgo; hongo gwaed. No es muy común... Aparte de proveernos de esta maravillosa iluminación, también es comestible – añadió el Doctor, para después rascar un poco de aquél hongo y llevárselo a la boca –. Su sabor es un poco terroso, pero no está mal del todo...

– Creo que podré sobrevivir sin él... – dijo Yenna, mostrando una mueca de asco.

– ¿Seguro que no quieres probar un poco? – le preguntó el Doctor, acercándole un pedazo.

– Creo que antes comería barritas de pescado crudas con natillas...

– Pues tampoco están tan mal, jovencita.

– ¿Qué te parece si nos dejamos de temas culinarios y volvemos al punto de partida antes de que mi estómago decida pronunciarse al respecto? – contestó Yenna para cerrar definitivamente el tema –. Tenemos vida vegetal, lo que nos lleva a la posibilidad de que haya vida animal, pero... ¿De qué tipo? ¿Insectos? ¿Anfibios? ¿Alguna clase de pez?

– Más o menos acabas de definir lo que sería una cadena trófica básica para este lugar – dijo el Doctor, mientras se paseaba por la cueva –. Se dan las condiciones subyacentes: la humedad es adecuada, la cantidad de oxígeno también... El hongo gwaed no sólo ilumina la cueva, sino que también se convierte en la base de una cadena alimenticia que deberían dominar unos seres que, pese a que no hemos visto, supongo serán de pequeño tamaño, prácticamente ciegos, y muy probablemente albinos; aunque también... – dijo deteniéndose ante un pasillo que dibujaba una línea ascendente.

– ¿También qué?

– ¿Seres dotados de inteligencia?

– ¿Una especie de civilización? ¿Aquí? ¿En qué te basas?

– ¿Te sirve esto? – dijo el Doctor, señalando lo que parecían ser unos escalones tallados.

Con cambios en su personalidad o no, la atracción por los misterios es algo que se ha mantenido de manera constante regeneración tras regeneración. No esperó la aprobación de Yenna y se adentró sin pensar en aquel pasillo, hasta alcanzar el lugar que había llamado su curiosidad.

– ¿Dirías que esto ha sido causado por la erosión?

– Es tosco – contestó Yenna, pasando la mano por el primer escalón –, pero no se ha formado de manera natural. ¿Por qué no detecto nada entonces?

– Quizás encontremos la respuesta al final de la escalera...

El camino era angosto, aunque permitía el paso sin excesivas dificultades. Serpenteante en algunas ocasiones, ascendente en todo su recorrido, con tramos que alternaban escalones en los puntos de mayor desnivel con otros donde la poca inclinación del terreno los hacía innecesarios, y sin ninguna bifurcación que pudiera despistarlos. El avance era lento por simple precaución, aunque en ningún momento se encontraron con situaciones que pudieran indicar peligro inminente.

Tras unos quince minutos de trayecto, acabaron abandonando aquel pasillo para aparecer en una nueva gruta, esta de un tamaño muy superior a la que habían dejado atrás. De forma abovedada, carecía de estalagmitas, aunque por las señales del suelo, parecía como si hubieran sido retiradas artificialmente; una especie de pasillo tallado en la roca recorría aquella sala de punta a punta.

La sorpresa fue mayúscula al descubrir que al fondo se encontraban cuatro personas, rodeadas de equipamiento diverso. Pese a que estaban charlando entre ellos, el sonido no reverberaba. Uno de los cuatro se giró y quedó igualmente boquiabierto al encontrarse con dos personas que, por sorpresa, aparecían por el túnel de entrada.

– ¿Quién...? ¿Quién demonios son ustedes? – fue todo lo que atinó a decir.

La Estratagema Del Silifante (Doctor Who)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora