Apoyo mi espalda en el respaldo del coche. María me dedica una mirada cariñosa a través del retrovisor. Trato de sonreírle. Acaricio la cabeza de Lua, que está siruada sobre mi regazo. Su pecho sube y baja con su rítmica respiración. Cuando duerme parece un angelito. Desvío mi mirada hacia Kai. Está parloteando con Eric. Parece que han hecho buenas migas. Eso está bien. Me alegra. El vehículo para ante la puerta de nuestra casa. Kai sale el primero del coche y da la vuelta completa hasta llegar a la puerta del otro lado de este. La abre y toma a Lua entre sus brazos con cuidado, para no despertarla. Me abre paso. Y salgo. Eric sale del coche también.
-¿Quieres que me quede, Naia?- Me dice con una mirada preocupada.
-No, no es necesario.- Respondo, tratando de calmarlo.
Kai ya se ha dirigido hacia la entrada de casa. Lo veo inclinarse un poco hacia delante para frenar las gotas que amenazan con mojar a mi hermana. Me despido de Eric con un gesto de mi mano y me apresuro a alcanzarlos.
-Te llamo luego, ¿vale? -Lo dice en voz alta, pero sin gritar.
Le sonrío a modo de respuesta. Saco las llaves de mi bolsillo e introduzco una en la cerradura mientras el ruido del coche al ponerse en marcha llena mis oídos. Dejo pasar a Kai primero. Nada más entrar, lo veo subir por las escaleras. Si Lua se despertase, probablemente armaría un escándalo. No le gusta demasiado Kai. Aunque a él no parece importarle demasiado. Sigue siendo bueno con ella. Tampoco es nada especial, Kai es amable con todos. Todos... Entonces yo tampoco soy especial. Sólo una parte más de su protocolo a seguir. Sacudo la cabeza. No es momento de deprimirse. No más de la cuenta. Siento un temblor a mis pies. Es Hugo, que ronronea mientras se frota en mis piernas. Acaricio su pelaje anaranjado. A veces, me da la sensación de que él es el único que me entiende. Suelto un pequeño suspiro y me dirijo al sofá. Voy dejando mis huellas por el camino. Dichosa lluvia. Luego tendré que limpiar. Me siento y enciendo la televisión. Nada interesante, sólo basura. Hugo salta a mi regazo. Le doy un beso en la cabeza y ronronea. Muchas veces me gustaría que Hugo fuese una persona,porque siento que es el único que me quiere de verdad. Pero él es sólo un gato, y lo será siempre. Algo frío se posa sobre mis hombros, me doy la vuelta. Es la mano de Kai, que me mira con sus sorprendentemente brillantes ojos dorados.
-Estás frío. -Le digo.
-¿En serio? - Se lleva la mano a la frente con suavidad.- Yo creía que era normal...
Sonrío. Sus reacciones, impredecibls y habitualmente algo divertidas son capaces de darle algo de chispa a la estúpida rutina.
-Dicen que las personas con las manos frías tienen el corazón cálido.- Comento.
Kai asiente y permanece en silencio por unos segundos.
-¿Y los que no tienen las manos frías?
-No lo sé.
Hugo salta de mis piernas. Mira a Kai y veo cómo el pelo de su espalda se eriza ligeramente. Al parecer, a él no le gusta, y por la forma en la que Kai le devuelve la mirada, es algo mutuo. Yo también me levanto del sofá.
-Oye Kai, ¿Quieres ver una peli? -Le digo.
Él asiente, haciendo su pelo platinado agitarse en el aire.
-Podemos hacer palomitas. -Añado.
Le encantan las palomitas, a pesar de aquel pequeño accidente. Todavía no hemos conseguido un microondas, así que cuando me dirijo a la cocina tengo que hacer las palomitas en una sartén. Kai se sienta en una de las sillas y me observa con atención. Su cara de curiosidad le hace parecer un pequeño cachorro, con ganas de aprender, de crecer. Con ambiciones y sueños. A la vista, resulta agradable. Parece el típico chico de película que ayuda a la joven protagonista a recoger los libros que se le habían caído cuando chocaron. Aunque si eso pasase en la vida real, si alguien chocase conmigo y me tirase los libros, probablemente pasaría de largo. Búscate la vida. Porque en este mundo, si quieres algo debes hacerlo tú mismo. El sonido de las palomitas explotando me devuelve a la realidad.
-Kai, pásame un bol o algo para meterlas. -Le pido.
Y él, rápidamente, se levanta. Abre uno de los armarios y saca un cuenco de color verde lima.
-¿Es ese tu color favorito?- Pregunto.
Él mira el cuenco unos instantes antes de dejarlo a mi lado. Luego niega con la cabeza.
-Me gustan todos los colores.
De nuevo, Kai consigue parecer asquerosamente tierno. Meto el contenido de la sartén en el cuenco y él lo toma entre sus manos. Nos separamos al llegar al sofá; él se sienta y yo me acerco a la estantería de al lado de la tele. Allí guardo las películas. Paso mis dedos por las carátulas. Yo ya las he visto todas, pero no me importa repetir. Paro en una de las carátulas. Forrest Gump. Es mi película favorita. Siempre lo ha sido. Triste y graciosa a la vez. Perfecta, al menos para mí. Me doy la vuelta y se la muestro a Kai. Él asiente levemente. Pongo la película en la televisión y me siento a su lado. Ahora algo cálido cae sobre mí. Es una manta. Kai nos ha cubierto con ella. A mitad de película, algo me hace cosquillas en el cuello. Un mechón de pelo plateado se balancea rozándolo a su paso. ¿Se ha quedado dormido? . Supongo que estará cansado.
-Esa mujer es mala. - Dice de repente.
No estaba dormido.
-¿Jenny? - Pregunto.
-Sí. Lo deja sólo todo el tiempo.
Suspiro levemente. ¨Si piensas eso es porque no has llegado al final¨. Pero no se lo digo, no quiero estropeárselo. A veces pienso que sería mejor para él irse, con otra. No creo que yo sea buena influencia. La película acaba y me levanto del sofá. Kai me mira todavía sentado. Se me escapa un bostezo y él se levanta con rapidez.
-¿Quieres que haga yo la cena? Pareces cansada. -Me dice con su habitual tono dulce.
Durante estas semanas, he ido enseñándole ciertas cosas, cocinar entre ellas. No mucha variedad, pero algo sabe hacer, y sin quemar cosas. Bueno, a lo mejor algo quemó las primeras veces, pero ya no.
-No hace falta. -Digo.
Kai me revuelve el pelo con su mano derecha y me empuja de vuelta al sofá.
-Tú descansa, Naia. Ya has tenido bastante por hoy.
Sonrio con levedad.
-¿Te dolió al caerte del cielo?
Kai se rie, y yo trato de que mi risa sea convincente. Finalmente, desaparece por la puerta. Apago la televisión. La pantalla se queda en negro, reflejándome. Odio mi reflejo. Frunzo el ceño con desagrado. Un impulso recorre mi cuerpo con rapidez. Ahora sí. Tengo que hacerlo. Salgo corriendo del salón a la planta de arriba y me cuelo en el baño. Enfrento cara a cara al espejo que adorna la pared. Ahora sólo somos nosotros dos.
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Kai.
FantasyLas cosas nunca son lo que parecen. Tampoco para Kai, quien aparece de repente en medio de la montaña, herido y masacrado. Por suerte, alguien lo recoge. Pero él no recuerda nada, o casi nada. Así, Kai comienza a aprender, a crecer mentalmente, a co...