No me dejes solo

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Mi madre siempre mantenía la devoción de ir a misa, a mí me encantaba el canto de salida, tradicionalmente era el Ave María al estilo de ópera, lo realmente fascinante era que cada vez lo cantaba un intérprete diferente, todos a su modo. Deseaba enérgicamente cantarla a mi modo, pero sabía que para hacerlo debía entrar al coro de la Iglesia y no era apetecible para mí.

Me lo sabía de memoria por tantas veces que lo había escuchado, intentaba cantar mientras tomaba la ducha matutina, pero no lograba llegar a algunas notas. Admiraba a mi hermana por su magnífica voz, quizás a ella le saldría estupendo, o quizás podríamos hacer un dueto que saldría fenomenal, pero ella no estaba en casa.

Empezaba a notar que mi madre estaba envejeciendo, no precisamente físicamente sino en el alma, notaba que el cansancio la tenía desgastada. Me sentía inútil al no poder hacer algo para ayudarla, pudiese buscar un trabajo, pero soy consciente que nadie le daría trabajo a un chico con síndrome de Down.

Se me había ocurrido cantar en el parque central o en las calles más concurridas con tal de ayudar a mi madre, no podía hacerlo solo, pues aún mantenía un pánico escénico. Debía consultarle a Heidy para que me ayudara a tranquilizarme mientras cantaba, ella me apoyaba en todo y sabía mantenerme tranquilo.

Al llegar a la escuela esperé hasta el momento del receso para poder hablarle, ella estaba ocupada con sus amigas, decidí no molestarla aunque quizás se haya dado cuenta que iba a hablarle sobre algo importante pues en el momento de darme la vuelta y caminar hacia otra dirección con la cabeza agachada ella corrió para saludarme.

- Hola Tin, ¿Te pasa algo?

- Hola Pandita, solo quería que me ayudaras en algo.

- Dime, ¿En qué te puedo ayudar?

- Mi madre está enfermando, quiero ayudarle con los gastos de la casa, pero no puedo conseguir un trabajo. Así que estaba pensando en cantar en la calle para reunir un poco de dinero.

- ¡Pero Agustín eso es peligroso!

- Lo sé, pero en verdad quiero ayudar a mi madre.

- Entiendo, ¿Quieres que cante contigo? –Una sonrisa se asomó por su boca.

- No, bueno si, en realidad quería que me ayudaras a tranquilizarme mientras canto, se me hace difícil hacerlo mientras muchas personas me ven, pero si cantaras conmigo me sentiría genial.

- Bueno, entonces lo haremos esta tarde después de clases, ¿De acuerdo?

- De acuerdo. –Ella me abrazó y me besó en la mejilla-. Gracias Heidy por ser tan linda conmigo.

- Agustín, tú te has ganado mi cariño, sabes que siempre voy a estar contigo.

- Gracias, debes irte, tus amigas te siguen esperando.

- Esta bien, te veré después de clases.

Me sentía bien saber que seguía teniendo el apoyo y cariño de mi mejor amiga y quizás mi futura esposa, nada mejor que sentirse comprendido con tus ideas y decisiones. Entré a clases con la desesperación de esperar hasta que terminaran las clases para poder cantar en la calle con ella.

Al salir me tomó de la mano apresurándome para ir al parque, muchas veces había tomado su mano, pero esa tarde se sentía diferente, estaba llena de amor y de entusiasmo. Sabía que lo que haríamos era importante para mí, pero más que ello siento que ella se sentía bien cuando estaba conmigo y hacíamos grandes locuras.

Recuerdo que en una ocasión, cuando aún estábamos empezando a conocernos, mi madre decidió conocer a los padre de Heidy, me obligó a ir vestido formalmente, llevaba un traje completo color gris con una camisa blanca y corbata negra, lo chistoso fue que cuando llegamos a casa de Heidy y abrió la puerta ella estaba con un vestido estupendamente hermoso, también la habían obligado vestirse formalmente.

Después de la cena perfectamente preparada y servida, ella pidió permiso para poderme enseñar su cuarto, subimos para verlo, todo era rosa, habían muchos peluches. Ella reprodujo una música movida para poder bailar y dejar a un lado la formalidad, el baile duró hasta que llegaron nuestros padres encontrándonos bailando, no paraban de reírse de nosotros, pero más que eso les encantaba vernos bailar.

Llegamos al parque, ella colocó su mochila abierta frente a nosotros, empezó haciendo una magnifica presentación de los grandes cantantes de esa tarde, nosotros.

"Damas y caballeros, tengo el honor de presentarles al hijo del magnífico cantante Don Mario Navarro y su bella amiga que tendrán a bien deleitarles hermosas canciones, con ustedes Agustín y Heidy".

Luego de la presentación las personas que ya se encontraban cerca aplaudieron, ella empezó cantando una canción de Ana Gabriel titulada "Luna", seguidamente de canciones de José Luis Perales, en un popurrí estupendo. Conocíamos las canciones porque nuestros padres tenían curiosamente los mismos gustos para escuchar las canciones de sus tiempos.

Logramos reunir mucho dinero y miles de aplausos, me sentía genial, Heidy me acompañó a casa para que ambos le diéramos el dinero a mi madre. Al llegar a casa nos sorprendimos al ver personas dentro, las vecinas se encontraban cuidando a mamá que estaba postrada en cama, seguramente enferma.

Me acerqué lentamente para poderle ver, mi madre se veía muy vieja y demacrada, pero a pesar de eso no paraba de sonreír al verme.

- Hola hijo, ¿Dónde estabas?

- Estaba en el parque cantando con Heidy.

- ¿Por qué cantabas en el parque?

- Queríamos reunir un poco de dinero para ayudarte con los gastos de la casa. –Heidy sacó la bolsa con dinero de su mochila y se la mostró a mamá-.

- Hijo no tenías que hacerlo, todo estará bien. No debes preocuparte por nada.

- Pero, sí todo está bien, entonces ¿Por qué estás en cama?

- Solo fue un desmayo, veras que me pondré bien.

En realidad el efecto del sencillo desmayo se prolongó demasiado, pasó una semana en cama. Decían que moría de tristeza, en realidad nadie puede morir de tristeza, moriría quizás de enfermedades ocasionadas por la tristeza. Nunca la había visto tan demacrada, no podía dejar de imaginarme que me quedaría solo para siempre.

Recuerdo la última noche con ella, había pedido verme, me acerqué a su cama, ella colocó su mano sobre mi cabeza acariciándola, no dijo palabra alguna. Quise ver sus ojos, los tenía cubiertos de llanto, aún mantenía el brillo inigualable que siempre me animaba a seguir adelante, era el brillo de la paz en el alma.

Tomé su mano, la tenía muy fría, me la empezaba a apretar como cuando no quieres soltarte de alguien, de repente sentí como soltaba lentamente mi mano. Sabía que pronto moriría, me acosté junto a ella y la abracé, como lo hacía cuando era un pequeño, podía mantenerme haciéndolo por muchas ocasiones más, pero en esa noche fue la última.

Me había quedado dormido en el sillón de la sala, desperté repentinamente como si alguien me había avisado que era el momento en que ella fallecería. Me encamine a su cuarto, entre y su mirada esperaba mi llegada para cerrarse con una lagrima, mi madre había muerto.

Muchas personas se aglomeraron en su entierro, usé uno de los trajes que ella me pedía ponerme para ir a misa. Hubiese querido que me viera tan formal ese día, me tocaba decir unas palabras antes de despedirla, tenía el corazón destrozado, no quería pensar en nada. Todos me veían, yo miraba la caja, mi boca se abrió para cantarle el Ave María que tantas veces había escuchado al final de Misa y había ensayado en casa. No me enseñó a vivir con ella, Bel estaba lejos, me había quedado SOLO.

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Todo tiene su tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora