Salida

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Hoy es sábado. Naia me ha levantado temprano. Hoy no tiene instituto, y ha pensado algo especial que hacer. Estamos en la cocina. Lua sentada a la mesa, Hugo en el suelo, Naia preparando el desayuno y yo, tratando de ayudar pese a las desesperadas súplicas de Naia por evitar mi presencia cerca del fuego a toda costa.  La veo con la sartén en la mano, haciendo saltar y dar vueltas en el aire una masa de color blanquecino. Cuando ella acaba esas masas, yo las tomo y las relleno con una especie de chocolate pastoso, con nata y fresas o con jamón y queso. Así podemos probar de todo, así que me parece bien. Por cierto, ha sido ella quien ha abierto la nevera y se ha encontrado mi móvil en la nevera. Le he tenido que decir que pensaba que le iba a pasar lo mismo que al microondas. No sé si se lo ha creído. Noto algo suave frotarse contra mi tobillo; es Hugo. Estúpido ser manipulador salido del averno.

-No, a ti ni agua. - Le digo con cierto tono autoritario.

Naia se ríe y le lanza un pedazo de jamón que Hugo atrapa al vuelo. Lo veo relamerse. Lo odio. Monstruo. El gato me mira con esos ojos avellana que tanto desprecio. Se burla de mí, lo sé, lo sabe. El desayuno va acumulandose en uno de los platitos, donde dejo las ¨crepes¨ (Así las llama Naia, dice que son de Francia. Debe ser verdad que anda necesitada de dinero, le roba la comida a otras personas.) Finalmente, Naia y yo nos sentamos a la mesa con Lua. La niña se dedica a separar las que son de nata cuidadosamente en su propio plato. Hago ademán de coger una y me mira como si fuese a tirarse a mi yugular. Desvío mi mano hacia una de chocolate y veo que Naia, al igual que su hermana, colecciona las de un tipo concreto, las de jamón. Así que, al final, soy yo el que acaba con todas las de chocolate. Está bien, me gustan. Hay un vaso con líquido naranja para cada uno de nosotros. No es sopa, es zumo, y está bueno. Es lo que queda de la fruta cuando la aplastas sin piedad. Somos asesinos de frutas. Pobres. Oigo a Naia llamarme. He vuelto a quedarme con la mirada perdida en ninguna parte. Me pasa a veces, es como si entrase en trance. Terminamos el desayuno y nos disponemos a retirarnos a nuestros diversos que haceres, pero Naia me detiene.

-Vamos a salir, Kai, así que ponte algo bonito. - Me dice ella con una sonrisa.

-Yo estoy bonito siempre. - Protesto.

-Claro que sí... - Naia se ríe.

Yo lo decía en serio, pero Naia me ha mandado a cambiarme de ropa de todos modos. Me he quitado el pantalón de pijama y lo he sustituido por unos vaqueros corrientes. Arriba me he puesto una camiseta cualquiera y encima una chaqueta negra que brilla, Naia dice que la cuide, que es de cuero y son caras. Bajo las escaleras, abajo del todo esta Naia. Esquivo a Hugo, que está tirado en uno de los escalones. Sé que lo hace a posta para poder arañarme. Ya abajo, me fijo en que Naia también se ha cambiado de ropa. Ahora lleva una falda azul y una blusa blanca que le va holgada, . También me fijo en otra cosa. La primera vez que vi los ojos de Naia podría jurar que eran de un color marrón bastante feo, no el color marrón común. (Sin ofender a la pobre Naia) Pero ahora, la miro de nuevo. Sus ojos son verdes. Verdes pistacho, muy brillantes. Me quedo mirándolos durante unos segundos. Naia parpadea un par de veces.

-¿Qué? - Dice ella.

-Nada. - Respondo.

Caminamos hasta la puerta. Toma las llaves del mismo lugar del que yo las tomé la noche anterior. Hace lo mismo con uno de sus abrigos.  Abre la puerta de la entrada y me deja salir a mí antes que a ella. Es la primera vez que salimos los dos juntos, por muy raro que parezca. Como ya estamos a principios de abril (según Naia) la nieve ya se está deshaciendo. Ella me ha dicho que en algunos sitios se deshace mucho antes, pero que como esta zona es de montaña aquí la nieve dura más. Me ha dicho también que llega mucho turismo, y que todos los años presta una de sus habitaciones (La mía) A una chica que viene a hacer deporte de montaña a cambio de dinero. No he visto a esa chica, es porque ella se va a finales de enero. Me alegro porque ella necesita tener algo ahorrado. Vive sola con Lua. Aunque nunca le he preguntado dónde están sus padres.  No hay nadie en la calle, debe ser porque aún es temprano.

-Naia -La llamo.

-Dime. -Responde ella, risueña.

No sé si debería, pero la curiosidad me gana.

-¿Dónde están tus padres? - Pregunto.

Naia para en medio del camino. Se da la vuelta.

-Mi madre murió al dar a luz a Lua. Y mi padre se fue cuando eso pasó.

No encuentro contestación a eso. Quiero decirle que lo siento, pero tampoco encuentro palabras. Sin embargo, ella al decir aquello no parecía dolida, herida. Triste quizás un poco. Me pregunto porqué. Le pongo la mano en el hombro. Ella me muestra una sonrisa un poco amarga. Me lleva por el camino contrario al que tomé ayer para ir a la montaña. Y ese camino baja directamente al pueblo. Mucho más lleno de casas y construcciones que la zona donde vive Naia. Aquí sí hay gente. Y esos aparatos con cuatro círculos que corren y escupen humo, los coches. No creo que sean demasiado buenos, pero la gente parece usarlos a menudo. Seguimos caminando. Hay árboles, como en la montaña, pero estos están como encerrados en pequeños cuadraditos sobre el camino. Hay un hombre que lleva otro de esos bichos peludos atado, pero no es como Hugo. No creo que sea un gato. Naia para de repente.

-Aquí es. -Me dice.

Entramos al recinto al aire libre. Está lleno de esculturas hechas de barras. Naia me dice que son columpios y que los niños se montan en ellos. De repente, a mí me apetece hacerlo. Pero no lo hago porque alguien al otro lado del lugar grita.

-¡Naia!

Es una voz de chico. Me doy la vuelta. Allí está. Naia lo saluda con la mano.

-Buenos días, Eric.

El tal Eric se acerca. Parece amigo de Naia. Lo examino de pies a cabeza: Cabello rubio, ojos grises, algo más bajito que yo. Viste con vaqueros. Marco tendencia, ¿no?. Lleva una especie de cuadrados con cristales frente a los ojos. Es la primera vez que veo algo así. El chico se acerca a mí. Me mira. La trayectoria de nuestras miradas choca. Sonríe.

-Así que tú eres Kai. Naia me ha hablado mucho de ti.

Asiento levemente.

-Soy Eric.- Me dice.

Estoy por decirle que ya lo he oído, pero no me parece ético. Me tiende una mano, como Jaime la noche anterior. Miro a Naia. Me hace gestos raros, como si agarrase algo. Le agarro la mano a Eric y él la agita. No entiendo. Lo debo decir unas 5 veces por minuto, pero no lo entiendo. De veras. Nos soltamos. Eric mira a Naia unos segundos.

-Voy a clase con ella, ¿sabes?. - Dice él. Se aparta un mechón rubio de la cara.

-Quiero que empieces a relacionarte con gente de nuestra edad, Kai.- Se adelanta Naia.

De nuestra edad. Así que Lua y Hugo no cuentan.

-Vale.- Digo, manteniendo un tono calmado.

-Es para que te adaptes. Así que he traído a Eric, es mi mejor amigo.- Aclara.

Eric sonríe. Se da por aludido. Me pone una mano en el hombro.

-Venga, Kai. Vámonos a dar un voltio, te enseñaré todo esto.

Me agarra el brazo de repente y me arrastra por el parque. Miro atrás. Naia me sonríe. No, Naia. No. No quiero quedarme con este tipo. No me dejes. Oye. Ven conmigo. Veo sus labios moverse. Sé lo que dicen.

-Adiós.

Kai.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora