Compras

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Entro a casa de nuevo. Naia está en el sofá, con los ojos rojizos, debe de haber estado llorando. Ella me mira y sonríe. En verdad, ella ha de ser una chica fuerte. Me siento a su lado.
-¿Estás mejor?
Naia asiente como respuesta.
-No hace falta que me mientas, ¿oyes?
Pongo una expresión seria.
-No te miento. -Las palabras salen de sus labios con espesura.
Una idea pasa por mi mente.
-¿Te gusta el chocolate?
Ella asiente lentamente.
-¿Y las galletas?
Repite el gesto anterior.
-Te traeré todo eso. Lo que me pidas. Tú siéntate y relájate.

Naia me mira mientras me pongo el abrigo y salgo de casa. Le hago un gesto antes de cerrar la puerta. La idea es ir al supermercado y volver rápido, para que Naia no esté mucho rato sola. Miro al punto donde he visto antes a la chica pelirosa, pero sigue sin estar. Meto mis manos en los bolsillos; hace frío a pesar de que ya casi es primavera. Debe ser por eso que no hay ni un alma en las calles. En el tiempo que llevo aquí, me he aprendido un poquito las calles básicas. Así que sé dónde está la tienda. Un segundo. No llevo dinero. El dinero es una cosa que Naia usa para comprar (Igual que hicimos en el hospital). Sin dinero no hay cosas para Naia. Ah, hay alguien en la calle, pegado a la pared. Me acerco con disimulo, no sé qué hace. Está con un trasto gris. Tiene teclas, como mi móvil. El hombre las aprieta. ¡Oh! ¡Está tirando dinero! ¡La máquina está tirando dinero! Si la uso, podré comprarle a Naia lo que necesita. Aunque no es que lo necesite, es que si se lo llevo probablemente se ponga feliz. Y yo quiero que esté feliz. Espero a que el hombre se vaya y me planto delante de la máquina. No sé qué tengo que tocar. No entiendo muy bien las letras, apenas puedo leer, quiero decir, sé leer, pero muy despacito. Y ahora no me sobra tiempo. Pulso una de las teclas, pero no pasa nada. Doy una palmada sobre varias. Tampoco pasa nada. Acerco un dedo a la pantalla. Un ruido raro se produce, la pantalla se apaga de golpe y saltan unas chispitas del aparato que hay sobre ella, es como un móvil con una lupa pegada. Cámara, creo que se llama. No sé qué ha pasado, pero de repente la máquina ha empezado a escupir dinero como loca. Me llueven papelitos de colores, que se llaman billetes. No estoy seguro del todo, pero creo que esto está mal. De todos modos, tomaré unos cuantos y compraré las cosas. Agarro un puñado del suelo y dejo la montañita atrás, aumentando lentamente. A ver si alguien limpia eso. Creo que debería hacerlo yo, pero... No tengo idea de cómo. Y seguro que hay gente que sí sabe. Llego al supermercado. En esta calle ya hay gente, bastante gente. Caminan de un lado a otro, hablan, se ríen... Entro dentro. Aquí hace tanto frío como en la calle. Tomo una cestita de las que amontonan a la entrada. Una señora lo ha hecho antes, así que supongo que las puedo usar. La cesta tiene una especie de cosa metálica por donde creo que se coge, así que me la pongo en los hombros, como hace Naia con sus mochilas, y me meto por uno de los pasillos. Ahora sólo tengo que encontrar las cosas buenas para Naia. Escucho unas risas detrás mía. Un grupo de chicas de la edad de Naia. No sé qué les hace tanta gracia, pero me miran fijamente y la verdad es que me dan un poco de miedo. La única que no se reía se acerca a mi. Sonríe intentando parecer amable.

-Chico, si llevas la cesta así la gente se va a reir de ti.

Mira a sus amigas con una expresión sarcástica. No sé cómo quiere que lleve la bolsa. Ella parece notarlo y la descuelga de mi  hombro. La mueve delante y atrás y veo cómo se desliza. Abro la boca con cierta sorpresa y recupero mi cesta. Le doy las gracias a la chica y se marcha con sus amigas de nuevo, que ahora se ríen otra vez, pero ya no me miran a mi, la miran a ella. Y ella hincha las mejillas mientras aparta la mirada de sus compañeras. Qué complicadas son las personas. Voy a dar un paso cuando noto un peso que antes no había ¿La cesta. Sí, la cesta. No sé porqué, pero está llena. De muchas cosas. No hay nadie cerca. No lo entiendo. Pero de todos modos, sé que esta cesta es mía, y parece que las cosas son útiles, así que me la llevaré. Doy media vuelta hacia el sitio donde se pagan las cosas. Había venido aquí antes, con Naia y Lua, así que sé dónde están las cosas. Al ponerme en la cola siento como si alguien me observase, y pillo un par de ojos azules. Sé que los ojos azules son normales, pero juro que estos no lo son. Además, los he visto antes. La dueña de los ojos echa hacia atrás su cabello de  un rosa potente (y el cabello rosa sí que no es normal). Es la chica de la carretera. En frente de casa de Naia. Que desapareció. Me sonríe. Tiene los labios compactos y es bastante bajita. Está en medio del lugar, pero nadie parece verla. Me extraña, porque es llamativa. Como las mariposas que hay ahora en el jardín.

-Qué tonterías dices.

Esa es su voz. Me acuerdo de ella. Ha dicho esas palabras, las he oído clarísimas. A pesar de que está bastante lejos de mí. Y de que nadie se ha vuelto hacia ella aún así. Raro. Una risilla se escucha con suavidad.

-Disculpe, ¿Va a pasar?

El hombre que tengo detrás me mira con cierta impaciencia. Vaya. Es mi turno. Pido disculpas, porque les he entretenido y no era mi intención y voy dándole las cosas a la señora detrás de la cinta transportadora (o como se llame), que les dispara con un rayo láser que lueho hace que en la pantalla de un aparato rarísimo que tiene salga un número. Saco los papeles de mis bolsillos y la mujer me mira con sorpresa.

-¿De dónde has sacado todo eso en efectivo?

¿En efectivo? ¿Qué es en efectivo? Se refiere a los papeles, ¿no?

-De mi casa

Respondo tratando de sonar seguro, porque realmente no sé de qué me habla. Me mira con desconfianza y me devuelve casi todo lo que yo le he dado, y más billetes, pero de otros colores. También unas cuantas monedas que meto en la bolsa. Salgo del sitio, con las miradas de todos encima mía. No sé porqué.

Cuando salgo a la puerta veo a un hombre sentado. Tiene un cartel, pero la letra es rara y no la entiendo. También hay un gorro en el suelo con monedas dentro. Me agacho delante de él, parece que tiene frío.

-Hola

Digo, tratando de sonar amable.

El tipo levanta la mirada. Parece enfermo, porque está pálido y tiene los alrededores de los ojos negros, como si apenas hubiera dormido. Me da pena, así que saco un par de los billetes y se los dejo junto con las monedas. Ahora sus ojos se abren de golpe. Mira el sombrero, y luego a mi. ¿Estará contento? Ojalá que lo esté. Sin embargo, no me voy a quedar para preguntarle. Tengo que atender a Naia.

Kai.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora