Aire

40 3 0
                                    

Buenas noticias: Naia ya me deja salir de casa. Eso sí, mientras no me aleje demasiado. Ha entrado a mi cuarto esta mañana y me ha dicho que ya no hace tanto frío, y que si me abrigo un poco y no hago nada raro, puedo ir al jardín. Así que, ahora mismo es lo que voy a hacer. Tomo una de las sudaderas que Naia guarda en el armario. Se las lleva una vez cada dos días, y al día siguiente, están limpias, fresquitas y huelen a flores. Miro a Hugo el gato. A pesar de odiarme, el bicho parece perseguirme por toda la casa. Seguro que planea mi muerte. Lo fulmino con la mirada. Hugo suelta un bufido. Salgo al pasillo. Veo a Lua asomada desde la puerta de su cuarto. No me dice nada, sólo me observa. Le sonrío. La puerta se cierra de golpe. Suspiro. Bajo las escaleras que chirrían cuando las pisas con cuidado; ayer me caí y mi nariz comenzó a sangrar. Naia tuvo que ponerme papelitos en los agujeros, y me obligó a mirar al techo. No quiero que vuelva a pasar. Llego a la primera planta. Hoy Naia no está en casa, se ha ido con sus amigas, y como Lua se queda, no tiene miedo de dejarme sólo. No sé si ofenderme. Estoy bajo la tutela de una niña de siete años. Llego a la entrada. Pongo mi mano sobre el pomo de la puerta y lo giro. La luz golpea mi cara como una bofetada, pero mi visión se adapta a ella en seguida. Miro hacia fuera. La nieve aún perdura, pero ya hay hierba visible. El jardín es pequeño. Está vallado. Hay un caminito de tierra sin hierba de la casa al final del jardín, y a su lado, un pequeño buzón. En frente hay otra casa. Y otra. Y otra más. Están un poco dispersas, pero las hay, bastantes además. Pongo el primer pie sobre la hierba. Luego el segundo. Los alterno con rapidez y acabo correteando por el jardín. Hacía mucho que no salía. Tengo ganas de reír, así que suelto una sonora carcajada mientras corro y corro por el lugar. Noto una mirada sobre mí. No es Hugo espiándome como de costumbre, es una persona, la primera que veo después de Naia y Lua. Me está mirando. Tiene mala cara. Vaya, se ha dado cuenta de que lo miro. Levanto el brazo y lo agito a modo de saludo. Él retrocede con rapidez. No sé porqué, creía que la gente se saludaba.  Su cara sigue siendo la misma. Vuelvo a repetir mi saludo y el tipo se mete en una de las casas con rapidez, como alarmado. No lo entiendo. Miro la puerta unos instantes. Veo la cortina de una de las ventanas de la casa abrirse y la naricilla del hombre asomar. Lo miro fijamente. Las cortinas se cierran de golpe.  Me encojo de hombros. De repente veo algo sobre el buzón. Una especie de cosa amarilla pegada a él. Me acerco con curiosidad. La cosa amarilla echa a volar. Retrocedo de golpe. La veo desplazarse de un lado a otro, sin un rumbo fijo. Intento atraparla con las manos, pero no lo consigo. De repente se posa sobre mi nariz. La atrapo de un manotazo, aunque me hago un poco de daño, ha valido la pena. La examino, sin separar las manos demasiado porque no quiero que escape. Separo la mano izquierda y le toco la especie de papelito amarillo unido a su cuerpo, con el que vuela. Noto el mismo cosquilleo que cuando estalló el microondas. Escucho un pequeño siseo. El bicho ya no se mueve. Lo lanzo al aire esperando que vuele, pero cae en picado al suelo. No sé qué ha pasado. Me alejo un poco. Me siento sobre el rellano de la puerta. Oigo un maullido a mi lado. Es Hugo. Veo a Lua tras él. Parece asustada.

-¡Has matado a la mariposa!- Me grita.

¿Qué es mariposa? ¿Eso amarillo?. Miro a Lua. Parece a punto de echarse a llorar. Y eso hace precisamente. 

-No, no llores. - Me pongo nervioso de golpe. No quiero que la niña esté triste. Además, seguro que Naia me grita. 

Voy a poner mi mano sobre su hombro, pero se aparta de golpe y sale corriendo. Mi mano queda en el aire. Hugo me observa con sus brillantes ojos color avellana. Se despereza y se tumba en uno de los claros de hierba del jardín. Yo también lo hago. Levanto la vista al cielo. Hay muchas manchas blancas que tapan trozos de él, pero son bonitas. Mis ojos parecen cerrarse automáticamente. Como si estuviesen hechos del material más duro del mundo. Trato de mantenerlos abiertos, pero sucumbo ante su fuerza.

-Kai. ¡Kai!

Es la voz de Naia. Abro los ojos de golpe. El cielo está anaranjado. Atardece. Naia me mira desde arriba. Veo a Hugo tumbado en el mismo sitio que antes de dormirme. ¿Cuánto tiempo llevamos así?. Ella me tiende la mano. Me levanto. Naia abre la puerta y entramos a casa. Encontramos a Lua sentada en la entrada, esperándonos. Sus ojos azules evitan los míos. Van directos a su hermana mayor.

-Naia, ¡No quiero que se quede!.- Dice ella con un tono lastimero.

Pestañeo un par de veces. ¿Qué te he hecho, niña maligna? Dicen que las mascotas se parecen a sus amos... Naia la fulmina con la mirada.

-¿Qué dices, Lua?

-¡Me da miedo! Es raro, no sabe hacer nada, rompe las cosas y chilla todo el tiempo.- Protesta la pequeña.- Mata animales cuando los toca, lo he visto.

¿La mariposa?

Naia se lleva una mano a la frente.

-Vamos, Lua. Kai es un buen chico. No hace falta que te inventes cosas. Ya sé que siempre hemos sido tú y yo, y que no quieres más que eso, pero...

Veo a Naia levantar la mirada hacia mí. Esboza una sonrisa.

-Él está solo. Y nos necesita.

Ella y yo nos miramos. Lua hace ademán de echarse a llorar de nuevo, pero esta vez no lo hace. Sale corriendo y sube por las escaleras con rapidez. Hugo el gato, que ya había levantado de su aparcamiento, la sigue. Noto una palmada en la espalda.

-No te preocupes. Lua se adaptará.- Hace una pequeña pausa.- Puedes quedarte el tiempo que quieras.

Asiento levemente. También le doy una palmadita en la espalda. Su expresión cambia de repente.

-Por poco lo olvido, tengo algo para ti.

La miro con curiosidad.

-¿Qué es?

Naia rebusca en su mochila, hasta sacar un aparato cuadrado, que se parece un poco al mando a distancia. Lo tiende hacia mí.

-Le he pedido a una de mis amigas su móvil viejo. Ahora es para tí. Te enseñaré a usarlo, y así...- La miro mientras saca otro de esos aparatos, pero completamente diferente al que me ofrece.- Si tienes problemas, me llamas.

Asiento de nuevo. Tomo el ¨móvil¨ entre las manos. No pesa demasiado. Naia parece contenta, pese al incidente con Lua. Me señala una tecla. La pulso, el aparato se ilumina. Aparecen letras y luz, igual que en la tele. ¨Inserte su PIN¨. No sé lo que es un PIN. Naia me quita el aparato y me muestra los botones con números. Me dice una combinación y las pulso. Aceptar. Un logo aparece en la pantalla acompañado de una musiquilla. Finalmente, la música cesa. Naia me enseña lo básico. Tecla de menú. Y la tecla para marcaje. Para llamar. Para colgar. Y para borrar. Me dice su número. Se supone, que si lo escribo en mi móvil y pulso la tecla para llamar, su teléfono cantará, y ella y yo hablaremos aunque estemos lejos. Naia se va a la cocina y me quedo solo. Me siento en una de las escaleras. Toqueteo las teclas del móvil. Me he metido al menú. ¨Cámara¨. No sé qué es eso. Aprieto la tecla de aceptar. Puedo ver la sala a través del móvil. Parpadeo un par de veces. Pulso aceptar de nuevo. Una luz sale de la cámara. Me asusto tanto que casi tiro el móvil al suelo. Le doy la vuelta y vuelvo a pulsar aceptar. La luz me golpea la cara y quedo algo aturdido. Miro el móvil. Ahí, en la pantalla, está Kai.

Kai.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora