Los hermanos Mendoza

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En el colegio todo iba pasando de lo mejor, ciertamente me consideraban como una estrella musical. No era tan bueno como muchos que estudiaban ahí, pero el hecho de ser hijo de Don Mario Navarro me hacía ser alguien admirado. Me pedían que les contara mi historia, era realmente maravilloso el hecho que te presten atención, pero sobre todo que les parezca interesante tu historia personal.

Muchos compañeros y amigos se acercaban para pedirme consejos para maniobrar mejor el violín, otros para que escuchara las composiciones de nuevas melodías o versiones de canciones hechas pasadas a baladas. Simplemente tenía un gusto particular por escucharlos y deleitarme con un maravilloso mini concierto.

Era quizás la imagen de un músico que admiraba las interpretaciones magnificas de los demás, lo mío no era desanimarlos, cuando escuchaba alguna interpretación no tan bien interpretada los animaba a seguir ensayando para que saliera estupendamente y se iban tranquilos.

En la escuela me conocían como un chico tranquilo, quería pasar de desapercibido. Era el fenómeno de la escuela a quien todos querían molestar, les tenía un cierto temor. Pero en el colegio era diferente, los chicos y chicas me saludaban por el pasillo, con algunos hacíamos una que otra broma.

En una ocasión un grupo de chicos tocaron la puerta de cuarto, abrí y fui envuelto en una sábana, me cargaron en los hombros para llevarme a algún lugar ajeno, estaba muy nervioso pues pensé que me haría algo malo. Cuando me bajaron y me retiraron la sabana encontré a los chicos vestidos de trajes coloridos, estaban de fiesta, había tambores, guitarras, panderetas, trompetas, entre muchos instrumentos.

La fiesta era la bienvenida que les hacían a los estudiantes brillantes y famosos en el colegio, pero esta fiesta no solamente era para mí, había dos tipos sentados a la par mía, eran los hermanos Mendoza. Famosos por ser los mejores guitarristas, sabían ejecutar la melodía de una canción con apenas escucharla una sola vez.

Apagaron la luz para hacer una solemne presentación a los susodichos nuevos miembros queridos en el colegio, luego las encendieron para dar el lujo de celebrar el momento. La música motivaba a querer menear la cadera, cambiaba de pareja a cada rato, nunca había bailado tanto en mi vida.

Fue la primera vez que tomé una bebida alcohólica en mi vida, sentía que algo caliente pasaba por mis venas, me hacia reírme sin ser consciente del motivo. Una buena noche que termino con un malestar horrible en la boca, un dolor de cabeza espantoso y un dolor de estómago incomodo por la mañana siguiente.

Las fiestas se armaban por mes con el mismo grupo, siempre había un nuevo miembro, parecíamos unos jóvenes músicos alocados encerrados en un cuarto del sótano del colegio. Los maestros y el director no se dieron cuenta de alguna de las fiestas alocadas, siempre creí que tendrían alguna cámara escondida y que quizás en los recesos los veían mientras se reían de nuestras ocurrencias.

Quise aprender a ejecutar la guitarra, pero los hermanos Mendoza, Enrique y Arnold, no se veían tan amistosos. Decidí perder el miedo y pedirles que me enseñaran, accedieron inmediatamente con la grata sorpresa de que le enseñarían al considerado "mejor músico del colegio", era un honor para ellos el hecho de compartirme su mayor don y pasión.

Pasamos varios meses intensos con la práctica de la guitarra, tenía que hacer un poco más de tiempo libre pues estaba saturado con las tareas que nos dejaban los profesores. Me maravillaba el hecho de que aunque fuese un instrumento de cuerda al igual que el violín era distinto al ejecutarlo.

Iniciamos con las notas, desde las mayores, menores y alteraciones, luego seguimos con los ritmos que eran muy diversos, para terminar me enseñaron a arpegiar en la guitarra, fue lo más difícil, pues Enrique solía decir que tenía que sentir la precisión en los dedos al tocar las cuerdas, pero para mí parecía casi imposible llegar a su nivel.

- Agustín, eres genial. –Dijo Arnold al notar que había avanzado con la práctica-.

- Tengo a los mejores maestros.

- Y nosotros al mejor alumno. –Defendió Enrique-.

- Al principio me parecían muy cerrados y que quizás no me quisieran enseñar. Pero considero que lo que ocurría en ese sentido era que no le daban confianza a cualquiera o que pretendían ser cerrados o reservados para darse a respetar de los demás.

- En realidad no somos cerrados, intentamos a ser serios porque venimos de la calle, aprendimos a ejecutar la guitarra hace más de diez años. Nuestra madre nos abandonó cuando éramos pequeños, pero papá trabajaba arduamente para cuidarnos, era un buen músico y le encantaban las canciones rancheras, así que nos enseñó a ejecutar la guitarra, nos atrevimos a salir a la calle y ganar dinero. Nos volvimos famosos y él se sentía orgulloso, poco a poco nos hemos levantado de la pobreza en la que nos encontrábamos, tenemos un negocio familiar, una casa instrumental, fue así como por muchos alumnos de este colegio que llegaban a comprar sus instrumentos nos comentaban lo bueno que es este lugar, y henos aquí.

- Maravillosa historia, siento pensar así de ustedes.

- No te apenes, sabemos que nos consideran que somos orgullosos, pero te has dado cuenta que no lo somos.

- Claro, quizás parezca una caja fuerte, difícil de adivinar el código, pero cuando lo logras sabes que adentro hay un magnifico tesoro.

- Gracias Agustín.

- No me gusta ser tan curioso, pero ¿Qué pasó con su madre?

- Ella apareció después de volvernos famosos, nos contó que tenía otra familia, un esposo adinerado y tres hijos más. Al parecer nos había dejado para buscar alguna ayuda para nosotros, trabajó como mucama en una casa de gran prestigio, al llevar algunos años ahí, el hijos mayor del dueño de la casa se enamoró de ella e hizo que se casara con él. Luego ella le contó su historia y fue a buscarnos, pero ya no vivíamos en la misma casa. Al vernos en algunos anuncios en la televisión dio con nuestro paradero y fue así como nos encontró.

- Interesante, ¿Su padre buscó pareja?

- No, bueno él decidió vivir su condición de padre de familia al 100%, decía que su mayor felicidad éramos nosotros, espera que le demos descendencia para quererlos como nos ha querido. Pero aún estamos en ese proceso, decidimos adentrarnos de manera formal en la música para luego darle tiempo al amor, tenemos nuestras novias pero aun no es un noviazgo del todo formal.

- Pues es mejor no comer ansias. –Dije en son de broma-. Chicos, son increíbles, gracias por contarme su historia.

- Agustín. –Dijo Enrique entrando de nuevo a la conversación-. Todos tenemos una historia personal interesante, hemos escuchado la tuya también, eres una gran persona, seguramente llegaras a ser una gran celebridad, aunque no es lo que buscas, pero debes saber que por el simple hecho de ser un Navarro te hace ser fantástico.

- Enrique, mi padre decía que a pesar de mi enfermedad genética no me menospreciara, después que falleció mi madre he intentado escapar de esa idea de inutilidad, me siento fantástico al ver que muchos me admiran, pero me sentiría mejor si me dijera que me admiran por lo que soy sin ver mi apellido. No es que no valore a mi padre, sino que no quiero enaltecerlo con el apellido, sino con hacerlo vida en mi música, en mi ser.

- ¡Wow! Eso fue profundo, creo que nos has dado la mejor lección de la vida.

- No Enrique, todos tenemos algo nuevo por aprender cada día.

Nuestra amistad fue más fuerte, conocí al señor Pablo Mendoza, padre de los hermanos, se veía muy joven, su rostro impregnaban felicidad y orgullo al ver a sus hijos. Veía en él la figura de mi padre, esperaba que se sintiera orgulloso por verme hacer lo que tanto adoro, principalmente por verme feliz.

 Veía en él la figura de mi padre, esperaba que se sintiera orgulloso por verme hacer lo que tanto adoro, principalmente por verme feliz

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Todo tiene su tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora