Soy Kai. Repito esa frase en mi cabeza todo el tiempo. Vivo con Naia desde hace poco. Naia es una chica. Me ha enseñado ya muchas cosas. Y también hay una niña. Naia me ha contado que se llama Lua, y que es su hermana pequeña. He intentado hablar con ella, pero me tiene miedo, o quizás simplemente me odia. Me levanto de la cama. Todas las mañanas desde que recuperé mi consciencia, repito lo que sé sobre mí mismo. Para no olvidarme, puesto que hay muchas cosas que no recuerdo, o que no comprendo. Miro por la ventana. La nieve, que ya he podido conocer, ha comenzado a derretirse. Dejo que el orbe brillante y amarillo del cielo, el Sol, ilumine mi rostro. Un sonido en la puerta me hace darme la vuelta con rapidez. La cabeza de Naia se asoma por el hueco de esta.
-Buenos días, Kai.
-Naia.
Canturreo su nombre, como de costumbre, porque verla me hace sentir en parte protegido. Naia me enseña muchas cosas y tiene mucha paciencia conmigo. Entra. Veo que lleva una gran bolsa blanca entre los brazos. La deja sobre la cama y me mira con una sonrisa. Es raro porque esa no es la típica sonrisa de Naia. Me hace un gesto para que me acerque, y yo lo hago. Abre la bolsa blanca y finalmente, puedo ver su contenido. Naia comienza a sacar prendas y más prendas y a estirarlas cuidadosamente sobre la cubierta nórdica de la cama.
-Elige las que te gusten, y te las puedes quedar. Son... Eran de mi padre.- Dice ella.
-¿Para mí?- Pregunto con cierta alegría.
-Para tí, para siempre.- Naia suelta una carcajada. A veces me pregunto porqué se rie tanto. O si se ríe de mi.
Extiendo mi mano instintivamente hacia una especie de jersey con un gorro detrás. Naia lo agarra por mí. Me dice que se llama ¨sudadera¨. Su-da-de-ra. Repito las sílabas despacio y con cuidado. Me gusta aprender. Es divertido. Naia vuelve a reír. Trato de fulminarla con la mirada, pero se sigue riendo. Me acerca un par de pantalones muy extraños. Son muy rígidos. No se estiran. No recuerdo haber llevado algo así antes. La tela es de un color azul muy raro, pero bonito. Estos se llaman vaqueros. Pantalones vaqueros. Miro los que llevo puestos ahora mismo. Son anchos, muy anchos, y de una especie de gasa blanca. Pican un poco, la verdad. No recuerdo haberme cambiado de ropa desde que llegué. Comienzo a quitarme los pantalones blancos, porque quiero ponerme los nuevos. Naia me mira con pánico y sale de la habitación corriendo. No entiendo porqué. Me grita desde fuera. Que no me desnude si hay otras personas. Tampoco entiendo porqué, al fin y al cabo, no somos tan diferentes, al menos las partes que he visto. Tiro a un lado mis pantalones blancos y me dirijo a los vaqueros. Me siento bien cuando sé lo que pasa, cuando sé qué es cada cosa. Porque me siento listo. Trato de meter uno de los pies por el agujero de la derecha. Como son un poco estrechos, me cuesta mucho subirlos hasta arriba, pero finalmente lo consigo.
-Kai uno, vaqueros cero. - Exclamo, feliz de mi reciente avance.
Veo una especie de tira metálica en la parte central superior de los vaqueros. Tiro de la pequeña ¨anillita¨ que lleva colgando, y los vaqueros se ciñen a mi cuerpo. Al principio, siento como si no pudiese respirar, pero tras cinco minutos de llevarlos, desaparece la sensación. Quiero correr al baño, y ver a Kai en el espejo con esos vaqueros.
Me gusta llamarme a mí mismo por mi nombre, me recuerda que tengo una identidad (al menos temporalmente) , aunque Naia me diga que parezco un paleto y que la gente ¨normal¨ no lo hace. Tomo ahora la sudadera. Es suave, muy suave. Y blandita. Huele a flores. La ropa de Naia también huele a flores. Basta de distracciones. Miro a mi zona abdominal. Las vendas siguen allí. Pero creo que ya puedo retirarlas, Naia ha hecho un buen trabajo con mis heridas, que por cierto, sigo sin saber cómo se crearon.
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Kai.
FantasyLas cosas nunca son lo que parecen. Tampoco para Kai, quien aparece de repente en medio de la montaña, herido y masacrado. Por suerte, alguien lo recoge. Pero él no recuerda nada, o casi nada. Así, Kai comienza a aprender, a crecer mentalmente, a co...