Capítulo 2- Lago

49 1 0
                                    

-Yahel...

Una voz resuena en mi cabeza. No veo nada, sólo oscuridad, pero puedo oírla perfectamente. La voz es suave, cuidada, hermosa. Pero su tono tiene tanta tristeza en él que siento un escalofrío cada vez que continúa hablando.

-Yahel, te necesitamos.

-¿Quién es Yahel?- Pregunto, desconcertado.

-Ayúdanos. Vuelve. Vuelve. Por favor.

La voz se quiebra cada vez más, casi parece que solloza. No lo entiendo. Tengo algo de miedo.

-¿Quién eres?

-Estamos perdidos sin Yahel. Regresa. Regresa, Yahel.

De repente noto como si mi garganta se cerrase. Me ahogo. Socorro. Trato de moverme y no puedo. Comienzo a desesperarme. Quiero gritar, pedir ayuda, pero nada de mí responde. No. No quiero morirme. Ayuda. Naia. Lua. Hugo. Alguien.

Abro los ojos de golpe. Noto el sudor frío en mi frente. Hay un incesable y rápido golpeteo en mi pecho. Respiro con fuerza. Nunca me había sentido tan feliz de ser consciente de poder respirar. Me levanto de la cama y miro por la ventana. Aún es de noche. Recuerdo la voz de mis sueños. Era una voz bonita. Pero a la vez, era tan... Tan desoladora. Suspiro. Me calzo unas zapatillas que Naia me consiguió junto con la ropa. Miro de nuevo al cielo a través del cristal. Llevo casi un mes en casa de Naia. Es divertido y aprendo cosas. Pero, depender de ella me desagrada. Porque no quiero que nadie tenga que cuidar de mí. Pero la verdad es que lo necesito, al menos, por ahora. Tomo un libro de le estantería que hay sobre la cama. Desde que descubrí que era capaz de leer, es una de las cosas que más hago. Porque los libros te enseñan cosas, y como ya he dicho muchas veces, a mí me gusta aprender. Camino sobre las tablas de madera del suelo, con cuidado, pues no quiero despertar a Naia ni a Lua. Hugo en cambio, me da igual. Que se despierte si quiere. Bajo las escaleras. Ahí está él, sobre el sofá. Hago una mueca de desagrado al verlo, pero él está dormido. Mejor. Llego a la entrada. Al lado de la puerta, hay una especie de cómoda donde Naia deja las llaves, los guantes y todo tipo de trastos. Tomo las llaves con cuidado de no hacer demasiado ruido. Tomo también uno de los abrigos del perchero y me lo coloco sobre la camiseta de pijama. Abro la puerta, dudoso. No creo que a Naia le haga gracia que me vaya de noche. Pero... Por una vez da igual. ¿Qué puede pasar? Nada. Camino fuera de la casa, cerrándo la puerta a mis espaldas. Meto las llaves al bolsillo y lo cierro con cremallera, sería un desastre perderlas. Suspiro. Dejo que el aire frío me envuelva, que se cuele entre mi cabello; es una sensación que me gusta. Comienzo a dar pequeños pasos. La voz de mi sueño sigue en mi cabeza. Quiero borrarla, me está poniendo nervioso. Camino a lo largo de la calle. La casa de Naia se hace cada vez más pequeña. Nunca antes había llegado tan lejos. De repente, dejan de aparecer casas. Sólo están la nieve que aún perdura y una extensa arboleda. Mis ojos se fijan sobre ella. Ese debe ser el sitio. Donde me encontró Naia. Me acerco a ella. Tengo curiosidad. Quizás encuentre algo que me ayude a recordar. Porque, por mucho que me sienta agradecido a Naia, quiero saber sobre mí, y si tengo un hogar, regresar a él. Doy mis primeros pasos en el bosquecito, primero andando, después corriendo. Me caigo un par de veces; el camino es muy empinado. Es porque ese bosquecito es la falda de la montaña. Y allá arriba me encontró Naia. Una vez los árboles desaparezca, ese será el lugar.  Paro unos instantes al lado de uno de los abetos. Inspiro. Espiro. Aunque me canse, voy a llegar a ese sitio. Corro y corro y sigo corriendo. Me detengo de nuevo. Observo el lugar ante mí. Una especie de lago helado. Aquí. Aquí tuvo que ser. No hay árboles en un radio de unos 20 metros, así que encontrar a alguien sería fácil.  Miro hacia arriba. Una  catarata ha acabado convertida en una especie de escultura de hielo. Me dejo caer de rodillas sobre el suelo. Estoy cansado, pero he encontrado el lugar. Una mano se posa sobre mi hombro de repente. Me giro con rapidez. Unos ojos oscuros me devuelven la mirada. Es un hombre. Un hombre mayor que Naia. Unos 30 años. Naia dijo que ella tenía 16, así que él ha de doblarle en edad. Me mira. Le miro. Me pongo en pie con rapidez, no quiero estar indefenso, ni parecerlo.

-No eres de por aquí, ¿a que no?

Su tono amigable me calma. Esbozo una sonrisa.

-Yo soy Kai.- Digo, vocalizando cuidadosamente cada sílaba, cada letra.

El hombre me tiende su mano derecha. No sé para que. Me mira unos instantes. Baja la mano.

-Soy Jaime.- Concluye él.

Jaime se rasca la oreja derecha, sobre la que desciende una mata de pelo negra, como sus ojos que también lo son. Hay un pequeño silencio. Finalmente, Jaime vuelve a hablar.

- Hace un tiempo se oyó una especie de explosión por aquí, ¿Lo sabías?

-¿Explosión? - La imagen del microondas en llamas se aparece en mi mente.

Jaime asiente.

-Hubo un ruido ensordecedor, pero cuando llegué, no había indicios de ninguna explosión. Eso sí, el sonido provocó un par de aludes más arriba. Menos mal que ella no llegó a subir...

Algo me dice que esa explosión tiene algo que ver con lo que me pasó, pero por el momento, no le doy importancia. Me desvío a otro tema.

-¿Ella?

-Naia.- dice Jaime.

Ha debido de notar la manera con la que mi mirada  se ha iluminado cuando ha nombrado a Naia.

-¿La conoces?- Pregunta.- Es una buena chica. Me ayuda por aquí a veces.

-¿Ayudar a qué? - Pregunto, curioso.

-Soy el guardabosques, me encargo de que nada pase en la montaña. Y Naia viene a veces para echar una mano. A cambio, le doy algo de dinero. Es algo de lo que va escasa...

¿Naia escasa de dinero? Eso significa que yo aún la fuerzo a apretarse más el cinturón... Noto cómo se me estremece el corazón.

-Aunque lleva ya desde entonces sin apenas venir.- Continúa el guardabosques.- Dice que tiene cosas qué hacer en casa...

Asiento.

-¿Puedo ayudarte yo? Algún día, me refiero.- Digo de repente.

Jaime me mira. Parpadea un par de veces. Parece sorprendido.

-Pues... claro, como quieras.

Sonrío. Si puedo conseguirle algo de dinero a Naia, no me sentiré tan inútil. Además, Jaime parece un buen tipo. Y si me quedo por aquí, acabaré por averiguar cosas. Miro al cielo. El sol ha comenzado a salir. Me despido del hombre y echo a correr a través del bosque que separa el lago y el pueblo; si Naia se da cuenta de que no estoy, me mata. Recorro el camino com más rapidez con la que lo hice a la ida, y en un abrir y cerrar de ojos, llego a casa de Naia. Meto las llaves en la cerradura con cuidado. No quiero hacer ruido. Me cuelo por la puerta abierta de puntillas. La cierro. Dejo las llaves sobre la cómoda. De repente, algo se cae de mi bolsillo. Mi móvil. No se rompe, pero con el impacto, una musiquilla ha empezado a sonar a todo volumen. Comienzo a apretar las teclas, pero no se calla. Corro a la cocina. Abro la nevera. Tiro el móvil dentro y cierro la puerta de esta. Cuento hasta tres. Ni un sonido. Eso quiere decir que no he despertado a nadie. Un maullido a mis pies me hace bajar la mirada. A casi nadie. Hugo me araña la pierna. Lo aparto con la otra.

-Quita, bicho.

Hugo vuelve a arañarme la pierna. Bajo la vista hacia esta. Lo veo. Hay algo pegado a mi pie. Una especie de trocito de corona, o algo parecido. Es dorado, y brilla. Me da palo tocarlo, así que tomo un tenedor del cajón y lo separo de mi pie. Lo pongo a la escasa luz que entra por la ventana. Es raro. Subo las escaleras con el tenedor y la coronita sobre él, sigo sin querer tocarla. Llego a mi cuarto. Abro el baúl de Naia y la guardo allí. Ella nunca lo abre, así que estará segura y podré examinarla mejor cuando me quede sólo. Me tiro sobre la cama con pesadez. Tomo un libro de la estantería que hay sobre ella. Lo abro por la primera página y mis ojos comienzan a recorrer esas palabras con la rapidez de un rayo.

Kai.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora