El Cambio

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Todo iba cambiando, después de la clausura me volví famoso, no podía creerlo, mi madre me lo decía, algún día dejarían de molestarme y se darán cuenta que no soy un inútil. Me sentía feliz por tener admiradores, pero más que ello, era porque mi madre estaba orgullosa de mí y lo que era.

Seguí la secundaria, entré al equipo de básquetbol, la verdad no era tan buena, pero era unos de los chicos más populares y era un honor tenerme en el equipo. Mi condición física iba pareciendo atractiva ante las chicas, pero mi corazón aún seguía enamorado de la niña hermosa que creyó en mí siempre, Heidy.

Es increíble como el cuerpo se va transformando, me sentía incómodo con eso, pero al final sabía que llegaría el momento, mis dudas iban surgiendo ante los constantes cambios, mi madre me explicaba algunas cosas pero una madre no puede entender de fondo al adolescente varón.

Crecía la necesidad de sentirme importante, el orgullo y la vanidad empezaba a brotar sin poderlos controlar. Estaba de lo mejor, quizá empezaba a sentirme como una persona normal, en lo que cabe considerar como alguien normal.

Mi capacidad cognitiva empezaba a darme problemas, no lograba entender todos los cursos, los profesores solían darme lecturas y explicaciones extras para que pudiera entenderle. Mi madre trataba de enseñarme a su manera con una paciencia tan admirable en ella, seguía siendo mi mayor motivación.

Me decepcionaba cuando no lograba captar la información, me rascaba la cabeza, mis manos sudaban, surgían otras ideas, todo era prácticamente sinónimo de desesperación ante mi incapacidad cognitiva, mi consuelo llegaba al ver que muchos de mis compañeros estaban peor que yo y siendo personas sanas.

Tenía que mantener un promedio digno para seguir en el equipo, me encanta ir a la práctica y jugar con mis amigos y compañeros, aunque en los partidos solo jugara un tiempo completo de quince minutos. Adoraba divertirme pues era un modo de salir de la rutina de las tareas y las clases.

Estaba enamorado de Heidy pero ella quizá no lo sabía, cuando estaba con ella sentía una conexión romántica, nuestras cargas positivas se encontraban y creaban una atmosfera de amor y ternura, quizá solo sucedía en mi imaginación.

En una ocasión fuimos a comer un helado e intente expresarle mis sentimientos, no era bueno con eso, aunque era un chico atractivo para las chicas por mi popularidad, no podía enamorar a la chica que era la dueña de mi corazón.

- ¿Quieres ir a comer helado Pandita?

- Claro Tin, me encanta pasar tiempo contigo.

- Gracias, es lindo que lo digas.

- Gracias a ti por invitarme. –Caminamos unas cuantas cuadras hasta llegar a la heladería-.

- ¿Qué sabor de helado quieres Heidy?

- Fresa con queso, me encanta.

- De acuerdo. –Me dirigí a la señorita que atendía la heladería- Dos helados de fresa con queso, por favor.

- ¿Te gusta el helado de fresa con queso?

- Sí, ¿Por qué?

- Tenemos casi los mismos gustos, ¿Te has dado cuenta de eso Agustín? –Mi corazón empezaba a palpitar tan emocionado que casi se me salía del pecho-.

- No me había dado cuenta. –Trataba no hacerme el desinteresado-.

- Pues somos tan locos e iguales, quizá debamos estar unidos para siempre. –Me sentía morir de la emoción-.

Mis amigos y compañeros de equipo decían una vez que las mujeres hablan a través de señales, suelen ser indirectas para que el hombre indicado sepa descifrar el laberinto de sus palabras. Considere por un momento que quizás eran esas misma señales las que ella quería expresarme.

- ¿En serio lo consideras así? –Estaba dispuesto a decirle que estaba locamente enamorado y quería que fuese mi esposa-.

- ¡Sí! Tu ere mi mejor amigo loquito, sabes que estaremos juntos siempre, aunque tomemos diferentes caminos estaremos siempre unidos, yo estaré en tu corazón y tú en el mío. Cuando me case, quisiera que fueras el padrino de mis hijos.

No podía creer semejante atrocidad, era hermoso saber que tendría su amistad por siempre, pero no quería solamente su amistad, la quería completamente conmigo. Definitivamente no sentía lo mismo por mí, me pidió que fuese el padrino de sus hijos ¿Por qué no ser el padre de sus hijos? Tal vez era por mi condición enfermiza.

Contemplé por un momento su rostro, era muy bella, me encanta la manera en como deslizaba su boca por un lado para sonreír mientras hablaba, la fascinante manía de levantar las cejas para enfatizar sus expresiones y esos ojos cristalinos que tantas veces podía ver mi reflejo en ellos.

Mi esperanza iba desmayando, pero me conformaba con tener su amistad. Era insólito pensar que me estaba muriendo por el amor de una chica, mientras muchas se morían por mí. Mi madre decía que el no debía buscar amor de un rato, sino un amor verdadero; el amor de un rato me hará cada vez más frio y sobrio, pero el amor verdadero me dará la vida.

Bel nos había contado que conoció a un chico guapo en la Universidad, esperaba ansiosamente el día en que él le preguntara si quisiera ser su novia, para su fortuna el día llegó rápidamente. Esta feliz por tener a una persona que la hiciera feliz, sus amigas estaban igual de fascinadas como ella, le decían que iba a ser afortunada si se casaba con él, pero debía terminar su carrera y regresar a casa para casarse.

No tenía amigos para contarles mi amorío con Heidy, solo la tenía a ella y no era la indicada para contarle que mi amor platónico era ella misma. Quizá debía buscarlos, pero en verdad no quería otros amigos, la quería a ella, solamente a ella.

No podía descuidarme en mis notas, debía dejar mis sentimientos a un lado, debía creer en las palabras que mi madre repetía "Todo tiene su tiempo", llegaría el día en donde debía entregarle mi amor a una chica, pero mientras llegaba ese dichoso día debía preocuparme por el presente, los cursos.

No podía darme el lujo de decepcionar a mi madre, debía recompensar su esfuerzo por querer que yo luchara por una persona hecha y derecha. Sentía la presencia de mi madre en mí, trataba siempre de recordar y poner en práctica sus enseñanzas, era una mujer muy sabía. Su felicidad era mi felicidad.

Manteníamos la tradición de ir a misa todos los domingos, ella se vestía elegantemente y trataba hacer lo mismo conmigo, pero no nací para la elegancia. Admiraba la devoción de mi madre, el esmero de hacer la voluntad de Dios.

Era la mejor maestra, todo lo que me aconsejaba lo podía notar con su propio actuar, nada mejor que demostrar con el testimonio tus propias palabras. Traté seguir sus pasos, ella tenía un amor tan grande por Jesús, íbamos temprano al templo para dedicarle un momento de oración a Jesús sacramentado que estaba guardado en el altar. Solía admirar el rostro de mamá con los ojos cerrados contemplando el altar y al gran Rey que resguardaba.

Era un chico con un desorden sentimental, pero todo esto marcaba de buena manera mi vida. 

 

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Todo tiene su tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora