Plumas

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Un pequeño gritito de sorpresa se oye en la casa. A tientas, busco la manera de llegar hasta la puerta y abrirla. Tras un rato de búsqueda, lo logro y salgo del baño, envuelto en una toalla blanca y esponjosa. Algunas gotitas de agua resbalan por mi piel y cabello, y se precipitan hacia el suelo de madera. Se escuchan unos rápidos pasos a mi lado; es Hugo. Corre desconcertado, escaleras abajo. La voz de Lua interrumpe el silencio temporal que se había formado.
-¿Naia? La luz no funciona...
Escucho la voz de Naia responder algo que no llego a identificar. Me dispongo a bajar la escalera. Al tercer escalón, la trayectoria de mi pie varía por descuido. Entonces, mi piel húmeda resbala sobre la madera del escalón. Ruedo escaleras abajo. Alertada por el ruido, Naia acude con rapidez. Sostiene una linterna en su mano derecha. Me apunta con ella y el foco de luz me ilumina. Su mirada se desvía hacia mi rodilla, recubierta de cierto líquido rojo, deslizándose despacio fuera de mi cuerpo. Su expresión de terror es evidente.
-¡Dios mío! ¡Kai! ¿Qué ha pasado?
Me encojo de hombros.
-Me caí.
Naia niega con fuerza.
-Traeré algo para curar eso...
Miro mi rodilla. Recuerdo brevemente las heridas con las que llegué a este sitio y un escalofrío recorre mi espalda. Lua, que ha bajado también las escaleras, está de pie mirandome con los ojos muy abiertos. No hay mucha luz, pero supongo que puede verme bien, y no tiene cara de que le agrade lo que ve. Naia me explicó que es invierno y que, en invierno, hace frío porque el Sol se aleja de nosotros, quizás porque no le gustamos, creo. Como el Sol está más lejos, hay menos luz, así que aunque se supone que es pronto, muchas veces parece que ya es de noche. Naia regresa con rapidez, con una botellita y unas tiras blancas, vendas, como las de la primera vez. Se agacha a mi lado y la miro. Parece más calmada que hace unos días. Naia es buena conmigo. No querría que nada malo que pasase. Es mi amiga. Arrodillada a mi lado, abre la botella y deja caer lo que hay dentro de la botella sobre la herida de la rodilla. Escuece, duele, no me gusta, y una desagradable capa de espuma blanca se forma por encima de mi rodilla. Lua observa con una mueca de desagrado mientras Naia enrolla mi rodilla con las vendas. Un par de golpes en la puerta resuenan en la casa. Naia mira a su hermana menor, que se da la vuelta hacia la entrada, seguida por su diabólica bola de pelo, que parece moverse bien en ambientes oscuros. Naia acaba deprisa y me manda arriba, a vestirme, porque supone que Eric ha llegado y dice que no es apropiado presentarse a los invitados sin ropa, por mucho que vaya metido en la blanca y suave toalla. Suspiro, mientras pongo mi pie en la escalera. Esta vez, llego hasta arriba sin problemas. Mis pies llevan secos un buen rato. Tras entrar a mi habitación y rebuscar en los cajones, decido ponerme unos pantalones negros y una camiseta blanca. Nada demasiado complicado. Tampoco es que tengamos mucho para elegir, pero no necesito más, y no me quejo, porque Naia trabaja muy duro para conseguir todas las cosas. Paso mi cabeza por el agujero de la camiseta blanca y abrocho el botón de los pantalones. Miro por la ventana del cuarto y veo la luna, muy brillante y blanca, en el cielo. Un nubarrón movido por el viento tapa a la reina de la noche. Hoy no se ven las estrellas. Bajo de nuevo las escaleras. Eric está sentado en el sofá, a su lado, Lua con Hugo sentado encima. Hablan amistosamente. Lua nunca es así conmigo. No le gusto. Y no entiendo porqué, supongo que no puedes agradar a todos aunque seas bueno con ellos. Eric se da cuenta de que he llegado. Se sube las gafas, que se habían deslizado por su nariz. Sus ojos grises me miran detrás de ellas. Sonríe.
-¡Kai! Hola. Habéis tenido un apagón, ¿Eh?
Asiento con levedad.
-Estaba en el baño, y de repente -doy una fuerte palmada- BUM.
Eric se ríe.
-Luego le echaré un vistazo. Quizás hayan sido los plomos.
No sé lo que son los plomos. Abro la boca para preguntar, pero Naia entra en la sala con unas cuantas tazas y un paquete de galletas.
-Se ha quedado algo frío -dice señalando a las tazas- Porque lo estaba haciendo antes de lo de la luz. Pero por lo menos ha dado tiempo.
Miro el contenido de las tazas. Un líquido marrón y espeso está dentro. Lua parece feliz, no tarda en agarrar una de las tazas. Eric hace lo mismo. Naia me tiende una de las dos restantes. "Chocolate caliente". No está muy caliente, pero sí que sabe a chocolate. Está bueno. Veo a Lua relamerse tras dejar la taza en la mesa, vacía. Las luces del techo parpadean, haciendo un ruidito extraño cada vez que se encienden y apagan. Finalmente, se quedan encendidas. Naia aplaude, aliviada.
-Menos mal- suspira.
Eric la mira y sonríe.
-¿Quieres que mi tío se pase por si acaso?
-Oh, no, no es necesario.
-Corre por mi cuenta, Naia.
Naia parece algo agobiada. Eric sigue insistiendo y ella, al final, acepta. Parece ser que el tío de Eric trabaja con las luces. Yo creo que es buena idea que venga. Hugo salta del regazo de Lua de repente. Creo que ha visto algo. La chica suelta un gritito. Eric y Naia se sobresaltan un poco. Miro al peludo animal correr y deslizarse hasta la entrada. Me levanto deprisa.
-Ya voy yo.
Voy tras el gato, que, de alguna manera, ha conseguido salir de la casa. Lo veo girar la esquina, lejos de mi. No sé a dónde diablos cree que va, el estúpido animal.
-¡Hugo!
No hace caso. Acelero el ritmo, para no perderlo. Veo a Eric en la puerta de casa, mirándome, con Lua escondida detrás, con una expresión triste. A Lua no le gusto. Pero ella quiere a Hugo. Y, aunque Hugo no me gusta, no voy a dejar que se pierda ni le pase nada. Me alejo como para perderlos de vista en el horizonte. Veo a Hugo deslizarse entre unos arbustos y entrar al bosque. Mi corazón late deprisa y mi respiración está acelerada, pero mantengo mi ritmo. Hugo se detiene. Pega un brinco y se sube a uno de los árboles. Suelto un gruñido, ya frustrado por toda la persecución.
-MALDITA SEA.
Pongo mi mano en el árbol y empiezo a trepar. Hugo me mira desde una rama. Maldito bicho. Una vez lo suficientemente arriba, consigo agarrar su cola. El bicho se enfada y suelta un arañazo contra mi cara. Me desestabilizo, pero no lo suelto. Y los dos caemos. La brisa sopla, arrastrando unas cuantas plumas que rozan mis mejillas. El gato suelta fuertes bufidos mientras araña mi mano. Un objeto dorado brilla, atrapado en la copa del árbol en el que había estado segundos antes. Mi cuerpo choca contra el suelo. Hugo sigue agarrado. Me estremezco. Demasiados golpes en un sólo día...

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⏰ Última actualización: Jul 25, 2016 ⏰

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