XIII

50 9 1
                                    


– Al menos, parece que no ha sufrido, ¿no te parece, Doctor?

El Doctor no contestó. Durante gran parte del camino de regreso había permanecido en silencio, encerrado en sus cavilaciones, como habían observado sus encarnaciones pasadas en su reciente encuentro. Sus planes iniciales consistían en volver al campamento base, exponer la situación al doctor LaVey, y tratar de consensuar entre los tres un plan de actuación, o en su defecto, un plan de escape.

Yenna había pasado poco tiempo con el Doctor, pero ya lo conocía lo suficiente como para saber que en momentos como aquél era mejor respetar su silencio a tratar de romperlo con alguna frase estúpida en un intento de levantar su ánimo, así que se limitó a encabezar la marcha. Fue ella la primera en ver el cadáver.

– Doctor... Tenemos problemas – fue todo lo que atisbó a decir.

La cabeza del doctor LaVey estaba sobre el teclado del terminal desde donde había monitorizado las posiciones del Doctor y Yenna. Su cabeza miraba hacia la entrada, con los ojos todavía abiertos, como dando una macabra bienvenida. Había recibido un corte limpio en el cuello que le había seccionado la yugular, provocándole una muerte casi instantánea. Un reguero de sangre manchaba el suelo alrededor del cuerpo, fundiéndose poco a poco con el rojizo hongo gwaed.

– Al menos, parece que no ha sufrido, ¿no te parece, Doctor?

– El corte es limpio – dijo al fin el Doctor, tras un largo silencio observando el cadáver – y no se ve ningún signo de violencia; le ha pillado totalmente desprevenido.

– ¿Cómo ha podido suceder?

– Estaría más pendiente de nosotros que de lo que sucedía a su alrededor; acuérdate también de la facilidad de la doctora Crowley para escabullirse.

– ¿Y dónde crees que estará ahora?

– Quizás oculta en algún recoveco de este sistema de túneles y cavernas, esperando acabar con nosotros... Aunque apostaría una regeneración a que en estos momentos ya se habrá encontrado con su Amo, Señor y Creador.

– ¿Y qué hacemos ahora?

– Ya nada nos retiene aquí. Nos largamos inmediatamente.

– ¿Y el Silifante?

– ¿Cómo puedes matar a algo que no tiene cuerpo? Lo único que puedo hacer es tratar de evitar que alguien más venga aquí y privarlo de su alimento. Desde la TARDIS puedo colarme en los servidores de Jeoju Industries e inundarlos de informes negativos sobre el sistema Uróboros.

– ¿Funcionará?

– Cuando los humanos os encontráis con un gran botón rojo en el que hay un enorme cartel donde se lee "NO PULSAR BAJO NINGÚN MOTIVO" en letras inmensamente grandes no podéis evitar la tentación de tocarlo, sólo para ver lo que sucede después. Tendré que ser muy convincente...

– También podrías tratar de borrar toda referencia a este sitio.

– Eso no evitaría la posibilidad de que en un futuro vuelva a ser descubierto; además, no me atrae mucho la idea de destruir conocimiento, sea de la clase que sea.

– Confiemos en que tu idea tenga éxito...

– O en que estos planetas acaben colisionando el uno con el otro en el cambio de sol, aunque para ello lo más factible fuera invertir la polaridad de uno de ellos girándolo, pero si la TARDIS fue capaz en una ocasión de arrastrar la Tierra no veo porque no podría hacerlo aquí... Ya tomaré la decisión definitiva durante el camino de vuelta.

– Bien... Todo decidido entonces. ¿Y qué hacemos con él?

– No podemos perder tiempo enterrándolo, Yenna.

– Pero... – replicó Yenna.

– Conozco perfectamente los ritos de Vichaar – contestó rápidamente el Doctor, cortando tajantemente todo intento de protesta –, y sé que esto te parece una inmoralidad, pero no tenemos tiempo que perder. Además, si lo enterramos a él, también deberíamos enterrar a los nueve del equipo Fyrsta, y si me apuras, después tendríamos que dedicarnos a buscar el cuerpo del doctor Carter para hacer lo mismo. ¿Crees que la situación nos lo permite?

– Tú ganas, Doctor – admitió Yenna, soltando un soplido de resignación –. Tú ganas...

No cogieron nada; no necesitaban nada de lo que allí había, así que se limitaron a abandonar aquella cueva y regresar a la TARDIS sin detenerse en ningún lugar, ni siquiera cuando cruzaron la gran sala. Una constante sensación de derrota revoloteaba por los pensamientos del Doctor, pero era consciente de su imposibilidad para encontrar otra salida. En tales circunstancias, siempre es mejor hacerse a un lado y esperar una oportunidad más propicia para actuar.

– Bien, Yenna... – dijo un aliviado Doctor cuando entró en la TARDIS y se dirigió a la consola central – ¿Lista?

– Lista – contestó ella con una sonrisa, para acercarse después y posar sus manos en la cabeza del Doctor y juntar sus frentes.

Como dos amantes en el momento antes del beso, cerraron los ojos y sincronizaron inconscientemente sus respiraciones. Incapaz de devolver el abrazo que Yenna le ofrecía, una de las manos del Doctor permanecía inerte, mientras que la otra agarraba la palanca de arranque de la TARDIS, a la espera del momento preciso; cuando éste llegó, la bajó de un tirón seco y los motores comenzaron a rugir con su habitual sonido ronco.

La Estratagema Del Silifante (Doctor Who)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora