Dulces y Amargos Sentimientos

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Todos en algún momento de nuestras vidas llegamos a sentir algún tipo de miedo. Aunque aparentemos ser fuertes en algún rincón de nuestra alma el miedo estará allí, alimentandose de nosotros, no obstante; todo depende de como asumamos esos miedos.

Desde que fuí separada de mis padres para ser entrenada en los terrenos de la Luna, desarrollé un miedo terrible a la soledad, mismo que tuvé que dejar atrás durante mi estancía en aquel lugar. Jamás imagine que volvería a caer de nuevo en las garras de aquel mounstruo que devora todo a su paso... El miedo a estar sola.

Aquel día estaba bañado de cierta meláncolia. Me encontraba en la sala de mi departamento y frente a mi estaba Sebastían, su mirada estaba tan opacada como la mía. Sostenía y acariciaba mis manos entre las suyas.

Habíamos llegado a casa hace unas horas, cenamos y luego le insistí a Sebastían que no se marchara, mañana se iría con Daría y Elena. Y yo sólo deseaba estirar un póco más el tiempo, pero ambos estabamos tan agotados.

— Prometeme que no harás ninguna cosa que te perjudique.

— Lo prometo.

Suspiré algó meláncolica, él apenas sonrío.

— Tratare de regresar por ti lo antes posible.

Poco a poco acarició mi mejilla con una ternura casi mágica. Buscando consolarme.

Asentí, debía mantener mi aptítud. Lo menos que quería era hacer dudar a Sebastían, luego de toda la información que nos dio Daría. Debía quedarme como un seguro de que la llave no estaría al alcance del ladrón, además Luciel le prometio a Sebas, que Aiden no se me acercaría a menos que fuera necesario. Por lo cual ambos podíamos estar tranquilos, o al menos eso pensamos.

— Diana, debo írme. Necesitas descansar y yo tambien.

No entendia porque mi corazón se agíto, al oírlo y verlo levantar. Él se iba y yo no quería que se marchara.

— ¡Espera!... Sebas.

Un hilo de voz salió de mi garganta, mientras lo sujetaba del brazo. Apenas tomé fuerzas para hablar.

— Puedo pedirte... algo.

— Para ti, lo que sea.

Me sonrío de forma encantadora mientras una de sus manos acarició mi cabello. Tomé aire y desvié un poco la mirada con un tenue rubor en las mejillas.

— Quedate... Quedate a dormir conmigo.

Su gesto se descolocó, sus mejillas se sonrojaron más que las mías. Al escucharme a mi misma y ver el peso de mis palabras. Musité rapidamente.

— S-Sólo a dormir... si... si quieres.

No me atrevía a verlo, sólo cuando percibí su peso al sentarse en el sofá. Dirigí mis ojos grises a los de él, en su rostro había un gesto muy tierno y cálido. En un rápido movimiento me abrazó, haciendo que mi cabeza descansara en su pecho, escuchando los látidos fuertes de su corazón. Ambos quedamos medianamente recostados en el sofá aunque yo estaba casi encima de él.

— Recuerdas... ¿Cuando eramos niños?

Su voz estaba teñida con cierto anhelo. Me acurruque en su pecho y dejé caer los párpados.

— Si... Eras muy presumido y correcto

— Y tú inquieta y desobediente.

Ambos reímos por lo bajo, ante los recuerdos de aquellos días donde nos hicímos compañia en las frías y lúgubres noches, y los sangrientos y cansados días.

— ¿Recuerdas que solíamos dormir así?

Sonreí ante la imagen, un ligero bostezo escapó de mis labios, la verdad el latir del corazón de Sebas se me hacía tan relajante, como en aquellos días.

— Si... Era la unica forma en la que podía dormir.

Susurré, al percibir la suavidad con la cual una de sus manos comenzó a deslizarse por mi cabello una y otra vez. El sueño fue poco a poco haciendome ceder.

— Si, me gustaba verte dormir.

La voz de Sebastían se hizo más tenue. Y percibí un tierno beso sobre mis cabellos, sonrei y lo abraze un poco más. Todo quedo en silencio.

— Te voy a extrañar.

Murmuré muy suave, al quedarme dormida.

— Yo más.

Fue lo último que escuché antes de caer profundamente en los brazos de Morfeo.

******


No se a que hora desperté de mi largo sueño, lo cierto es que había desaparecido aquella cálides y suave sonido del palpitar de Sebas, mismos que habían velado mis sueños, ya no podía percibir su aroma ni su respiración acompasada. Sólo el frío amanecer que helaba mi piel junto a los primeros rayos de sol que espantaron mis sueños.

Me sentí desorientada al no verlo por ningún lado. Sólo encontré una nota, escrita del puño y letra de Sebastían; junto a ella una especie de estuche de unos 25 cm. Sin dudarlo tome la nota y empecé a leer.

Diana

Disculpame... Pero sabes que no soy fánatico de las despedidas. Y no soportaría ver esos ojos llenos de tristeza, no otra vez.

Por favor, no te sientas sola, y si es así buscame. Sabes que vendré sin importar nada. Me vas a hacer mucha falta.

Cuidate, y no hagas tonterias sin avisarme por favor.

Psdata: "En el estuche deje algó que te servira para defenderte. Y para que sientas que estare contigo siempre... Te quiero"

Releí la pequeña nota, un par de veces mis ojos se humedecieron, estaba tan confundida; sentía tristeza, anhelo y rabia a la vez. No se porque; pero sin él era como si me faltara algo... algo muy importante.

— Que hare... Sin ti.

Un largo suspiro nació de mis labios. Lentamente tomé el estuche, parecido a los que guardan joyas muy valiosas, lo abrí quedando abstraida y sonriendo tontamente.

— Eres... encantador.

Una daga filosa, con las letras S.M. grabadas en la reluciente hoja de aquella arma blanca. El mango de color azul metalizado decorado por un cristal de color azul cielo, y el símbolo del clan grabado a fuego.

Era la daga de él "Sebastían Month". No pude evitar que mi corazón se acelerara de cierta emoción.

Baje la mirada y negue apresurada.

No... Eso no...

Toqué mi corazón, necesitaba calmar esos látidos absurdos. Necesitaba controlarme.

Ahora no... Calmate corazón... Sabes que no es correcto...

Debia olvidarme de ese tonto anhelo. Sebastían había despertado de nuevo algo... algo que debía estar ahogado o sepultado en mis deseos muertos. Él era el perfecto... el correcto, mi protector, mi hermano, mi amigo y sólo eso. Estaba confundida.

Volví a hacerme un ovillo en el mueble abrazandome a un cojin, al cerrar mis ojos la imagen viva de una niña con enormes y vivaces ojos grises seguía a otro pequeño con unos ojos igual de hermosos. Ambos se apoyaban, se cuidaban, ambos se consolaban y alguna vez ambos se amaban.

Hasta que los líderes del clan decidieron darles algo, algo que los unía y a la vez los distanciaba matando cualquier posibilidad. Cualquier posible realidad donde aquellos niños de ojos grisáceos pudieran compartir ese sentimiento que era prohibido, y sólo era alcanzado en tristes sueños.

Tal vez, creí que aquello había muerto... Pero la partida de Sebastían removía todo... de nuevo.

Diana [La arquera de la luna]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora