VII

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– Esto no puede ser... – decía el Doctor mientras no dejaba de comprobar los sistemas de la TARDIS – ¡No deberíamos estar aquí!

– ¿Qué dicen los sistemas?

– Absolutamente nada – contestó el Doctor sin mirarla, absorto en las comprobaciones –. Nada en el indicador temporal, nada en la localización, ... ¡Nada de nada!

– Como si estuviéramos fuera del tiempo y el espacio... ¿Qué está pasando, Doctor?

– No lo sé, pero no vamos a encontrar la respuesta aquí dentro.

A ojos de alguien que ve el tiempo en sí mismo, cualquier cambio, por pequeño que sea, es perceptible. Cualquier variación en la luminosidad, que hubiera indicado crecimiento de los hongos, o en el tamaño de los charcos, que indicaría cambios en la humedad ambiental... Sin embargo, a ojos del Doctor la cueva seguía exactamente igual a cómo estaba cuando la habían abandonado. En aquella cueva el tiempo transcurría mucho más lento que en cualquier otro lugar, o simplemente, no transcurría.

– Parece que hay algo que no quiere que nos vayamos así como así; algo, o alguien... Volvemos a estar en la casilla de salida, pero la banca no nos ha dado nada.

– Quizás sí, Doctor; percibo cosas...

– ¿Qué sientes?

– Es una señal débil, pero... Noto mucho dolor... Sufrimiento, pena, agonía, miedo, ... Aquí ha muerto gente, Doctor.

– ¿Te refieres a...?

– No; son sensaciones muy antiguas, cosas que se remontan casi al principio del tiempo. Este lugar es muerte, Doctor; este planeta es un cementerio. ¿No notas el frío? – dijo mientras se abrazaba para tratar de entrar en calor – Me cala los huesos...

– Toma – contestó el Doctor, dándole su levita y poniéndosela sobre los hombros para abrigarla –; ya que no puedo ayudarte a calmar tus percepciones, al menos trataré que no te congeles.

– Gracias... ¿Por qué crees que ahora soy capaz de percibir?

– ¿Una advertencia?

– ¿Crees que quieren que nos vayamos?

– ¿Después de que ya lo hayamos intentado y nos hayan traído de vuelta? Más bien parece un aviso de lo que nos puede suceder si tratamos de escapar de nuevo.

– ¿Escapar de quién?

– Prefiero no pensar todavía en eso...

– ¿Comienzas a temer que el Silifante puede ser real?

– Comienzo a desear que vuelva a ser una simple pesadilla recurrente...

– ¿Y qué vamos a hacer ahora?

– Para empezar, estaría bien tratar de averiguar qué les puede haber sucedido a la doctora Crowley y a los demás, si es que les ha sucedido algo. Luego... Luego ya veremos qué se me ocurre.

Pese a conocer ya el camino, el trayecto fue mucho más lento que la primera vez que lo recorrieron, alerta ambos ante cualquier sonido o señal, o fijándose en detalles que en su momento no les había llamado la atención. Lo que en un principio habían pasado como simples marcas causadas por la erosión se convertían ahora, a los ojos curiosos del Doctor, en posibles dibujos o grabados que acrecentaban un misterio del que hacía poco había querido huir y ahora trataba de resolver con todas sus fuerzas. Si el Silifante había sido una pesadilla recurrente durante su juventud, ahora era una clara evidencia incluso en aquellos sitios donde no había ningún rastro de él.

"Ven a mí..." – dijo una voz gutural en su cabeza.

Confundido ante la duda de que aquella voz hubiera sido real o un simple producto de su creciente paranoia, el Doctor no pudo evitar sentirse sobrepasado y tuvo que detenerse por unos instantes y cerrar los ojos para recuperar la calmar.

– ¿Estás bien, Doctor? – preguntó Yenna.

– Estoy a años luz de sentirme bien... – contestó él mientras miraba sus manos, atacadas por un ligero temblequeo – Acabamos de comenzar y este lugar ya está pudiendo conmigo. ¿Cómo estás tú? ¿Notas algo?

– Conforme nos vamos acercando, las sensaciones aumentan... Pero puedo controlarlo.

– Es bueno saber que uno de los dos mantiene su cordura.

– Doctor... La doctora Crowley ha mencionado que el Silifante era un dios caníbal.

– ¿Crees que podemos estar autosugestionándonos?

– No lo sé... Es todo tan vívido, tan real...

– Y probablemente lo sea, o al menos en parte. No sé si el Silifante es real, pero apostaría sin dudar a que en este sitio muchos han muerto de manera violenta. La muerte siempre deja un poso, y hasta yo lo noto.

– Entonces imaginarás cómo me siento yo. Si lo tuyo es un simple dolor de cabeza, lo mío se parece más una profunda jaqueca... ¿Qué crees que nos vamos a encontrar cuando lleguemos a la salida?

– ¿Sinceramente? No tengo la más remota idea.

– ¿Y si no encontramos nada? ¿O a nadie?

– Pues habrá que seguir investigando. Por ahora sólo conocemos dos grutas y este camino; tiene que haber mucho más...

Prosiguieron su avance, aunque esta vez el Doctor decidió dejar de observar para no volver a perder la compostura. Unos minutos más tarde volvían a emerger a la gran sala de la que el Doctor había huido de manera apresurada tras advertir a la doctora Crowley y los demás acerca del Silifante.

El equipamiento seguía allí; sus usuarios, no.

La Estratagema Del Silifante (Doctor Who)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora